Tras bambalinas/Jorge Octavio Ochoa
El día D; urge otra gran reforma política
Por Jorge Octavio Ochoa.- Llegó el día “D” y politólogos y especialistas coinciden en que, más allá de lo que ocurra en estos comicios, hoy el PRI se juega su futuro a la luz de lo que ocurra en el Estado de México.
Sin embargo, esto es más profundo y va más allá del simple futuro del PRI. El sistema político electoral, en su conjunto, se juega sus últimas cartas “democráticas” luego de infinidad de pruebas de su desprestigio, ineptitud y desmoronamiento.
México vive actualmente, una profunda crisis de seguridad, derivada de la podredumbre política donde gobernadores, alcaldes, regidores, diputados federales y locales danzan en el lodo; unos en pos de la riqueza, otros en busca del poder.
Los vínculos de gobernantes con el crimen organizado cada vez son más evidentes y van desde Tamaulipas (Tomás Yarringtón); Nayarit (Édgar Veytia); Coahuila (Eugenio Hernández Deras y Humberto Moreira); Guerrero (Ángel Aguirre Rivero, Saúl Beltrán).
Podríamos hacer el mapeo de cómo la delincuencia y la política se han vuelto una sola en todo el territorio, hundiendo al país en un hoyo de violencia irresoluble porque los encargados de propiciar la seguridad o están implicados o están amenazados.
El desprestigio de los políticos ha infectado a las instituciones y el diálogo entre Poderes se ha convertido en monólogos donde sólo uno de ellos pontifica con denuncias y acusaciones desde la comodidad de su propia podredumbre.
Resultan insufribles las retahílas diarias de diputados y senadores cuestionando a propios y extraños como si no tuvieran cola que les pisen, escupiendo al cielo y bañando de deshonor a las Fuerzas Armadas, al Poder Judicial, al Ejecutivo. Todo pasa por el tamiz de sus ataques.
Otros siguen apostando al voluntarismo, al espejismo de que un solo hombre será capaz de cambiar este grado de descomposición que vive México, cuando en realidad se requiere un trabajo de ingeniería profunda que no puede apostar el futuro al criterio de una sola persona.
En suma, hemos llegado al momento de replantear el Presidencialismo actuante. No es posible que el peso de la responsabilidad descanse en los hombres de un solo hombre que, además de la codicia, siempre estará en el camino de cometer errores.
El México de hoy entró al momento de discutir con urgencia y seriedad, la posibilidad de empezar desde ya una reforma política que modifique este sistema de pesos y contrapesos, para que sean las instituciones las que respondan a los retos, amenazas y responsabilidades de todo un país.
En este caso, la segunda vuelta electoral y los gobiernos de coalición, parecen ser la respuesta más viable reconociendo, sin hipocresías, que el fin último es la búsqueda del poder, pero a partir de una genuina representatividad.
Es evidente que el PRI ha dejado de ser el partido omnipresente y omnímodo que imponía su voluntad, pero hoy corremos el riesgo de caer en la tentación de instaurar un sistema semejante donde sólo un partido monopoliza las decisiones.
En el Distrito Federal ya llevamos casi dos décadas de perredismo que, lejos de resolver los problemas, sólo reimplantó el sistema de componendas que existían con el viejo PRI, pero ahora amenazan con extender los tentáculos a las universidades, como la UAM.
En las elecciones de este fin de semana, quedará claro que también esa hegemonía estará llegando a su fin. Es más, muchos dan por hecho que el PRD vivirá en el 2018 su gran debacle tras su probada ineptitud.
El asunto aquí, es decidir si vamos a cambiar este sistema inoperante por otro similar, que nos lleva al mismo callejón sin salida, donde una sola persona decide y sólo un partido se reparte las posiciones de poder.
Si fuéramos menos hipócritas y menos puritanos, diríamos, sin ambages, que todos los partidos quieren Poder, posiciones de mando y mayor representatividad. Eso sería lo normal en un sistema de partidos que realmente busca un fin último: el bienestar social.
Se desnaturaliza la ecuación cuando no existe un sistema de contrapesos y por ejemplo, desde un Congreso o una Asamblea, un solo partido decide y aplica su mayoría despótica donde el “haiga sido como haiga sido” se convierte en “te guste o no”.
Con todo y lo despreciables que puedan ser los políticos, tenemos que reconocer que el sistema de partidos es la vía más cercana a la democracia, donde el reparto del poder va acompañado con el reparto de posiciones y responsabilidades.
Por eso hoy, la 2ª vuelta electoral para los comicios Presidenciales, son la única vía para enfrentar el ambiente de polarización y violencia que ya existe en México, aunque algunos digan que sólo es una estrategia ANTIPEJE.
Es urgente acabar con esa infame disputa del poder en el que nos sumergen los partidos y los políticos cada 3 o 6 años. Deben abrirse, por obligación, espacios ciudadanos dentro de los partidos y acabar con la pantomima de los candidatos independientes.
El sistema político debe abrirse ya a los gobiernos de coalición, dejar la farsa de las ideologías que nunca se cumplen. Las Alcaldías en el DF deben abrirse también a ese tipo de gobiernos, con regidurías ciudadanas donde la gente se pueda expresar genuinamente.
No debe haber gobierno con menos del 51% de representatividad vía el voto y los ciudadanos dejarnos ya de la eterna queja sin participación, sólo esperando dádivas y favores de los políticos cuando debiéramos exigirles el cumplimiento de su deber.
El Presidente de la República debe ser electo por el 50 más uno de los electores y no por patéticas minorías que se prestan al rejuego de intereses donde las inmundas Elba Esther Gordillo de la política inclinan la balanza a su antojo.
No más factótums emanados de gobiernos de minoría. Necesitamos una representatividad amplia donde sí, el Presidente quizá tenga mayoría en el Congreso, pero con un verdadero contrapeso no sólo que lo controle, sino que comparta responsabilidades.
Que las alianzas, sí, se conviertan en un proceso natural, pero con un porcentaje de verdadera representación ciudadana dentro de ellas, para dar espacio a aquellos que no ven con buenos ojos a los partidos.
Todo eso no es un México de quimera. Es el México posible, el que tenemos al alcance de la mano, si los partidos moderaran sus apetitos y sus ambiciones. Vamos a ver en estas horas, en estos días, en estos meses, de qué están hechos esos partidos y esos políticos.