Hablando en serio/Santiago Heyser
Hablando en Serio “Haz lo que quieras”
Uruapan, Michoacán, 4 de marzo del 2019
Magdalena es un artículo que escribí en el 2011 y versa sobre la relación de una madre con su hija.
En el 2011 regresando de un viaje a la ciudad de México conocí a Magdalena, que me compartió que su hija, la menor, era una señorita de 21 años; también me compartió que en su casa era como una directora de orquesta que lleva el control y que tenía problemas de comunicación con su hija, ya que le imponía horarios con una disciplina y exigencia muy fuertes.
– Eso no es amor, le expresé. A los hijos se les educa para que vivan sus vidas, no se vale que uno, como padre, quiera controlar sus vidas. A los 21 años es una falta de respeto y de confianza.
– Eso me acaba de decir ella, me confió; fue a una fiesta y quedó de llegar a las 12 de la noche, pero llegó hasta la una. Todo ese tiempo le estuve mandando mensajes al celular reclamándole su falta de responsabilidad y sensibilidad. Al llegar a casa me dijo que no la respetaba.
– Tiene razón tu hija, no la respetas, le dije, además, insisto, eso no es amor, es control y lesiona la relación madre-hija, lo que en términos prácticos es contraproducente porque la alejas de ti y cuando te necesite no podrá contar contigo…
– Es verdad, dijo, estamos atrapados en lo que nos enseñaron de chicos. A mí me educaron unas tías muy estrictas y a la antigüita.
– No es disculpa para no abrir las alas y la mente cuando somos adultos, dije; y menos para transmitir a nuestros hijos esas formas de ser que nos limitan y no permiten nuestro total crecimiento a partir de los “deber ser”.
Le recomendé leer “Autoliberación Interior” de Anthony de Mello y ver la película de “Belleza Americana”. El personaje de la mamá, le dije, será como verte en un espejo. Se rio…
Hoy a ocho años de distancia, mi hijo Santiago, padre de mi nieta Maia, se reencontró con el artículo y me preguntó si sabía en que había quedado la charla con Magdalena, le contesté que no, nunca la volví a ver…
– Después de releer tu artículo, me comentó: me desperté pensando como debió, la Señora, manejar la situación con su hija; es decir: ¿cómo cambiar la dirección de su relación con ella?
– No tengo idea de lo que hizo la Señora, le contesté, algunos escuchan, reflexionan y cambian, otros nada más oyen y nada hacen y obvio, nada pasa. Lo que si te puedo decir es que: la relación no estaba dañada, se estaba dañando en función de que la mamá no respetaba los criterios de la hija o no reconocía que su hija se había convertido en una mujer con la capacidad de decidir su rumbo y sus acciones, buenas o malas, acertadas o equivocadas, y ahí está el problema: en nuestra cultura mexicana, los padres no entendemos que los hijos crecen y tienen el derecho de vivir sus vidas, menos cuando existe una relación de dependencia económica, misma que es automática cuando los hijos que viven con sus padres. No es infrecuente la expresión: “Mientras vivas en esta casa te ajustas mis reglas”, o, “En esta casa mando yo”… Ambas expresiones, en mi opinión, están equivocadas; en la educación de los hijos, el concepto de autoridad de manera natural se debe diluir con los años, es decir, conforme crecen los hijos, la autoridad de los padres decrece y los hijos se vuelven más autónomos en sus decisiones. En otras palabras, hay un tiempo para educar con autoridad y le sigue un tiempo en el que se educa con amor y buen ejemplo. De manera personal, para explicarme, creo que la línea se da a los dieciocho años que es cuando la ley reconoce a un joven con derechos plenos como ciudadano y ya puede votar. Los padres, en mi opinión, tienen de los 0 a los 18 años para educar con autoridad, imponiendo sus reglas y criterios amorosamente; después de eso, si educaron bien, 1.- Habrán construido en su hijo una estructura de valores en función de su bienestar y 2.- Habrán educado a su crío para que tome buenas decisiones, es decir que no haga pendejadas; lo que me recuerda el capítulo III del libro: Ética para Amador de Savater que más o menos dice, cito de memoria: “Haz lo que quieras…”, y es que, hijo mío, te eduqué para tener criterio, analizar riesgos, saberte cuidar, ser respetuoso con los demás, actuar de forma inteligente, ser agradable y ser un ciudadano de provecho, y para que vivas tu vida; después de esa educación, hijo mío, lo único que puedo decirte es: “Haz lo que quieras”, porque tengo la certeza de que lo harás bien, y de que, si en alguna ocasión te equivocas tendrás, la capacidad de aprender de tus propias experiencias para actuar mejor en una siguiente ocasión; por el momento, mi instrucción es: “Haz lo que quieras”, porque es tu vida, confió en ti y lo que te tenía que enseñar, ya te lo enseñé… ¡Así de sencillo!
Un saludo, una reflexión.