Una joya llamada Soumaya
MORELIA, Mich., 30 de septiembre de 2018.- Si el francés Augusto Rodin estuviera vivo, el museo Soumaya sería una escultura más de su vasta colección. Sin duda alguna, sería una pieza de arte, de esas que adquieren anatomía propia, se agrandan y terminan por vivir independientes. La estructura rompió todos los paradigmas arquitectónicos desde su creación en 2011. Supone un parteaguas en la era moderna de Ciudad de México. Representa la vanguardia del arte.
Como toda obra asimétrica, su diseño recae en una subjetividad de lo que el visitante quiera percibir. Hay quienes comparan el edificio con un reloj de arena invertido, otros lo asemejan a un moderno Taj Majal y lo más imaginarios dicen que la estructura se parece a un panal de abejas. Sea cual sea la interpretación, lo cierto es que Soumaya se erige como una verdadera joya, en el centro de la Plaza Carso, en Polanco, una de las colonias más prominentes de CDMX.
Pararse en frente del museo en alguno de los cuatro costados sumerge a cualquiera en un estado de asombro. El amasijo brillante y plateado, que pareciera alcanzar las nubes, impresiona a simple vista. De hecho, en las inmediaciones hay bancas de esas que están dentro de las salas de exhibición de cualquier museo, usadas para dejar perder la vista en cualquier obra de arte. Sentarse en alguna e intentar responder la pregunta ¿cómo lograron construir el edificio?, seguramente es un acto que hará más de una de las cerca de 2 millones de personas que lo visitan cada año.
La edificación de 46 metros de alto, recubierta por 16 mil placas hexagonales de aluminio brillantes que parecen flotar sobre su superficie, separadas por milímetros unas de otras, alberga dentro más de 60 mil piezas de arte de la Fundación Carlos Slim, en 6 mil metros de exhibición distribuidos en seis pisos; todos con geometría diferentes.
Recorrer las rampas en espiral que llevan a cada una de las seis salas del museo es adentrarse en un viaje por el mundo admirado del arte internacional. Un boleto en primera clase para observar pinturas y esculturas famosas de más de una docena de colecciones, que van desde maestros europeos a obras de arte mexicanas del siglo 20.
Y como en todo viaje, las escalas existen. Una de las paradas obligatorias en este recorrido cultural es una escultura representativa de El Pensador, tal vez, la obra más famosa de Rodin, y el óleo Cabaña con campesino regresando a casa, de 1885, del pintor holandés Vincent van Gogh. Vale destacar que las únicas tres piezas de este artista en México están en Soumaya.
En el museo de uno de los hombres más ricos de todo el mundo también comparten sala Salvador Dalí y Picasso, escoltados por Diego Rivera y Rufino Tamayo en un envolvente espacio en el que la luz natural solo penetra en el último piso, al que únicamente se puede llegar a través de una rampa.
El nombre de uno de los considerados diez museos más espectaculares del mundo, al lado del Oscar Niemeyer en Brasil, o el museo de Arte Islámico en Doha, lleva el nombre de quien ya no está, pero sirvió de inspiración para su creación: Soumaya Domit, esposa de Slim. El magnate mexicano comenzó a coleccionar arte en su luna de miel a finales de la década de los sesenta para complacer el gusto artístico de su mujer, fallecida a los 50 años.
Ahora, la recopilación de obras privada más grande de México es exhibida en su propio templo en honor a ella, cuya construcción costó más de 47 millones de euros, edificada por el arquitecto mexicano Francisco Romero, yerno de Slim.
Una fundición de la obra La Puerta del Infierno de Rodín les da la bienvenida a los visitantes del museo, en el vestíbulo, donde se exhiben otra decena de piezas, está el teatrino para 350 personas, una tienda de arte, un café y una sala de internet gratuita. Una de las guardasalas que saluda al entrar da una valiosa recomendación: “Lo ideal es recorrer todo el edificio, desde el ultimo piso hasta la planta baja”.
Vale la pena hacer caso. El recorrido comienza como termina o viceversa. En el último piso, que parece un jardín iluminado por los rayos de luz que resplandecen en la estructura metálica, está la exhibición La Era Rodín, la colección más grande fuera de Francia del escultor.
No hay escaleras, solo una rampa en espiral que conecta los seis pisos, lo que la hace perfecta para personas con discapacidad motora. La propuesta no tiene un tradicional discurso cronológico. A diferencia, cada piso es temático, lo que lo hace aún más atractivo. De las seis salas; cinco son permanentes y una (la quinta) es para muestras itinerantes. En la actualidad, en este piso está una recopilación de obras del pintor francés Maurice de Vlaminck.
El interior de la estructura deslumbra tanto como su fachada. Paredes blancas, mármol y minimalismo conducen a cada una de las exhibiciones. Del Impresionismo a las Vanguardias, Antiguos Maestros Europeos y Novohispanos, Asia en Marfil y De oro y plata: artes decorativas, que incluye una colección de monedas, medallas y billetes que van del virreinato a la era posrevolucionaria de México completa el viaje de cada visitante.
El recorrido puede iniciar o terminar en el vestíbulo apreciando el mural Río Juchitán, realizado en vida por el artista mexicano Diego Rivera.
Los visitantes salen de la joya tan maravillados como cuando entraron. No hay desperdicio en ninguno de los 6 mil metros de exhibición, no es para ir una sola vez. “La exhibición de esculturas, principalmente de Rodín, es un gran preámbulo para contemplar La Puerta del Infierno, basada en la Divina Comedia de Dante”, comenta Maricruz, residente de Querétaro.
Por su parte, Jorge, otro turista, describió su experiencia dentro del Soumaya así: “un museo con una forma bastante peculiar y moderna que invita a tomarse muchas fotos, y por dentro un museo de primera. Muy bonito todo”.