Tras bambalinas/Jorge Octavio Ochoa
De la radicalización a la amargura
Por JORGE OCTAVIO OCHOA. Su rostro aquel, antes sonriente y lleno de bonhomía, se ha transformado en una mueca, que se marca en la comisura de sus labios. Las imágenes más recientes no dejan mentir.
Su mirada es más dura, cruzada quizá por la amargura de tener en sus espaldas, la terrible loza de más de 460 mil muertos por una pandemia, que está muy lejos de terminar.
Es preocupante y empieza a dar miedo lo que ocurre en México. La radicalización ha empezado. Pero, en esta segunda mitad, ya no es sólo contra los “adversarios”, “conservadores” o “neoliberales”.
No. Ahora viene el aviso para los feligreses. El control sobre Morena es ya evidente y ya se registró el primer manotazo: ¡Nada de elección primaria o interna! Van por encuesta. Y Claudia Sheinbaum empieza a figurar a un lado del “manda más”.
Son imágenes y señales, al más puro y viejo estilo priista, acompañados ellos dos, por las cabezas de las fuerzas armadas, como un mensaje terrible en el uso del poder omnímodo.
“Los tenemos rodeados”, dijo alguna vez. Pero no es sólo contra sus enemigos; hoy, es también contra sus aliados. Se deshará de ellos, igual que lo hizo con el PRD. Anulará a todos los apóstatas. ¿No lo creen? Basta ver el caso Arturo Herrera.
“El movimiento soy yo”, es su máxima, y después será: “el partido soy yo”, y “la República soy yo”, con dictados verticales que no admiten objeción, porque ya los principales factores del poder están de su lado:
El Ejército, la Marina, el Poder Judicial, el Legislativo, los tiene controlados; acompasado por una manipulación de masas, ahítas de apoyos, que nada garantiza que perduren, pero sí que hagan más grande la pobreza nacional.
MILITARIZACIÓN
En términos estrictos, México no vive todavía esa militarización que tanto se teme. Al menos no hemos vivido el terror de los “toques de queda” o suspensión de las garantías individuales, como ya lo vivieron Argentina, Chile, Brasil, Paraguay.
Sin embargo, los índices de criminalidad que se han registrado en estos tres años son ya motivo de atención mundial. Dos de las ciudades más peligrosas del mundo están radicadas en México, sin contar la ruta del fentanilo.
Más de 106 mil asesinatos violentos en su gobierno; más de 96 mil desaparecidos sin averiguación; el hallazgo de más campos de exterminio; indicios de actos de terrorismo con autos bomba y misivas explosivas.
El panorama es aterrador, y se refleja en la mutación del rostro del que ahora nos gobierna. Por momentos pareciera que está a punto de anunciar una depuración, lejos de todo intento de diálogo.
Los sucesos en el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), más los vituperios en contra de la UNAM y demás universidades públicas “por haberse derechizado”, son el toque de alarma que hoy resuena.
Lejos de haber tomado lecciones de la pandemia y de las distorsiones abismales que vive la estructura del país, entró al cuarto año de su gobierno, todavía más radicalizado, enfurecido, y acuciado por los pecados de su círculo más cercano.
Es por eso por lo que, en los hechos, en el plano administrativo, sí se ha iniciado un proceso de militarización, con una evidente presencia del Ejército y Marina en la administración de puertos marítimos y un futuro control de los aeropuertos.
No se han dado a conocer las últimas cifras de ingreso a las escuelas de educación superior en el Ejército, Marina y Fuerza Aérea, pero cada vez se incrementa la solicitud de jóvenes que buscan entrar a ese sector, para asegurar su futuro.
En suma, hay una negación de la realidad, tanto personal como colectiva. Por un lado, un presidente que se aferra a crear sus propias circunstancias; por el otro, una sociedad harta del encierro, incrédula de que la pandemia y la militarización existan.
NEGACIÓN DE LA REALIDAD
Después de 460 mil muertes y casi dos años de pandemia, el mandatario tronó otra vez contra los medios y los catalogó de “amarillistas”, luego de ocultar toda una noche el ingreso del primer infectado de Ómicron en el país.
“Al parecer hay un mexicano que estuvo en Sudáfrica y está internado en un hospital particular con síntomas de covid-19 y le hicieron la prueba y al parecer sí es ya, la nueva variante (Ómicron)”.
Fue la forma elíptica con que dio a conocer el ingreso de la nueva cepa. Y lo hizo igual que al inicio de la pandemia, hace ya casi dos años: minimizando, politizando un tema que está más allá de la voluntad de unos y otros.
Pero él dijo que sus opositores “están utilizando a medios de comunicación para generar escándalos y dar un manejo sensacionalista sobre este caso”. En su concepción teológica, siente que con eso puede exorcizar al mal.
Al entrar Ómicron, advierte: “Eso no significa que haya más riesgos o que, como se llegó a decir, que era tan peligrosa esta nueva variante que no servía la vacuna. La vacuna sí protege de todas las variantes, por eso no debe de haber preocupación, mucho menos sensacionalismo de los medios, amarillismo para atemorizar sin elementos”.
EXTRAVIADO Y EXALTADO
En las imágenes de los últimos días, se ve a un mandatario exaltado, extraviado. Con una irritación sin límite contra aquellos que fueron sus aliados y que hoy lo empiezan a abandonar. Por eso viene la radicalización.
Concentrar a 250 mil simpatizantes, fue el acto más irresponsable de cuantos ha cometido en su mandato. Por mucho que su planteamiento teórico justifique gran parte de sus proyectos, la ejecución y las formas no guardan ningún rigor legal.
Su discurso en el Zócalo fue casi impecable, como antaño, cuando encabezaba los mítines en todas las plazas públicas. El problema es que ya la mitad de su sexenio se terminó. No hay logros tangibles.
Los ejemplos más claros los tenemos, insistimos, en las universidades Benito Juárez, el INSABI o la Banca del Bienestar; en un aeropuerto que no acaba de gustar a muchos especialistas, y una reforma energética sumamente retrógrada.
Él necesitaba ese acto masivo, para oxigenarse nuevamente, para inspirar las almas de esos cuerpos que, él cree, todavía le son fieles. Eso lo empodera, excita su ánimo y su orgullo, pero los hechos lo van ahogando.
Es por eso por lo que, en varios tramos de su discurso, asomó un dejo de amargura, pero también de amenaza a quienes no sigan el ideario de lo que él busca implantar: un régimen socialista apuntalado con el Ejército y demás fuerzas armadas.
Su mensaje, fue en parte para los jóvenes, pero también para los que aspiran a sucederlo: “¡Nada de zigzagueos!”, gritó desde Palacio, y dibujó en palabras a los que considera sus enemigos, en un discurso de odio que marca y divide en clases.
LA IMAGEN DE LOS PECADORES
“Los publicistas del periodo neoliberal, además de la risa fingida, el peinado engominado y la falsedad de la imagen, siempre recomiendan a los candidatos y gobernantes correrse al centro, es decir, quedar bien con todos…”
“Pues no, eso es un error. El noble oficio de la política exige autenticidad y definiciones. Ser de izquierda es anclarnos en nuestros ideales y principios, no desdibujarnos, no zigzaguear”.
Ese mitin fue la asonada, el “fuera máscaras” para quienes pretendan sucederlo en el 2024. Él es el gran elector, el dedo flamígero, el patriarca que marca el rumbo y decidirá los destinos del nuevo partido de Estado:
“Si se pronuncian a favor de los jóvenes y la justicia, manténganse, porque así sin perder la autenticidad, de manera consecuente, se va a contar con la simpatía, no solo de los de abajo, también de la clase media”, les dijo a los candidatos.
A los jóvenes les dijo que “la política no se hace en las cúpulas, con publicidad o redes sociales, sino con el pueblo”; “lo fundamental es la comunicación con el pueblo, con la gente…”
“Pero además no hacerlo fingido, sino tenerle amor al pueblo como nos enseñaron los buenos políticos”. El jefe de Morena recordó así los viejos tiempos del antiguo PRI, que ahora busca refundar.
La arenga es fácil, de cara a la miseria monumental que vive México: “Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”. “¡Nada de medias tintas!”, les exige a los suyos, para que así demuestren su lealtad, so pena de ser señalados.
Así justificó la mayor presencia del Ejército y Marina en las áreas administrativas de su gobierno y rechazó, molesto, que esto signifique una militarización. Las fuerzas armadas nacieron con la Revolución Mexicana…
Los soldados son “pueblo uniformado”, acuñó en su discurso. “Las acusaciones de que se está militarizando el país carece de toda lógica, no se les ha pedido a las fuerzas armadas que se involucren en acciones represivas”.
Queda resonando ese discurso, porque del “pueblo uniformado” podríamos pasar a los “militares sin uniforme”; que espían, acechan, investigan y denuncian al traidor, tal y como lo hacía la GESTAPO.
¡Mexicanos, cuidado con lo que desean, porque se les puede hacer realidad!
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