En México puedes no ser católico, pero sí guadalupano: Papa a Embajador
MORELIA, Mich., 24 de mayo de 2020.- El cabalístico viernes 13 de diciembre de 2019, en el Palacio Pontificio del Vaticano, todo estaba listo para la solemne e impresionante ceremonia en la que el Papa Francisco recibiría la Carta Credencial del nuevo Embajador de México ante la Santa Sede, Alberto Barranco Chavarría.
A las 10 de la mañana en punto, frente a la embajada de México, ubicada en Vía Ezio número 49 en Roma, Italia, las cámaras de seguridad del inmueble registraban la llegada de un automóvil último modelo, negro, portando a los costados las banderas de México y del Vaticano. Una patrulla de la Policía italiana lo escoltaba y ambos esperaban la aparición del nuevo embajador mexicano para conducirlo hasta el Palacio Pontificio.
Alberto Barranco, destacado historiador y periodista, debutaba ahí como Embajador. Impecable en el vestir con su frac con chaleco negro, apareció sereno ante quienes lo esperaban. Escondía, sin embargo, esa gran emoción que un nombramiento de esa talla le produce a quien lo ha ganado a pulso… y también, esa clara y justa preocupación inherente a la certeza del peso que la responsabilidad enorme de representar a México significa para él, y para cualquiera.
Al llegar al Palacio Pontificio, fue recibido por una escolta de la Guardia Suiza y dos voluntarios de la Santa Sede, que son quienes se encargan de conducir al visitante distinguido hasta la Oficina Principal del Pontífice. Así, sin pérdida de tiempo, el Jefe de Protocolo le ofreció una breve, pero cordial bienvenida.
Es muy posible que, en sus años mozos, Alberto Barranco jamás imaginara que, siendo monaguillo de la Parroquia de San Cosme, en la colonia San Rafael de la Ciudad de México, su lealtad y la fe le llevarían, años más tarde, a convertirse en el representante del país al que tanto ama y en la Santa Sede.
Con un gesto de total fraternidad y cordialidad, el Papa Francisco saludó de mano al Embajador mexicano, así como a los principales funcionarios diplomáticos que prestan sus servicios en la embajada de México en El Vaticano. Ellos ya le habían manifestado su respeto y admiración.
La ceremonia era muy emotiva. Como parte del protocolo diplomático establecido, el nuevo embajador mexicano y sus acompañantes entregaron al Papa Francisco algunos obsequios, entre ellos, una medalla de plata con la imagen de la Virgen de Guadalupe. El alto Prelado la tomó entre sus manos y la besó, en señal de respeto.
Los visitantes le ofrecieron también una canasta de dulces regionales mexicanos, los de amaranto, conocidos como “alegrías”, que habían sido especialmente elaborados para él, por un artesano mexicano de Tláhuac, confitados con aderezo de nueces, piñones y almendras.
La sonrisa en los labios del Papa Francisco gratificó a sus visitantes. Sencillo como él es, tomó del brazo al flamante embajador mexicano, y en su charla, fue mostrando el interés personal que tiene por la cultura y la historia de México.
Fue el momento exacto y que supo aprovechar el embajador para entregarle un ejemplar del libro Ciudad de Historias, publicado en México por Editorial Penguin Random House, del cual es autor el embajador y, con el sentido del humor que caracteriza al Santo padre, expresó su convicción a don Alberto de que, en México, algunos pueden no ser católicos, pero sí son guadalupanos… La sonora carcajada de ambos remató la acotación papal.
Momentos más tarde y en conversación de carácter privado, el Papa Francisco y el Embajador mexicano hablaron acerca de los programas sociales puestos en marcha por la actual administración federal, pidiéndole al Embajador azteca que le transmitiera un saludo del Papa al Presidente mexicano.
Una vez concluida la ceremonia con el Papa Francisco, el embajador Barranco Chavarría, quien a partir de ese momento lleva sobre sus hombros la delicada y honrosa responsabilidad de representar a nuestro país ante la Santa Sede, sostuvo un encuentro privado con el cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado del Vaticano, a quien le planteó los planes para estrechar la relación diplomática que existe entre México y El Vaticano.
Finalmente, y acompañado por la escolta de guardias suizos, el Embajador pudo visitar la Basílica de San Pedro, recibiendo explicaciones históricas por parte del Abad. Terminó su recorrido ante el Altar Mayor, en donde se ubica la tumba de San Pedro, considerado como el pilar del catolicismo mundial y el lugar donde el Papa Francisco celebra sus misas.
A cinco meses de haber asumido esta honrosa comisión diplomática, instalado ya en su oficina de la embajada mexicana, un poco más relajado, el Embajador Barranco Chavarría acepta por primera vez conversar, vía telefónica con Quadratín, sin poder esconder su alegría y emoción por esta histórica e inolvidable experiencia que está viviendo…
—A lo mero macho, ¿qué siente ser Embajador de México en el Vaticano?
—Pues a lo mero macho, le respondo que es una enorme distinción representar a nuestro país en el extranjero, sobre todo, ante la Santa Sede por su relevancia moral a nivel global.
—¿Qué imagen se tiene de México y del delicado momento que vive?
—Considero que nuestro país, de cara a la experiencia vivida en Italia, saldrá mejor librado frente a la pandemia, dado que se está actuando con responsabilidad por las partes. Lo lamentable es la insistencia de opositores en golpear al Gobierno, que lo distrae de la concentración requerida. Pareciera que el odio vuelve agoreros del infortunio a quienes perdieron privilegios con una administración distinta.
—Cuando fue monaguillo en la parroquia de San Cosme, ¿imaginó que un día representaría a nuestro país en la Santa Sede?
—¡No! En realidad, yo no pedí ni busqué el cargo…
—¿Si no lo pidió ni lo buscó, entonces porque lo aceptó?
—Lo acepté por considerarla una responsabilidad ineludible como mexicano y como católico.
—No obstante esta honrosa distinción, ¿Alberto Barranco sigue siendo fiel a sus convicciones?
—A mí me mueven mis convicciones sociales antes que el poder.
—¿Cuáles son las principales tareas de un Embajador en el Vaticano?
—Sin soslayar la laicidad del Estado Mexicano colocada como mandato constitucional, la tarea de un embajador en el Vaticano es la de estrechar los vínculos en el plano cultural, incluida la posibilidad de investigación histórica y tratando de empatar los pronunciamientos para integrarlos en sintonía al marco multilateral.
—¿Una aportación cultural mexicana a la alta esfera del poder eclesiástico?
—En Italia hay mil 500 religiosos, sacerdotes, monjas y jerarcas mexicanos a quienes brindamos diversos servicios, no solo consulares, sino culturales.
—¿Se vive bien de embajador, rodeado de lujos?
—Qué buena pregunta me formula. La residencia a la par de las oficinas de la embajada, tienen un escenario acorde con la representación y el esquema de austeridad del actual Gobierno mexicano, es decir, una imagen digna y de absoluta austeridad republicana.
—Cuando presentó su Carta Credencial con el Papa Francisco, ¿qué le dijo?
—Me sorprendió muchísimo la conversación que tuve el honor de sostener con el Papa Francisco, pues me habló de la riqueza de la cultura e historia mexicana, así como de los difíciles momentos en los que se vive ante la ola migrante y el rechazo a recibirla por parte de los Estados Unidos, elogiando la actitud humanista del gobierno mexicano.
—¿Qué impresión le causó?
—Me pareció un líder impresionante, pero también, un ser humano que sufre por las tragedias de los diversos países.
—¿Percibió su preocupación ante el rostro mortal de la pandemia Covid 19?
—Ante la pandemia, pareciera que carga no una, sino 100 cruces.
—A lo mero macho, ¿demostró estar afligido por el dolor que están sufriendo millones de personas en todo el mundo?
—Es un hombre auténtico en todos los sentidos, además, denoté que es un gran ser humano, humilde y extremadamente sensible.
—¿Qué se siente estar frente a una personalidad de tal estatura?
—Por supuesto que impresiona muchísimo la figura del Papa Francisco, pero al mismo tiempo, pude percatarme de su excelente sentido del humor, esa humildad que transmite y que da confianza.
—No me diga que no le dieron ganas de entrevistarlo
—Pues sí, pero no se puede ser juez y parte.
—A lo mero macho, ¿es mejor ser borracho que cantinero?
—Uf, Edmundo, con tus preguntas me pones en un dilema.
—Al término de esta honrosa comisión, ¿regresará a la televisión o de plano se retira?
—Soy y seguiré siendo periodista y escritor durante el resto de mi vida.
—¿Ahora tendrá muchísimas más historias que contar..?
—Mientras siga gozando de salud, seguiré escribiendo y difundiendo nuestra cultura, la historia… que es inagotable.
—¿Ahora sí escribirá sus memorias?
—Creo que cada vez está más cercana la hora de empezar a escribir más que mi vida, lo que me ha rodeado a lo largo de ella.
—Sin la enorme investidura de ser embajador, ¿cómo le va en la vida?
—Pues gracias a Dios me va muy bien, me siento muy contento. La mayor felicidad del ser humano no está en el dinero ni en las cosas materiales, sino en las cosas que uno desarrolla y que lo satisfacen completamente.
—La neta, ¿pesa mucho ser un líder de opinión que hasta lo convirtió en embajador?
—Uf, vaya pregunta, me siento muy contento con lo que hago, poder llevar a cabo una interesante tarea de investigación.
—Ya que habla de investigación, ¿es verdad que siempre quiso ser detective?
—Ja, ja, ja, me gusta que seas tan acucioso. De niño me encantaba investigar y meterme a los archivos.
—¿Un niño que nació en pañales de seda?
—¿Pañales de seda?, bueno hubiera sido. Provengo de una familia de clase media/baja. Mi papa trabajaba en una carpintería donde fabricaban muebles maravillosos, desgraciadamente no contaba con muchos recursos para poner su propia mueblería
—¿Duele ser pobre?
—Uf, no es que duela ser pobre. Vivíamos en una vecindad en la calle Gómez Farías, después nos cambiamos a Narvarte. Fue una vida precaria, siendo adolescente y con el apoyo de un amigo, aprovechamos que su papá tenía un expendio de petróleo y nos pusimos a vender combustibles para el boiler.
—¿Abusadillo desde chiquillo?
—Posteriormente vendíamos “el alma” de los cinturones para damas con una capa de plástico y nos dio enormes satisfacciones al permitirnos vivir al día, pero sin deudas.
—¿Cuál era su juguete favorito?
—Sin el deseo de querer aparentar de presuntuoso, más que un juguete, me llamaban muchísimo la atención los libros. Desde muy pequeño me acostumbré a leer los periódicos, pues mi papá tenía una suscripción de El Universal y me gustaba mucho leer las crónicas policiacas, que a veces, llenaban páginas completas.
—¿En verdad le atraía la página roja?
—Uy, me sabía de memoria los casos más escandalosos que impactaban a la sociedad…
—¿En la escuela, un niño de puros dieces, del montón o un burrito?
—Ja, ja, ja, la verdad de las cosas, en la primaria llegué a ser el abanderado por tener el promedio más alto de la escuela.
—¿En la secundaria se transformó en un auténtico nerd?
—Por cosas fortuitas de la vida, en la secundaria estaba yendo también a la Preparatoria No. 2, porque era el mismo plantel. A los 11 años tenía acceso a las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México y convivía con personas mayores que yo. Aunque parezca increíble, no tenía amigos de mi edad. A los 13 años era ya un jugador de futbol americano de la UNAM en liga intermedia.
—¿Pero también quería ser sacerdote o no fue así?
—No precisamente, siendo muy chico fui monaguillo de la Parroquia de San Cosme en la colonia San Rafael de la Ciudad de México.
—¿Un periodista tocado por la mano de Dios?
—Ja, ja, ja, uno de los primeros textos que escribí fue sobre los 300 años de la historia de esa iglesia y me fue llevando a un escenario de acuciosidad en la investigación.
—¿Ya deseaba ser un destacado periodista?
—No, por supuesto que no. De niño, las únicas perspectivas y sueños eran cumplir con las obligaciones escolares y deberes hogareños.
—¿Alberto Barranco nació solo para escribir libros de biblioteca?
—Qué pregunta tan interesante me hace y le agradezco mucho. Me han propuesto que escriba libros de coyuntura sobre escándalos financieros, fraudes de empresas que han quebrado, pero la verdad, es algo que no me atrae…
—¿Es verdad que fue mejor el México de antes y se han perdido los valores?
—Sin ser fetichista y pensar que el tiempo actual es caótico, la verdad es que se perdieron muchas cosas, por ejemplo, en la calle Gómez Farías, que en ese tiempo era muy amplia, todos los domingos jugaba fútbol con mis amigos, por cierto, uno de ellos llegó a ser portero del Atlante, Armando Franco.
—¿Los verdaderos amigos duran para siempre?
—Recuerdo a un sacerdote que nos regaló una patineta gigante de lámina, nos íbamos al Monumento de la Revolución para deslizarnos sobre la pendiente y con la velocidad que agarrábamos casi llegábamos hasta Insurgentes. En ese entonces no existía tanto tráfico que pusiera en peligro nuestras vidas, además, existía un absoluto respeto hacia la familia.
—Ah, qué tiempos aquellos…
—No sabe cómo le agradezco me haga recordar cosas tan bellas que me sucedieron en mi adolescencia y juventud. Con mis amigos íbamos a jugar a Villalongin, justo en el Monumento a la piedra, que la gente conoce como Monumento a la Madre, pero la verdad es que es mucha piedra y poca madre... ja, ja, ja.
—¿Qué tenían las familias de antes que las actuales carecen?
—Qué buena pregunta me hace. Creo que lo que se ha perdido es la convivencia familiar; las familias nos reuníamos alrededor de un radio de bulbos para escuchar programas sensacionales...
—¿Qué programas de radio lograban atraparlo?
—En la radio de ese entonces había mucha creatividad. Cómo olvidar los programas de Francisco Gabilondo Soler, Cri Crí. La imponente voz de Arturo de Córdoba en su célebre programa de radio a través de la XEW: Apague la luz y Escuche. Quiero contarle que en el legendario Cine Ópera –que ya desapareció–, me tocó ver personalmente a Jorge Marrón, mejor conocido como el Dr. IQ, un hombre de personalidad impresionante, con una melena plateada por las canas de la experiencia y una memoria privilegiada...
—Usted no canta mal las rancheras, también posee una memoria envidiable...
—Durante muchos años me dio por declamar, aprenderme poemas de varios autores, creo que eso me ayudó enormemente a fortalecer la memoria. Por cierto, cuando estuve impartiendo clases en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García…
—¡Wow, qué honor ser profesor de su Alma Mater!
—Durante 20 años me hicieron el honor de invitarme a impartir clases sobre Géneros Periodísticos, columna editorial, ética periodística…
—¿Era un maestro barco?
—Lo que me hacía llorar de emoción, era ver a los alumnos cuando me imitaban en mis Crónicas de Leyendas Urbanas...
—No le saque... ¿Era un profesor barco o no?
—Ja, ja, ja. No, jamás fui un maestro barco, al contrario, se me pasaba la mano porque les dejaba demasiada tarea de investigación.
—A lo mero macho, ¿aquí nos tocó vivir?
—Sí, aquí nos tocó vivir, como dice la extraordinaria periodista Cristina Pacheco... ¡Y qué bueno! Le agradezco a la Ciudad de México tener tantos rincones coloniales, que aún conserve salones de baile, la posibilidad de comerse una charamusca en un mercado… Que aún tenga la posibilidad de hacer ferias como las de Tláhuac y Mixquic, entre otras; eso es parte de una rica tradición, que desde mi punto de vista debe preservarse.
—¿Recuerda cuál fue el primer artículo que publicó y cuánto le pagaron?
—El primer artículo que publiqué fue cuando estuve en la Preparatoria No 2, donde había un grupo de gente con ideas radicales de izquierda, de hecho, uno de ellos era el hijo del director de una revista política muy perseguida por el Gobierno. En la parte trasera de dicho periodiquito estaba mi artículo que hablaba acerca de las reformas del concilio…
—Alberto Barranco, ¿fiel a sus convicciones sociales?
—Por supuesto que sí. Me parece que vivimos en un país muy injusto y tenemos que cambiar. No es correcto que existan grupos sociales que tengan miles de millones de dólares, mientras hay millones de mexicanos muriéndose de hambre.
—¿Eso le resulta ingrato como periodista o como simple ciudadano?
—¡Uf! Como periodista, a veces no soy muy grato para ese tipo de gente, lo más importante es mantener una línea que no logre cambiar las circunstancias.
—¿De todos los medios de comunicación en los que ha incursionado, en cuál se ha sentido más cómodo?
—La verdad es que estaba muy contento en el periódico Reforma, pero también fui director de la revista Comercio que editaba la Cámara de Comercio de la Ciudad de México y se regalaba a los socios, con un tiraje de 50 mil ejemplares. Ahí comencé a escribir crónicas de la Ciudad de México.
—¿Cuál fue el primer periódico que le abrió las puertas?
—Ovaciones. Me encantaba escribir para Ovaciones de la Tarde porque tenía una demanda impresionante de lectores.
—¿En Reforma es donde se consolida?
—Cuando llegué al periódico Reforma, Ramón Alberto Garza me pide que todos los domingos escriba una crónica sobre la Ciudad de México, lo que significaba un verdadero gozo para mí.
—¿Ya empezaba a paladear las mieles del triunfo?
—Ja, ja, ja. ¿Qué le puedo decir? Fue tanto el éxito que tuvieron las crónicas en Reforma que dio lugar a la publicación de dos libros: La Ciudad de la Nostalgia. Actualmente colaboro para las revistas Contenido y Vértigo.
—¿Qué siente salir en la tele y que la gente lo identifique en la calle?
—Pues mucha responsabilidad. Cuando uno se convierte en figura pública hay que cuidarse mucho, es decir, no dar lugar a escándalos ni nada, aunque no soy proclive a ese tipo de situaciones.
—¿Qué es lo que más le emociona de su trabajo?
—Cuando un bolero, un barrendero, un taxista o de quienes suponemos que no les interesa en lo más mínimo la cultura, se me acercan para darme las gracias por los reportajes sobre la historia de la Ciudad de México, eso me emociona mucho.
—¿Le incomoda le pidan autógrafos o tomarse una foto?
—No, para nada.
—¿Le molesta o alimenta su ego?
—Soy una persona muy tímida o un tanto retraído. Cuando la gente se acerca, los saludo afectuosamente y hasta les doy un abrazo.
—¿Es verdad que la fama solamente marea a los pendejos?
—Ja, ja, ja, pues no lo sé porque no soy famoso…
—¿Cómo le hace para no perder esa sencillez?
—Jamás hago mi trabajo pensando en la fama, simplemente envío mensajes a través de la televisión. Lo que sí me interesa es que la gente sea receptiva.
—Cuando le piden limosna o de comer, ¿se ofende?
—Déjeme contarle que en una ocasión se me acercó una señora de edad avanzada, se veía que estaba completamente ciega. Cuando extendí la mano para saludarla y escuchó mi voz, de inmediato me dijo que yo era Alberto Barranco, que salía en la radio y que siempre me escuchaba.
—¿Qué sintió?
—¡Uf..! Me quedé completamente mudo, se me salieron las lágrimas de agradecimiento. Algo parecido me sucedió cuando estaba grabando un programa en la Lagunilla para ADN40, de pronto, me hablaron varios locatarios para decirme que estaban checando todo lo que decía.
—¿El periodismo es alcahuete, se manipula según el sapo la pedrada?
—Desde luego que sí.
—¿Es una falacia afirmar la existencia de la objetividad en el periodismo?
—No se puede ser neutral totalmente. Un periodista tiene convicciones, de hecho, tan es así que en los periódicos europeos hay una cláusula en donde, si el periódico cambia de tendencia ideológica, el periodista puede solicitar su relevo y que lo liquiden.
—¿Qué duele más, meter la pata que ofrecer disculpas?
—Uf, creo que las dos cosas. Cuando uno ofrece disculpas, es porque sabe perfectamente que metió la pata.
—¿Cuántas veces trataron de coartar su libertad de expresión y quién?
—Uf, muchísimas veces, infinidad de presiones y de todo tipo.
—¿Alguna orden presidencial para silenciarlo?
—Aunque he recibido muchísimas amenazas, ninguna ha sido proveniente del Presidente de la República en turno.
—¿Se llena de pavor y decide tirar la toalla?
—Cuando uno se preocupa, se autocensura… He tenido un sinnúmero de demandas.
—¿Se puede saber quién lo demandó?
—Napoleón Gómez Urrutia me demandó por supuestas informaciones difamatorias, sin embargo, el asunto lo gané en todos los terrenos y cuando llegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, declinaron a mi favor.
—Ahora que Gómez Urrutia es Senador y usted embajador…
—Que la historia juzgue a este señor. Quedó muy claro que no soy un periodista difamador, manipulador o tendencioso contra determinada persona. Cumplo fielmente con mi cometido de informar.
—¿Un periodista tiene caducidad?
—Wow, qué pregunta tan interesante me hace. La caducidad no la da la edad, sino cuando pierde el interés de los lectores.
—¿Un periodista se tiene que retirar a tiempo?
—No, para nada. Ha habido destacados periodistas que han muerto en la raya como Miguel Ángel Granados Chapa, Jacobo Zabludovsky. Tuve el honor de conservar una amistad entrañable con Don Julio Scherer García.
—Alberto Barranco aparece en varios medios. ¿Enciende varias veladoras por si se le apaga alguna?
—Lo dijo usted de manera muy sabia. Si se llegar a terminar lo que hago en televisión, pues me queda hacer mi crónica o la columna, etcétera.
—¿Un periodista nace o se hace?
—Creo que nace y se hace. Un periodista posee la inclinación... Una persona que no manifiesta ningún interés en los periódicos o en los noticieros, por supuesto que no puede ser periodista.
—¿El periodismo convierte en millonarios a quienes se dedican a esto?
—Aunque hay algunos casos de periodistas con enriquecimiento espectacular, quiero decirte que no. El periodista es un humilde servidor al servicio de la comunidad. Será la misma comunidad quien lo levante o sepulte.
—¿Así de cruel?
—Ni más ni menos.
—¿Qué siente estar del otro lado de la grabadora?
—Una enorme satisfacción y me hace reflexionar que un compañero piense que el que habla, diga algo interesante.
—¿Se siente en el banquillo de los acusados?
—Por ahí dicen que para saber mandar, primero hay que saber obedecer, y la verdad, es que me sorprendiste por esta amena entrevista y vía telefónica…
—¿…por qué me cantinflea y le da vueltas al asunto?
-Ja, ja ja. El día que salí de la Cámara de Comercio, me quité la corbata y el saco. Decidí jamás regresar al escenario contrario, volver a ser cantinero, y opté seguir siendo borracho hasta que muera.
—¿Le gusta verse en la tele?
—Uf, cada pregunta que me haces me tienes todo desconcertado. Generalmente no me gusta verme en la tele.
—¿Le tiene miedo a la muerte?
—¡Para nada! Conservo muy bien el ejemplo de mi mamá. Seis meses antes de morir, me pidió la llevara a su pueblo en el estado de Hidalgo. Se llevó una cajita con una serie de regalitos que fue entregando uno por uno a sus conocidos, luego, me pidió que no la dejara morir en un hospital sino en su casa, fue una enorme enseñanza para mí.
—Alberto Barranco, el embajador, ¿en que ocupa su tiempo libre?
—Estoy tratando de familiarizarme con la tecnología, envío tuits, reviso Facebook y WhatsApp.
—¿Alberto Barranco tiene ídolos?
—¡Claro!, soy un hombre como tú y como cualquier otro. Las personas que siempre admiré y respeté mucho fueron Julio Scherer García, Vicente Leñero, Martin Luther King y Benito Juárez.
—Si entrevistara a Dios, ¿que le preguntaría?
Se queda callado y me percato que suspira profundamente y responde: —Jamás me habían entrevistado de tal manera, me dejas sin palabras, pero respondiendo a tu pregunta: le preguntaría hasta dónde tienen los humanos la posibilidad de libre albedrío.
—¿A qué Alberto Barranco prefiere: al periodista, el escritor, al embajador o al hombre?
—¡Híjole!, la verdad no sé qué responderte, sin temor, te digo que a cada uno de ellos, porque todos forman uno solo.
—¿Su música predilecta?
—Soy un apasionado de los boleros.
—¿Su escritor favorito?
—José Revueltas, un hombre de enorme talla con su libro Dios en la Tierra.
—Señor Embajador, muchas gracias por su tiempo, ¿desea agregar algo más?—El agradecido soy yo. Me gustó muchísimo la entrevista, reconozco tu acuciosidad, la agudeza de tus preguntas. Te felicito, tienes un enorme talento, eres muy profesional y, por favor, un saludo cordial y respetuoso a los lectores de Quadratín.