Camécuaro: verdor con aromas a campiña y fogones
![](https://www.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2017/07/DSC01864.jpg)
MORELIA, Mich., 15 de julio de 2017.- Estas mañanas nebulosas y frías, cuando las gotas de lluvia se funden en el verdor del lago de Camécuaro y provocan ondas que se multiplican y juegan con el reflejo del follaje de los ahuehuetes o sabinos, los aromas de la campiña y los fogones se mezclan y son arrastrados por el viento.
Uno mira, desde alguna de las bancas, las raíces de los sabinos añejos y arrugados que asoman a la superficie y forman trenzas que se prolongan a lo largo de la orilla del lago, donde adquieren formas que despiertan la imaginación y cautivan los sentidos. Los troncos retorcidos se unen como si alguien hubiera esculpido un lenguaje caprichoso.
Las burbujas de los manantiales surgen de la intimidad de la tierra y se funden en el manto acuático, donde las ramas se mantienen inclinadas como para complementar su belleza con sus tonalidades cafés y verdosas y complementarse con los matices azulados y grises del cielo.
Uno, al pasear y caminar por la orilla del lago de Camécuaro, en el municipio michoacano de Tangacícuaro, admira los troncos que emergen y extienden sus raíces hacia la tierra, entrelazadas un día y otro, tejidas durante años incontables, hasta formar nudos y figuras de natural encanto. Parecen brazos que agarran la tierra, la orilla. Es cierto, a los niños, a las familias, a los enamorados, a los turistas, a toda la gente le fascina tomarse fotografías en tal escenario y así raptar trozos, momentos, recuerdos de un rincón que parece arrancado de algún sueño.
Aquellos viajeros observadores, descubren que las ramas forman arcos y se extienden en busca, quizá, de un cielo pródigo que les regale calor y lluvia. Quienes desborden sus sentidos e imaginación en el paisaje, verán que el café de los troncos, raíces y ramas se mezcla en armonía y equilibrio con el verdor de las hojas, como si una madrugada o una tarde un pintor inspirado hubiera desbordado su imaginación sobre el lienzo de la naturaleza para aplicarle mayor belleza.
Si se le compara con los lagos michoacanos de Cuitzeo, Pátzcuaro y Zirahuén, el de Camécuaro parecerá una miniatura, una pieza de colección, una pintura que salpicó de un mundo mágico.
Uno camina a la orilla, entre las raíces de los sabinos, completamente arrobado. Las miradas de los turistas quedan atrapadas en una silueta y en otra de los árboles tan mexicanos, en la policromía acuática, donde moran peces y tortugas que coexisten con patos y otras aves como gorriones y tzentzontles.
Es increíble que un lago, expuesto en un paraje michoacano, despierte tantos sentimientos e ideas. El poeta, por ejemplo, se sienta en una de las bancas tapizadas por hojas y la sombra jaspeada que proyectan las ramas de los sabinos al recibir la mirada del sol, y escribe, quizá, los versos más subyugantes; el pintor, al fin artista, observa pacientemente, desentraña cada forma, color y encanto que le permiten trasladar una réplica, un trozo de aquel escenario lacustre a la blancura del lienzo; el músico cierra los ojos y escucha los rumores de la naturaleza con la intención de reproducirlos y cautivar los sentidos; el escultor mira las figuras de los troncos como invitación para cincelar la piedra yerta; los enamorados, en tanto, descubren el coqueteo de las hojas movidas por el aire y los micromundos dispersos en la tierra, próximos a la orilla, o tal vez caminan durante horas de ensueño; las familias y los amigos, por su parte, dejan en el carretón del olvido las horas de la rutina y se mecen en el columpio de la convivencia y las diversiones; el trotamundos y el turista seguramente tomarán fotografías con el objetivo de llevar copias del espectáculo en sus cámaras.
Las lanchas navegan suavemente. Reciben los ósculos del aire que arrastra los aromas de la campiña, de las montañas, de las cocinas rústicas. Los viajeros disfrutan un paseo, como también quienes deciden alquilar triciclos. Los remos de madera son hundidos en el agua y ofrecen al viajero, al turista, la emoción de navegar por el legendario lago de Camécuaro.
El canto de las aves y los graznidos de los patos, mezclados en notas impronunciables, se escucha hasta las pequeñas embarcaciones y la orilla del lago, desde donde ellos, los viajeros, los distinguen aglomerados en comunidades silvestres.
Dentro de un mundo acuático, carpas, mojarras, peces multicolores, truchas y tortugas se mezclan en la profundidad y enfrentan la difícil prueba de la coexistencia. Y mientras el viento riza la superficie del lago y forma filamentos con las nubes que más tarde vuelven a aglomerarse, se antoja caminar hasta el puente para admirar los trozos de belleza natural.
Hay quienes informan que el lago de Camécuaro cuenta con determinado número de manantiales, con sus grandes variantes, o que cada día son menos por el descuido y la falta de saneamiento; sin embargo, todos coinciden en que se trata de uno de los escenarios más hermosos de Michoacán.
Con la aurora, el turista advertirá que a una hora el lago se maquilla de azul y a otra se pinta de verde, y más tarde, en la noche, se enluta y permite que asomen los reflejos de la luna y las estrellas que alumbran los senderos y las bancas desoladas.
Proclives los mexicanos a salpicar los días de sus existencias con acontecimientos pintorescos e historias singulares, el pueblo purépecha almacena en su memoria colectiva la remembranza del legendario lago de Camécuaro, cuando en las horas prehispánicas se registró en aquellos parajes naturales el romance intenso entre un joven guerrero y una sacerdotisa cautivante, hermosa, que moraba en un templo de Tangancícuaro.
Relata la leyenda indígena que el romance entre la doncella mística, otrora entregada a la adoración de los dioses de barro y piedra, y el hombre de interminables aventuras, batallas y proezas, tuvo un desenlace fatal porque en su huida hacia la libertad, a tierras desconocidas e insospechadas donde indudablemente planeaban vivir dichosos, fueron asesinados por los custodios del templo. A partir de aquella hora infausta, de acuerdo con la creencia popular, los espíritus de ambos enamorados moran en el lago de Camécuaro y sus inmediaciones.
Otra leyenda, totalmente distorsionada, refiere que hasta allí, en el lago de Camécuaro, con sus más de 100 metros de ancho por mil 400 de largo, una princesa indígena huyó de los conquistadores españoles montada en un corcel blanco, y que al ser vencida, lloró tanto que con sus lágrimas formó el manto acuático.
En consecuencia, narra la creencia popular que el espíritu de la doncella purépecha habita lo más profundo del lago de Camécuaro, que en lengua indígena significa “lugar de amargura”; no obstante, cuenta la leyenda que cada vez que la joven desafortunada desea un hombre, sin importar su edad, alguien del sexo masculino muere ahogado. Curiosamente, el recuerdo colectivo registra que solamente una mujer se ha ahogado en el lago de Camécuaro y que las demás víctimas han sido hombres.
El Parque Nacional Lago de Camécuaro se encuentra en una superficie natural protegida de 9.65 hectáreas, se localiza en el municipio de Tangancícuaro y se ubica, además, a alrededor de 15 kilómetros de la ciudad de Zamora, al occidente de Michoacán. Tiene cercanía con rincones michoacanos como Patamban, la Cañada de los Once Pueblos, El Curutarán y Jacona, entre otros. Es parque nacional y cuenta con juegos infantiles para quienes organizan reuniones y días de campo. También existen establecimientos con venta de comida típica, bebidas y souvenirs. Ofrece espacio para acampar y estacionamiento fuera del parque.
La extensión del lago es de 1.6 hectáreas y en algunos sitios su profundidad es hasta de seis metros. Desemboca en el río Duero, el cual, por cierto, conecta al Lerma. Este parque nacional se sitúa a 136 kilómetros de Morelia y 186 de Guadalajara.
Estos días nebulosos, las noches son salpicadas por incontables gotas de lluvia que contrastan con las burbujas que emergen en el lago, como si el cielo y la tierra se unieran de repente para conservar el encanto del lago de Camécuaro.