Tras bambalinas/Jorge Octavio Ochoa
Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen
Por Jorge Octavio Ochoa.- En estos días, el actual régimen empezará a tomar una ruta crítica que marcará sus acciones en lo que resta del sexenio. El pretexto de la novatez empieza a desgastarse.
O muestra resultados pronto en alguno de los muchos frentes que han abierto o la gente se dará cuenta de que lo que hay es una profunda incapacidad de los nuevos gobernantes y una falta absoluta de análisis previo para tomar decisiones.
De hecho, en el mundo académico, donde tenía una de sus principales fuentes de apoyo y vitalidad, hoy empiezan a ver con desconfianza las reformas legales que está implementando el régimen.
En todos los casos, hay una abierta intensión de intervenir, influir, violando la autonomía, incluso universitaria, con la aplicación a rajatabla de recortes presupuestales que únicamente afectarán la calidad de la docencia a nivel superior.
Todos los Poderes se han sentido afectados, desde la Suprema Corte de Justicia hasta la Cámara de Diputados; pasando por organismos autónomos como el INE, el INAI, el INEGI, la UNAM, la UAM, el Politécnico.
Se siente, aunque no lo digan, que el régimen tomó decisiones que no fueron valoradas ni sometidas a un laboratorio de efectos. Sólo se tomaron bajo la premisa de que en todas partes hay una profunda corrupción que hay que combatir.
Ese juego del blanco y negro, bueno y malo, es lo que tiene ahora ya no sólo dividido, sino profundamente confundido al país. Muchos tratan de exonerarlo, "tiene buenas intenciones", "está haciendo lo que nadie había hecho".
Hay ganas de creerle, pero hay acciones que no se entienden... ni se quieren, como el militarizar al país, a contracorriente de lo que más le criticaron a Felipe Calderón: el inicio de una guerra que de por sí mandata la Constitución.
El combate al narcotráfico, al tráfico de armas y de personas era desde entonces un asunto de Seguridad Nacional que, con o sin el mote de "guerra", el Estado está obligado por ley a realizar.
Hoy, el llamado "huachicoleo" se ha convertido en una nueva guerra, y hay que recordarle al régimen, que el sabotaje a bienes estratégicos es un tema también de seguridad nacional que debe atender el Estado con el uso del Ejército.
Hasta aquí, nadie le critica, sería ilógico hacerlo, porque hay contundentes evidencias de que los niveles de corrupción llegaron hasta la médula del sistema y sí, se requerirá una dura medicina que -ahí va otra vez la mula al trigo- no justifica la estrategia de "perdón y olvido".
No se puede. En un auténtico sistema de leyes y de equilibrio de poderes ese "borrón y cuenta nueva" es inadmisible, porque implica torcer nuevamente la ley y cerrar los ojos ante hechos que han dañado profundamente al país.
Sin embargo, la forma en cómo se están aplicando las acciones es lo que tiene ahora trabadas las mandíbulas del aparato político-económico-social. La guerra contra el huachicoleo causó desabasto y no hay un sólo detenido visible.
La vilipendiada reforma educativa, que en términos reales no era más que una reforma administrativa, ahora tiene colapsada la cintura del país, por maestros que bloquean desde hace dos semanas vías estratégicas de comunicación en Michoacán.
Para rematar este panorama desastroso, ahora vemos cómo está afectando en la frontera una política salarial que se tomó -volvemos a decirlo- sin análisis previo y que ha causado el cierre de maquiladoras.
Un sindicato casi trasnacional ahora exige que se aplique ese incremento en todos los niveles de sus prestaciones.
No se entienden algunas acciones, como esa idea bizarra de levantar 100 "nuevas universidades", cuando las ya existentes, que tienen un reconocimiento mundial, sufren los efectos de un recorte presupuestal que sólo les mutila las alas.
La UNAM y la UAM, por ejemplo, sufren problemas graves, ¡ya no por rezagos históricos!, sino por fenómenos recientes como los sismos del 19 de septiembre del 2017,
La Universidad Autónoma Metropolitana ha mantenido en riesgo desde hace año y medio, uno de sus edificios en la Unidad Iztapalapa porque la Auditoría Superior de la Federación mantuvo congelados recursos millonarios en un litigio que duró dos años.
Pero eso sí, el nuevo régimen ahora insiste en crear ¡100 nuevas universidades! aunque todos sabemos que difícilmente alcanzarán el nivel de escuelas técnicas, o de institutos de capacitación para marginados.
Es como nadar a contracorriente, justo en el momento en que el río está crecido.
Son pequeñas grandes cosas, que hacen la diferencia entre un gobierno verdaderamente democrático y eficiente, y un régimen demagogo y autocrático, empecinado en construir castillos en el aire.
Podemos decir, sí, que son estúpidos los que dicen que fue provocada la explosión de Hidalgo para justificar la militarización; pero igual de estúpidos los que sostienen que fue provocado para desprestigiar al actual régimen.
Si una de esas dos conclusiones se llegara a consolidar, entonces sí, mejor que un gobierno militar tome cartas en el asunto, porque los civiles no tienen perdón de dios, ni capacidad alguna para gobernar.
El pueblo nos duele. Nadie justifica lo ocurrido en Tlahuelilpa, pero la mirada confundida, aterrorizada de nuestra gente sí deja mucha desazón en el alma porque en su rostro se refleja la bíblica frase: "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen".
Los mexicanos han jugado durante generaciones con la muerte, con el miedo a la vida porque, aunque parezca un simple juego de palabras, en nuestra tierra el sentido de las cosas es justamente al revés. Hay temor al amanecer del día con día, porque no hay nada mejor qué dar a nuestras familias.
Entonces da igual sembrar jitomate que amapola; cortar maíz o cebada, que matas de mariguana o picar ductos de gasolina; embodegar pólvora para sembrar fuegos artificiales. Es así, en medio de la duda y la desesperanza, como los mexicanos buscan alguna posibilidad de salir adelante.
Es el presentir, día con día, que algo malo va a pasar, pero que hay que salir a jugársela o empezar a hundirse en la mendicidad, en la pobreza y en la indignidad de ser paria porque nadie te voltea a ver.
Es necesario, sí, poner un punto final. Trazar una raya en el agua para definir desde ahora hacia dónde queremos caminar. No podemos seguir por esta ruta de verdades a medias y mentiras rotundas. Hay cosas que el actual régimen no está haciendo bien.
Al actual gobierno, por ejemplo, se le ve mucha voluntad pero poca efectividad para resolver problemas. Sus tiempos de reacción son acelerados y atropellados en algunas cosas como el huachicoleo y la Guardia Nacional; y torpes o tortuosos en otras, como la reforma educativa.
Es evidente, que se les está descomponiendo el país en las manos. Y lo paradójico será decir, también en este caso: "Señor, perdónalos, no saben lo que hacen".