Ventana/José Cárdenas
AÑO MALDITO
Muchos dicen que 2020 es un año para el olvido. No. Es un año que siempre recordaremos. Ha sido devastador; nos ha marcado. Desnudó nuestras penurias, debilidades y perversidades.
Y para 2021, cobra fuerza aquello de esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor.
El virus, cuya potencia infecciosa ha paralizado al mundo, no tiene fecha de caducidad. Seguiremos secuestrados y abrumados por el miedo. Cada uno el suyo.
Este año hemos perdido demasiado. Hermanos, hijos, padres, abuelos, parientes, amigos, vecinos, muchos de ellos contagiados o muertos. Hemos lamentado la quiebra de negocios. Hemos sufrido por gente desesperada, sin trabajo.
En esta fecha, como un reflejo, solemos decir, feliz Navidad y próspero año nuevo.
Lo previsible es que no lo sean. No hay felicidad, hay tristeza y amargura; no habrá prosperidad sino incertidumbre y temor, al acecho.
El año nuevo no pinta mejor.
Las vacunas aún no han probado su eficacia, pero son el único asidero para la esperanza, aunque no sepamos cuándo habrá dosis suficientes para todos. Mientras, seguiremos recibiendo ordenes de confinamiento y protocolos de higiene extrema, pero también prevalecerá la indeseable desobediencia civil y la ineptitud del poder público.
Qué bueno decirle adiós a este año maldito. Sí. Pero
el próximo, no promete mejorar.
Disculpe usted, pero el pesimista suele ser un optimista bien informado.