Tras bambalinas/Jorge Octavio Ochoa
Tiempo de sepultureros
Por JORGE OCTAVIO OCHOA. Desde el momento mismo en que López Obrador dijo que la pandemia le venía “como anillo al dedo”, los mexicanos debimos darnos por enterados que sería tiempo perdido tratar de discutir con él.
Su proyecto “transformador” va por encima de la muerte, de los tiempos, de la tragedia. Él dijo que es “tiempo de zopilotes”, porque sus adversarios lo cuestionan, pero él lo ha convertido en “Tiempo de sepultureros”.
Va quedando documentado que el de la 4T, fue uno de los pocos regímenes en el mundo que, en medio de la pandemia, lejos de dar tranquilidad a sus gobernados, se dedicó a profundizar la división que de por sí ya existía.
Decisiones tardías, muchas de ellas equivocadas, minaron el cuerpo social día a día. Hoy, además de la marginación y la pobreza, tenemos un México dividido entre Lópezobradoristas y antiLópezObrador.
Así de simple podría dibujarse el esquema. Y es que el propio presidente se dedicó a crear esta línea divisoria, encaramado en una extraña cosmogonía del mundo, en la que él pareciera visualizarse como el salvador.
Si se hiciera un análisis riguroso, académico (y no sé por qué las universidades públicas no lo han hecho) el gobierno de la 4T ha funcionado de muchas maneras, pero ninguna se parece, ni de lejos, a un sistema democrático.
No hay, en su funcionamiento, decisiones colegiadas. El gabinete del Ejecutivo no actúa como tal. Todo gira en torno a López Obrador. Las órdenes de trabajo se toman por las mañanas y se reacciona, merced a lo que dicen los medios.
El Presidente ha estado más preocupado en responder a una supuesta “campaña” de sus adversarios, que en atender las cifras de la pandemia y proteger a la primera fila de combate al Covid19.
Lanza declaraciones temerarias, como decir que México será un ejemplo para el mundo, luego de haber reaccionado tarde ante la emergencia sanitaria y tener que re comprar los tapabocas que le había vendido a China.
Existen evidencias videograbadas, de que López Obrador no entendió a su epidemiólogo de cabecera, que la emergencia empezaba a partir del 19 de abril. Él creyó que el levantamiento empezaba justo en esa fecha.
El presidente no respeta a sus secretarios de Estado. De hecho, los expone al ridículo. El caso más fehaciente es el de Arturo Herrera, cuando puso en entredicho sus precriterios de política económica y habló de un decrecimiento de menos 4%.
Igualmente día con día exhibe a los secretario de Salud, Gobernación, Comunicaciones y finalmente a la de Energía. Los 3 primeros, porque literalmente no existen. La última, porque no puede tomar decisiones por sí sola.
Entre los miembros de su propia cofradía ya hay críticas. La ecuación no era difícil: ajustar la producción de crudo a la baja por 10 millones de barriles diarios durante dos meses y luego 8 millones, hasta llegar a 6 millones de barriles diarios el año siguiente.
Es un hecho que la OPEP tomaría la decisión de recortar la producción “con o sin nosotros”. México sólo exhibió mundialmente su sumisión ante Estados Unidos. Ya veremos cómo se cobran “el favorcito”.
Así, vemos a un presidente sin orden ni concierto. Movido por impulsos de hígado. Se reacciona tarde porque impera su YO, y eso lo aleja todavía más de cualquier tipo de criterio democrático.
Es triste decirlo, pero todos recordaremos esta PANDEMIA y cómo un presidente dejó de ser líder y estadista, para erigirse en un agitador social. Insidia, reclamos, amenazas, fue lo que emanó de su boca durante estas horas de angustia.
El Dios de su YO, fue más grande que el de cualquier otro credo. En Semana Santa él se apuntaló y dijo que no cambiaría la ruta, aunque ello implicara literalmente convertirse en un moderno Moisés para abrir el mar rojo
Insistimos: si este gobierno se analizara en un plano académico, diríamos que arrancó bajo un principio y marco teórico correcto: la corrupción ha dañado la vida pública e institucional y ha provocado una injusta distribución de la riqueza.
El sistema, bajo los regímenes del PRI, PAN y PRD, se sirvieron de los bienes de la nación, para alimentar élites privilegiadas, sustentar nichos intocables de poder dentro del gran capital, que hoy subsisten, todavía más poderosos.
Los niveles de gobierno y los tres Poderes sólo sirvieron para solapar los abusos. No atacaron a fondo los cánceres que hoy afloran como pústulas pestilentes en toda la república. Violencia, inseguridad, injusticia, inequidad en la distribución de la riqueza.
Todo esto, es rotundamente cierto. El marco de referencia es correcto. Sin embargo, pasa violentamente del planteamiento teórico al plan de choque, donde todo se tiene que derrumbar, sepultar, desaparecer, para crear un nuevo andamiaje.
Llega, sin explicación alguna, a una primera premisa: las actuales instituciones no sirven. Por ello inició, de facto, la desaparición de algunas, como el Seguro Popular, bajo la máxima de que: “ni era seguro, ni era popular”.
Proclive a la creación de slogans como este, López Obrador procedió a la demolición inmediata de este y a la creación del llamado Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (INSABI) y así creó nuevas reglas de operación.
Fue en medio de este proceso, que siguió el recorte del presupuesto al programa de vigilancia epidemiológica en México, que ya durante el sexenio de Peña Nieto venía a la baja.
De casi mil 354 millones de pesos que se dedicaban a éste en 2009, en el anterior sexenio se redujo a menos de la mitad; y para este 2020 se colocó en 533 millones de pesos. Hoy, tenemos además el rebrote de sarampión.
Fiel a esa idea de transformar las instituciones, creó el Banco del Bienestar, supuestamente para que los recursos bajaran directamente a los beneficiarios, sin intermediarios. Hoy, ese banco, no funciona, y está concesionado a uno de los testaferros del pasado: Ricardo Salinas Pliego.
Esto, por sí solo, distorsiona todo el marco teórico inicial y la tesis para cambiar el estado de cosas anterior. Ahí, hay un grave error en el planteamiento. No hay pruebas de que los neoliberales del pasado se vuelvan demócratas en el presente.
Los proyectos que apuntalan esta estrategia, tan sólo en lo relacionado con el sector salud, están mal estructurados. En gran medida se basan en el voluntarismo y la afirmación unipersonal de que ahora sí será todo transparente, pero no lo es.
Ricardo Salinas Pliego es precisamente la prueba irrefutable de que la transparencia no está dentro de los principios ineludibles de la Cuarta Transformación. Lo mismo pasa por el aparato de Justicia.
En el Poder Judicial se ha empezado un cambio de nombres, hombres y mujeres, pero no hay una revisión académica del sistema de justicia, ni de la aplicación de las leyes.
En las próximas semanas, el Poder Judicial será puesto a prueba, cuando muchas empresas dejen de pagar sus impuestos ante la pandemia. De hecho, ya hay voces dentro del Lópezobradorismo que hablan de estatización.
Así pues, hay un proyecto ideológico en marcha, que rebasa la simple esfera de la administración pública; que no se basa en la corrección de proyectos ni planes de gobierno, sino en el debilitamiento y desaparición de instituciones.
La palabra “autonomía” es otro gran ausente en el vocabulario del nuevo régimen. De hecho, ahora se dinamita a los órganos autónomos y se columbra la intervención en la vida de las universidades públicas.
No parecen existir los proyectos, ni los estudios técnicos, ni las rutas críticas. No hay el deseo de aterrizar planes conjuntos entre universidades, sector privado y gobierno, que vayan armonizando el crecimiento de la nación.
Hoy, López Obrador insiste, en medio de la pandemia, en que seguirá la construcción de la petroquímica 2 bocas, el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía, cuando todo parece derrumbarse por la fuerza de la pandemia.
¿Qué sentido tienen esos proyectos, cuando la industria turística, la de servicios, la gastronómica o la aérea saldrán en julio o agosto para revisar los escombros de lo que quedó?
En todo caso, el gobierno ya debiera estar analizando planes agresivos, campañas masivas de paquetes a precios castigados, para levantar inmediatamente a estos sectores en cuanto se salga del terror. Pero no, no hay nada de eso.
Hoy, aunque parezca increíble, se preparan lanzas, para enfrentar una asonada de empresas que amenazan con suspender el pago de impuestos, ante la falta de una tregua fiscal, de uno o dos meses, porque muchas de ellas dejarán de producir.
Lo peor es que, lejos de toda transparencia y equidad, las empresas de Ricardo Salinas Pliego no han detenido su actividad, y medran en medio del cierre incluso de pequeños negocios, so pretexto de que el Banco Azteca tiene que abrir.
Este solo dato, demuestra también que, en medio del proyecto ideológico, hay también una pugna de grupos de poder económico que no sólo están en busca de acomodar sus capitales, también buscan cómo LAVARLOS.
Así está en México, el tiempo de sepultureros.