Jorge Reza y el dedazo: Coordinadora ¿de qué?
El dedazo en México fue la práctica autoritaria con la que mejor se caracterizó el absolutismo del Presidente de la República en las épocas de la dictadura perfecta. El dedo presidencial nominaba fácticamente a los gobernadores que habrían de ser “electos” durante su gobierno, pero primordialmente designaba a su sucesor, buscando inútilmente la lealtad del favorecido, aunque obteniendo siempre impunidad total.
Fue Carlos Salinas el último Jefe de Estado que alcanzó a materializar ese poder, designando a Ernesto Zedillo en sustitución de Luis Donaldo Colosio. Su propio dedazo por parte de Miguel de la Madrid se había dado en medio de la mayor crisis de legitimidad que enfrentó el PRI.
En 1986, desde las mismas filas del partido de Estado, había surgido una rebelión, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, que enarboló como banderas de lucha la reivindicación del estado social como respuesta al neoliberalismo del gobierno en turno, y la democratización del proceso sucesorio como alternativa a un sistema desacreditado y decadente.
Surgió así la Corriente Democrática, un movimiento sin precedentes en el partido del gobierno que topó con el férreo autoritarismo del régimen, operado por el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlet Díaz. Cárdenas logró la mayor convocatoria jamás registrada para enfrentar al sistema; se consolidó una amalgama de actores políticos y organizaciones sociales que nadie hubiese imaginado.
El nacionalismo revolucionario, desprendido del sistema, ahora lo desafiaba con el apoyo casi unánime de la izquierda. El mundo era testigo de una irrupción ciudadana sin precedentes en el ámbito de los regímenes de partido de Estado.
Por primera vez se abarrotó el sitio político emblemático del país: el Zócalo pasó de ser escaparate de la parafernalia oficial, a ser espacio de movilizaciones ciudadanas de las más distintas expresiones de lucha civil. En el flanco derecho, Manuel Maquío Clouthier dio su batalla con un estilo recio, muy diferente a los usos y costumbres del PAN de antaño.
Sin embargo, hubo alguien que decidió no participar en aquellas batallas, alguien que no fue testigo de los actos en La Laguna, en Michoacán; en Guerrero, en la UNAM, alguien que no gritó en las bocacalles de la plaza de la Constitución exigiendo democracia, que no vibró con las notas del himno nacional en el cierre de campaña, alguien, en fin, que no marchó codo a codo con Cuauhtémoc, Rosario Ibarra y Clouthier, exigiendo limpiar la elección; ese alguien fue Andrés Manuel López Obrador. ¿Por qué? Eso tendría que responderlo él, y jamás lo ha hecho.
Y es que los motivos personales del joven Andrés, en ese momento, eran más poderosos que la rebelión cívica nacional que buscaba transformar a México. Él no se sumó nunca a la combativa Corriente Democrática del PRI, partido en el que militaba y del que salió, ya pasada la fraudulenta elección de Salinas, candidato por el que consecuentemente habría votado.
Era tradición política, muy tropical del caduco sistema, que el primer destape del nuevo presidente era Tabasco, cuando el recién ungido había pasado la prueba de las urnas. Salinas no quiso ser la excepción.
En medio de una dura etapa de protestas contra el fraude electoral, que costaron la vida a muchos de los actores de aquellas jornadas, en agosto del 88 el nuevo todopoderoso del PRI emitió su primer dedazo, que no apuntó al precandidato de Enrique González Pedrero, (gobernador con licencia e ideólogo en la campaña de Salinas) precandidato que era nada más y nada menos que Andrés Manuel López Obrador. Salvador Neme Castillo sería el candidato oficial y en consecuencia el gobernador.
El delfín de González Pedrero, que dócilmente esperó la dedo-señal, resultó no ser el encuestado. Graco Ramírez, otro de estirpe tabasqueña, acercó y propuso a López Obrador como candidato de Frente Democrático Nacional para contender por su terruño.
Años después, ya en las cumbres del poder, después de presidir al PRD y gobernar la capital, el dedito de las conferencias mañaneras estrenó su enorme potencial y operó su propia sucesión: Marcelo Ebrard. Otro novel izquierdista, ex salinista, era designado candidato y consecuente Jefe de Gobierno.
Vino la ruptura con sus aliados, los chuchos y otras corrientes se quedaban en el PRD, mientras Andrés, sus seguidores incondicionales y su enorme cauda mediática se concentraron en formar Morena.
Ya instalado en su nuevo partido, con el puesto formal de presidente del Consejo Nacional, mientras un florero fungía como “presidente” del partido, con el poder absoluto que ejerce a cabalidad, fue que el dedazo se realizó con absoluta holgura, sin rubor y sin cuestionamiento alguno de la disciplinada y fiel militancia morenista.
El 8 de junio de 2014, Andrés cierra un mitin en Acapulco y expresa: “yo creo, y eso lo pongo a consideración de ustedes, que ustedes vayan pensando, que en su momento sea Lázaro Mazón el candidato de Morena, mañana vamos a hablar de ese asunto”.
Semanas antes había destapado a María de la Luz Núñez para Michoacán, en un comunicado oficial: “tiene una trayectoria de lucha muy importante, es una mujer con convicciones y principios, así como con carácter y arrojo”, dijo López Obrador. Así, con formas similares, el dedazo favorecía a Yedicol Polensky en Naucalpan; a Layda Sansores en Campeche, etc.
En Guerrero, los morenistas tuvieron que modificar lo que “venían pensando” y el dedo hubo de cambiar y apuntar hacia el joven Pablo Amilcar Sandoval, en una sustitución de emergencia, y es que trascendió públicamente lo que López Obrador bien sabía: Mazón era socio y mentor del hoy poco recordado alcalde de Iguala, José Luis Abarca, a quien la gracia de la absolución del cambio verdadero ha redimido en su condena pública.
Cuando las falsedades se repiten, y se repiten, y se siguen repitiendo, la percepción pública va cambiando: así, los victimarios de los muchachos de Ayotzinapa y de los jugadores del equipo Abizpones de Chilpancingo (para los que no se demandó “justicia”), los que ordenaron su masacre, no fueron ni Abarca, ni los narcos, ni los jefes políticos que los promovieron, el culpable fue el Estado, decretó la sentencia gobeliana.
En el cambio de candidato, los sobrados elogios al médico Mazón, que semanas antes salían de la garganta de Andrés, regresaron por el mismo conducto, en un trago duro, pero eficaz, jamás un solo reproche a su ex favorecido. Quizá pronto éste pase al purgatorio, pero ahora su lugar está en el limbo.
Quienes han vivido la política desde el PRD y Morena y conocen de cerca a López Obrador, saben bien de las tantas ocasiones en que su persona ha decidido candidaturas y cargos; que van desde el destape de Juanito en plaza pública, hasta discretísimos coloquios con los beneficiados.
Únicamente vale la pena reparar en uno más, relevante a la luz del ahora su muy cuestionado destape en la capital. Hace tres años, Andrés Manuel “concedió una entrevista” a algún publicista de su movimiento. El objetivo fue claro y directo: en aquella ocasión el dedazo fue audiovisual, sin tapujos, eufemismos, encuestas o tómbolas. “Ricardo es de primera… a Ricardo lo necesitamos como defensor de la soberanía (¿?) en la delegación Cuahutemoc”, contestó López Obrador cuando el entrevistador le pidió que, “viendo a la cámara”, enviara un “mensaje”.
Cerrando con broche de oro la deleznable práctica del dedazo para 2018 en la capital, la maniobra fue coronada con una gran mentira o un eufemismo legal, una vulgar coartada para violar la ley, la norma que prohíbe los actos anticipados de campaña. Fue precisamente esa la razón del dedazo-destape-madruguete: posicionar a su candidata antes de los tiempos establecidos en el marco legal, para darle una ilegítima ventaja sobre los candidatos que sí piensan respetar las instituciones legales.
Al anunciar oficialmente el dedazo, la “dirigencia” de Morena en la ciudad precisó que en realidad encuestaron a la titular de una “coordinación de organización” —instancia inexistente en los estatutos del partido— y no lo que TODO mundo sabe: que la favorecida (como ella misma lo declaró, usando el rancio lenguaje priísta) es la real CANDIDATA de Morena.
Estos son los del partido donde, dicen ellos, “no mienten, no engañan”, y luego niegan, cuando se afirma que en realidad lo que hacen es restaurar al viejo PRI y sus peores prácticas.