Cárteles hicieron de Apatzingán un basurero humano: Padre Goyo
APATZINGÁN, Mich., 16 de septiembre de 2020.- Los cárteles que se disputan la Tierra Caliente michoacana hicieron de Apatzingán un basurero humano, afirma el padre Gregorio López Gerónimo, mejor conocido como padre Goyo, quien asumió la tarea de recoger esa basura humana que tiran a las calles, cuando no los matan.
Son los cocineros que, luego de forrar de billetes a los capos, acaban como desechos humanos que hasta hace poco deambulaban por las plazas, los camellones, las fuentes, pero ahora están en un albergue en donde se ayudan unos a otros.
Norberto Aguirre, es uno de ellos y cuenta que era un perro callejero hasta que llegó al albergue hace ya casi un año, donde sus compañeros son ahora como su familia ya que él no es de aquí, vino de Guerrero, del municipio de Coyuca.
“Vine a Apatzingán sobre del trabajo, al corte de limón que es el número uno, es un trabajo de todo el año, no hay distinción, pero el dinero es para darnos la mano aquí entre todos. Yo, después de mi jale, de mi trabajo, me dedico a dar remedios naturales y si no los tengo voy y los traigo.
“Cualquier nervio o descompostura, en huesos ya no entro yo es otro sistema, pero una torcedura un dolor de espalda ahí entró yo o, el estrés, el masaje es lo importante porque aquí tenemos en las manos una vibra que es positiva y yo no lo hago por dinero, me da risa porque no cobró, es un trabajo voluntario, si dicen ahí te va para un refresco, bienvenido”.
Norberto considera que está bien, aunque tiene unas fallitas en su salud, síntomas de anemia y cataratas que le molestan con la luz solar, pero de noche dice que puede ver desde Apatzingán hasta Japón y aunque se encuentra bien en el albergue, en la calle no le iba mal porque hay benefactores que les llevaban comida todos los días.
Especialmente, recuerda a doña Viki que los fines de semana iba y les regalaba 50 pesos a cada uno de ellos, a pesar de que sabía para qué los iban a utilizar y también les llevaba uno o dos kilos de carnitas que cuando se las comían daban envidia a los que pasaban. Pero también hay algunos egoístas que en el mercado no les permitían siquiera levantar del suelo una manzana, una cebolla o una zanahoria, acción para la que no encuentra palabra para definirla.
Norberto no tiene planes para irse del albergue ni de Apatzingán porque aquí se siente protegido y puede salir y aunque sabe que a sus 63 años no se va a hacer ingeniero, pero sí puede mantenerse en el nivel que está porque le dieron la mano.
Como él hay otros 10 hombres en el albergue, cuyo patrocinio coordina el padre Goyo y que no es más que un galerón, sin puertas ni ventajas y aun así el olor a orines penetrante. Lo único que hay son algunas camas y sillones desvencijados, mucho para quienes antes vivían en los quicios de las cortinas de los negocios abandonados.
Juan Gómez es el encargado del albergue y asegura que todos salen a trabajar, menos uno que está incapacitado, a quien sus familiares lo fueron a dejar porque hay que cuidarlo, bañarlo y darle de comer y ya no querían hacerse cargo de él.
A ese lugar también llegan ancianos que sus familiares tiran a la calle y los recoge Protección Civil y los lleva ahí a esperar a que se mueran porque, a pesar de que hay un asilo, requieren cuidados que nos les pueden dar. El último que llevaron era de Nayarit, ya grande, de 85 años, tardó 25 días en morir.
Juan es el responsable de vigilar que todos estén de regreso y acostados a las 21:30 horas, cuando se apagan las luces del albergue y por la mañana, luego de desayunar uno de los paquetes que se consiguen a través del DIF, avisan a dónde van a ir a trabajar o si se van ausentar más tiempo. Todos tienen la obligación de ayudar con la limpieza.
Juan como Norberto y como los otros nueve hombres que el 13 de septiembre estaban ahí, no tiene familia ni hogar y había necesidad de hacer algo por ellos dice el padre Goyo quien se dio a la tarea de conseguir apoyo de la gente de buena voluntad para ayudarlo.
“El Papa nos insiste en una iglesia de salida hacia las periferias y hoy hay mucha gente en las periferias, había necesidad de ir a recoger esa basura humana y hacernos amigos… hoy mi interpretación del evangelio es escuchando a esa gente, no a los sabios y entendidos, a la gente ignorante, a esa gente, a los desechos humanos, ahí es donde yo he encontrado el rostro de Cristo”.