Voluntad anticipada, dignidad en la muerte/Alma Espinosa Menéndez
VOLUNTAD ANTICIPADA, DIGNIDAD EN LA MUERTE
Por: Alma Espinosa Menéndez
Hablar de la muerte de un ser humano es hablar de final, de dolor, de angustia, lágrimas y desconcierto. Y cuando se aproxima la muerte, es hablar de incertidumbre, de rabia y desasosiego. ¿Qué es lo que un enfermo terminal le dice a su médico, a sus seres queridos, a un sacerdote?
¿Y qué responden ellos si el enfermo pide morir de una vez, clama por huir del dolor convertido ahora en compañía, cuya intensidad creciente le impide el descanso? ¿Qué es lo que un enfermo terminal puede decirnos a nosotros? ¿Acaso hay oídos dispuestos a la escucha?
En mi práctica profesional he vivido situaciones en las cuales el enfermo habla, pide, sufre, y quienes responden lo hacen desde ellos mismos, no desde el haber escuchado y comprendido al enfermo que clama por el cese de su dolor. Escuchan desde el egoísmo propio del ser vivo que se sabe no enfermo, que no ha estado al borde de la muerte y quizá no ha padecido el aislamiento profundo, convertido en una especie de condena a causa de una enfermedad terminal.
Cuando un enfermo pide la llegada de su muerte, generalmente no es comprendido desde su ser doliente. Al negarle el derecho a recibir apoyo para el cese de su padecimiento y su dolor,- cuando su vida ya no es vida-, le es arrebatado su derecho a decidir sobre su ser; se le niega su autonomía, y se deja de lado su independencia, desoyendo su petición y negándole derecho a decidir sobre su propia vida, sobre su propia muerte.
El tema de la eutanasia no es un tema que deba discutirse desde la vida, desde el goce del regalo de la salud. ¿Cuál es la conciencia que se tiene del mundo desde la enfermedad terminal, desde el dolor insoportable, desde la incomodidad de la soledad y el silencio de una cama, una oscura habitación, la visita intermitente de alguien que entra, no a indagar qué siente o quiere el enfermo, no a preguntarle si desea, o si aguanta, seguir vivo, sino a procurarle lo que dicta la religión o el mandato ético de las personas?
El tema de desear morir pertenece al mundo íntimo de cada persona. Y como tal, merece el respeto de todas las demás que le rodean, merece ser escuchado por las leyes que promueven y alargan el sufrimiento de los enfermos y desgastan y agotan a sus familiares, esas leyes que no admiten la decisión personal de terminar con el sufrimiento –no con la vida- y una parte de la sociedad que no escucha el clamor del enfermo terminal.
Lo que necesitan los enfermos terminales es que se les oiga, que se les comprenda. Cuando se está enfermo hay una especie de oscuridad que rodea la existencia y que crece conforme avanza la patología. Ello no lo siente más que el enfermo. Quizá el frío resultado de análisis y estudios reflejen ese avance de la enfermedad, pero el dolor y la desesperanza, pertenece de lleno al mundo del padeciente.
¿Qué produce en el cuerpo y en la mente de una persona la certeza de la muerte cercana? ¿Hay alguien realmente interesado por escuchar ese dolor saliendo por los ojos, por la boca y por cada exhalación del enfermo? Los enfermos viven una soledad profunda, insondable, negra e inevitable. ¿Quién les escucha en su dolor, en su miedo de vivir ya sin vivir?
El hecho de que el enfermo decida cómo y cuándo terminar con su sufrimiento, le otorga, en lo profundo de la reflexión, una autonomía y una dignidad que de otra forma pierde estando en manos de otros que deciden sobre la vida, si a eso se le llama vida, prolongando de manera innecesaria su dolor.
Hay países donde existe ya la muerte asistida o eutanasia, como es en Suiza, o en Oregon y Washington, en Estados Unidos e incluso, la muerte asistida en CDMX y varios estados de la República. Sin embargo, la polémica en torno a la eutanasia o muerte anticipada, no terminará en el corto tiempo porque se habla de la vida y se confrontan el laicismo y la religiosidad. Sin embargo, el sufrimiento y el dolor, son ajenos a cualquier religión.
Bienvenida, pues, la propuesta del equipo de Andrés Manuel López Obrador, para que por Ley, sea posible otorgar la muerte asistida en todo el país.
Difícil cuestionar el derecho de un enfermo terminal a pedir la cesación de su dolor, cuando escucho de nuevo la voz de mi padre, en su agonía, decirme al oído y en secreto: ¡Qué lento voy muriendo, hija, y cuán interminable es el dolor que siento!,