Un cerro muy codiciado
Los ríos y los cerros han tenido para los seres humanos a lo largo de su historia un interés biológico, espiritual y geográfico. Para realizar la cacería y la pesca y luego para instalar sistemas de producción agrícola y el establecimiento de poblados, los grupos humanos han debido tener en alta consideración la calidad y cualidad de estas entidades.
Prácticamente no hay ciudad, poblado o ranchería que no esté asentado en las proximidades de ríos, cerros y valles para aprovechar la bondadosa generosidad de sus recursos. Y la relación con ellos, y a contracorriente del racionalismo mezquino, los grupos sociales han establecido con ellos una relación mediada por concepciones animistas y religiosas.
El río y el cerro han pasado a constituir parte del alma cultural de sus moradores. El río del cual depende la vida de la flora y la fauna que los alimenta es mucho más que el simple río; el cerro que es en donde viven los árboles y sus misteriosas especies animales encierra leyendas con las cuales relacionamos los accidentes de nuestras vidas; la tierra que es la que produce nuestros alimentos la preciamos tanto como se estima a una madre, en ella reconocemos la magia de la vida y las incógnitas de cómo se produce.
La modernidad productivista, sin embargo, ha tomado a cerros y ríos como objetivo para monetizar carteras y avanza destruyendo cualquier relación de respeto y gratitud que por ellos se ha tenido, haciendo polvo la gran verdad de que nuestra vida, incluida la de ellos, depende de su existencia sana y equilibrada.
Las ciudades, poblados y rancherías son el don de los ríos y los cerros en donde sus primeros habitantes se instalaron. Ellos proveen de oxígeno, agua, paisaje y salud mental para los humanos; sin ellos nuestra existencia sería miserable y gris.
El cerro y el río, del poblado que sea, son como los habitantes mayores, más antiguos y sabios que habitan entre nosotros y en el alma de cada uno. Ningún asentamiento humano podría escribir siquiera una página de su historia si no contara a la vez la historia, casi eterna, de sus dones naturales y espirituales.
El estado en el que tenemos a nuestros cerros y ríos son el reflejo del alma de sus pobladores, y su condición ruinosa es el anuncio de la propia degradación en la calidad de vida y en el sentido de esperanza de sus huéspedes.
¿De cuántos cerros y ríos michoacanos se debería de hablar al amparo de esta preocupación? Casi de la mayoría. A cada ciudad le inspira y le duele su cerro y su río. Este mismo dolor es el que sienten los maderenses por el cerro del Moral y los ríos que se forman por la gratitud de sus infiltraciones hídricas. Este cerro, desde el año en que se fundó Villa Madero, a mediados del siglo XIX, determina la vida de los pobladores que ahí han estado por casi doscientos años.
La vida de más del 50 % de su población y aún de una mayor cantidad de su territorio tiene vida por las bondades del cerro del Moral. Más de 2 mil hectáreas de bosques albergan una variedad maravillosa de plantas, árboles y animales, que hasta hace pocos años habían estado alejadas de la vorágine de la destrucción humana.
Lamentablemente la “civilización” aguacatera ha convertido al cerro del Moral en el objetivo máximo de la codicia productivista. El año pasado una porción de su cara oriental fue dañada por 4 incendios sucesivos provocados, uno tras otro, para alcanzar el objetivo de despejar el terreno para cultivar aguacate.
Este año la temporada de incendios en Madero comenzó temprano a finales de enero con un fuego ―también provocado― en la cara sur oeste de este cerro para expandir una huerta de aguacate y terminó afectando más de 300 hectáreas. La semana que acaba de terminar se registraron 5 incendios provocados en este cerro y también en los márgenes de otra huerta aguacatera.
Los cultivadores codiciosos le han declarado la guerra al cerro del Moral. Los daños que ya le están ocasionando agudizarán la falta de agua ―noticia insólita para un lugar que estaba en medio del bosque― que viene afectando a Villa Madero y poblaciones de tierras abajo desde hace 13 años. El incremento notable de la temperatura media de este poblado es otro de los efectos del que puede dar
testimonio cualquier poblador.
En la ceremonia con que se inició institucionalmente la campaña 2023 para el combate de incendios el Secretario de Medio Ambiente de Michoacán ofreció medidas contundentes contra los incendiarios de bosques: la aplicación de sanciones penales ―cárcel y reparación del daño― a quienes incurran en este
delito, que, por supuesto debe incluir a los autores intelectuales, es decir, a aquellos que pagan, desde la cobarde clandestinidad, por quemar.
Deberá llegar el día en que la jurisprudencia ambiental considere el personalismo jurídico ecológico, otorgar personalidad jurídica propia a ríos, valles y cerros, para que se les consideren sus propios derechos más allá de la soberbia personal de los humanos, y en función de ello se actúe, independientemente de la comedida denuncia humana. Tal y como ya se viene realizando en otros países avanzados en el ámbito de los derechos de la naturaleza.
Mientras tanto, para prevenir lo que parece inminente, el arrasamiento del cerro del Moral, las comunidades de Madero y los municipios de Nocupétaro y Carácuaro ―afectados directos porque su agua proviene de lo que se genera en este cerro― debemos actuar con energía cívica para impedirlo, las autoridades ambientales deben tenerlo en el centro de su agenda para no permitirlo y de inmediato deben utilizar la herramienta jurídica que tienen en sus manos: generar el decreto con el cual se establezca el cerro del Moral como área de recuperación.
Los cerros y ríos son patrimonio del pueblo michoacano y de la humanidad y lo son porque de ellos depende la transitoria vida de nosotros los incivilizados e inhumanistas que hemos olvidado que hace años nuestros ancestros buscaron los mismos cerros y ríos para obtener de ellos su cobijo natural y espiritual.Un cerro muy codiciado