Cualquier espacio era un lujo para ver al Papa en el Morelos
A algunos rezagados, con boleto en mano, no les habían permitido el ingreso; otros ni boleto tenían, pero corrieron con suerte y pasaron; eso sí, asientos ya no había, pero las gradas de los pasillos estuvieron de lujo, para quienes ya habían perdido la esperanza de ingresar al encuentro del Papa con la juventud de México.
Fue pura suerte y un descuido de los organizadores que no consideraron que justo frente al Papa se verían unas líneas vacías, pequeñas ya que los pasillos para bajar al graderío no son anchos, pero se verían justo frente al templete.
El animador no pudo quedarse callado y dio gracias a Dios cuando vio que, cual marabunta, ingresaba gente por las puertas cinco y seis, en el último momento previo al arribo del Pontífice. ¡Eso que no quede ni un hueco! Agradecía.
El entusiasmo por ver y escuchar al obispo de Roma a todo lo que daba; el cielito lindo adaptado al Papa Francisco, la ola agitando pedazos de tela que intentaron fueran del colores muy mexicanos como el verde, blanco y rojo pero que se perdieron entre azules, naranjas y amarillos.
Invisibles, incluso, porque muchas se movían como si empuñaran un lienzo al coro multitudinario de “Francisco, hermano, ya eres mexicano” o “te queremos Papa, te queremos”.
Y ni dudarlo, sobre todo de quienes comenzaron a llegar a las dos de la mañana, desvelados, mal comidos y acalorados, porque en esa área a la que llegaron los suertudos, el sol a plomo, hasta poco antes de que se fuera el Papa, casi las seis de la tarde.
Pero tuvieron su momento de felicidad, cuando llegó el pontífice y pasó saludando a unos cuantos metros. Efímero instante pero suficiente para compensar el viaje, el gasto, la lealtad a la iglesia católica romana.