Violencia alimentaria rural/Gerardo A. Herrera Pérez
Cada vez que un niño, una niña o un adolescente, no recibe su alimentación para la vida, se está generando violencia alimenticia, sin ser una categoría social, la misma debería de ser considerada, toda vez que violenta los derechos de los niños, niñas y adolescentes, pero además pone en riesgo la primera infancia y el interés superior del menor, de conformidad con lo que dicen las normas internacionales.
La violencia y sus dimensiones reconocen: la violencia física, verbal, patrimonial, económica, psicológica, sexual, política, feminicida, acoso y hostigamiento laboral, el acoso escolar, invisible (usos y costumbres), la estructurales (violencia a partir del diseño y aprobación de marcos normativos y políticas públicas), pero en este breve recorrido falta la violencia que se efectúa contra un niño que debe ser alimentado y no se le da la manutención porque el padre regularmente, pero en ocasiones en algunos casos, afortunadamente los menos, es la madre la que por consumir drogas o alcohol, dejar de atender en la alimentación a los menores, esto es la violencia alimenticia.
Hay una distinción entre la violencia alimentaria y la violencia alimenticia, la alimentaria es entendida como “una conducta o situación que deliberadamente provoca sometimiento o daño a un individuo o colectividad limitando sus potencialidades futuras y presentes, todo lo que atenta contra la libre determinación de comer lo que queremos y necesitamos, es una forma de violencia. Se origina con la más cruel de las necesidades humanas, el hambre. Se perfecciona con la perversión en la distribución de alimentos de toda sociedad como mecanismo de control político de sus ciudadanos”.
Quiero referirme a la violencia alimenticia, cuando se violenta el derecho a la alimentacion al no brindarse el derecho que tiene toda persona para contar con una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad, sobre todo cuando se trata de niños, niñas y adolescentes, tanto en su primera infancia, como en su siguiente etapa infantil (interés superior del menor), y donde desde luego los padres son los responsables, tal como lo señala el corpus jurídico de dimensión regional y nacional sobre la protección de los menores.
La violencia alimenticia, es más frecuente de lo que podemos imaginar; en las zonas rurales, ahí donde el alcohol, las drogas y otros fenómenos sociales existen; ahí donde no hay fuentes de empleo, o existe la explotación de la fuerza de trabajo por unos cuantos pesos, se genera este tipo de violencia. Muchos padres o madres que caen en el alcoholismo, gastan sus ingresos en la compra de alcohol y no llevan los alimentos a sus hijos, quienes en ocasiones han de pedir un taco con los vecinos o trasladarse a la ciudad más próxima para pedir limosna o un taco para comer.
Expuestos siempre a ser víctimas de otros delitos graves, como la trata de persona, el consumo de droga, servir de halcones para el crimen organizado, o bien otros como tiradores de droga.
En días pasados tuve la oportunidad de conversar con Rafael García, él me explicaba la violencia que sufrió siendo niño, y los graves problemas por los que atravesó en su familia en donde su padre consumía alcohol, y el dinero que ganaba como albañil lo gastaba en su vicio y sus amigos, en lo que se dice en la parranda.
La familia poco le importaba a éste, no quería que su madre trabajará porque eso es mal visto en un rancho. El miedo que sentía la familia al verlo llegar, alcoholizado y sin dinero, y nada que comer y en condiciones de violencia, generaba que nadie dijera nada, por ende nadie pidiera nada; el miedo hacía que nadie tuviera hambre, y que prefirieran dormir para no sentir eso que se llama hambre. La violencia alimenticia cuenta con instrumentos para someter y controlar los cuerpos de los niños, niñas y adolescentes como el miedo y éste promueve el sueño.
Tal vez el relato más triste es que sin dinero, con deudas, poco les podía apoyar la comunidad; cuando lo hacían, ellos, sus hermanos y él se tenían que formar para que les dieran una tortilla con sal, me lo dice con los ojos llorosos, apenado, molesto, pero con la intensión de avanzar en su recuperación de la violencia que sufrió de niño. Este pasaje es exactamente como dice la sabiduría popular Qué sabes tú de hambre….si nunca te toco hacer fila….para recibir una tortilla fría”.
Tal vez nunca podamos advertir la importancia de diseñar políticas públicas para la atención de niños, niñas y adolescentes para evitar la violencia alimenticia.
Necesitamos seguir trabajando en programas que permitan mejorar la alimentación como lo dice el artículo cuarto constitucional “derecho a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad, que garantice el Estado”. En muchos lugares de Michoacán funcionan los comedores sin hambre, no obstante, muchas familias no se acercan porque entre las operadoras de los programas existen muchos problemas. Otros comedores, no cuentan con las condiciones y los subsidios para atenderlos y permanecen cerrados.
Yo le explico a Rafael García, que hoy él tiene la gran oportunidad de trabajar en su comunidad para hacer que más niños, niñas y adolescentes tengan acceso a una alimentación nutritiva, suficiente y de calidad; le comento que es importante que para su proceso de atención requiere ayudar a su prójimo, que debe perdonar la violencia de todo tipo que vivió siendo un adolecente, que la vida nos da la esperanza de un mundo mejor.
Por ello, debemos de tener esperanza (dice Ernest Bloch) de que las cosas puedan cambiar, pero para ello, requerimos de la esperanza, que sea el motor de pensar lo nuevo, lo que aún no se ensaya, el coraje de soñar otro mundo posible y necesario.
En la osadía de pensar en utopías, que nos hacen caminar y no nos dejan parados en las conquistas alcanzadas y frente al fracaso nos hacen levantarnos para continuar en el camino. Superar obstáculos y enfrentar a los grupos opresores.