Tras bambalinas/Jorge Octavio Ochoa
¿Usted cree en Dios? La pregunta es seria, porque hay momentos en la vida, que todo pareciera ser parte de un mal fario, de un sino macabro, que marca la historia de las personas y los pueblos.
Esa tarde noche del 7 de septiembre, fue el caso. El horizonte se tornó en un gris plomizo: el estruendo de los rayos resonó a no más de medio kilómetro de distancia; en segundos, las calles se convirtieron en pequeños riachuelos.
En medio de la tormenta, el cielo se iluminó y cayeron relámpagos con estruendo. Por momentos parecieron escenas del medio oriente o Afganistán. Había una sensación de desastre.
Un día antes, se habían registrado mil 71 muertes, por la tercera ola de la pandemia del Covid19, como en los peores tiempos desde el inicio de esta calamidad, y el ánimo se volvió sombrío para cientos de miles de mexicanos.
Ese lunes, 14 personas que se encontraban intubadas en un hospital de Tula, Hidalgo, perdieron la vida cuando se fue la luz y se inundó la zona con aguas negras. No contaban con planta de emergencia.
Un día más tarde, en medio de la lluvia interminable, por la noche, un sismo de magnitud 7.1 sacudió las costas de Acapulco y sus efectos llegaron hasta Oaxaca y la Ciudad de México.
Cuatro días más tarde, el viernes, el cerro del Chiquihuite se desgajó. Al menos dos personas murieron. La desgracia cayó sobre un caserío construido en las faldas del famoso cerro, en Tlalnepantla. La gente pensó que era otro terremoto.
Esa fue la sensación de desastre e indefensión, que tuvieron millones de mexicanos, que enfrentaron este panorama desolador, y sólo encontraron de su líder máximo, palabras incoherentes, insensibles, que no consuelan a nadie.
Antes de los temblores, Ecatepec ya sumaba 7 mil millones de pesos en daños por las inundaciones y el desbordamiento de dos ríos. A la desgracia, se sumarían los terremotos. Más de 200 réplicas.
En medio del desastre, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo: “En este encargo tan honroso hay días buenos, muy buenos; malos y muy malos. Hoy es un día de estos últimos”.
De inmediato, recibió reproches de las redes sociales:
“… él ve como “un día malo” lo que para miles fue una desgracia absoluta: perdieron sus casas, su coche y hasta la vida. Es una visión muy miserable y nada sincera. Hay hipocresía en sus palabras”.
El fin de semana, insistió en su dicho: catalogó como “una semana difícil”, lo que para cientos de familias es el inicio de la desgracia más profunda. Perdieron sus hogares, sus pertenencias y, en muchos casos, a sus familiares.
No hay palabras de consuelo, y uno se pregunta si Dios nos ha castigado por haber permitido la infinidad de crímenes, ejecuciones y asesinatos en campos de exterminio, y la adoración pagana a “la Santa Muerte”.
NO HAY RESPUESTAS… NI APOYO
Funcionarios federales de la 4T ahora han entrado en una sorda pugna e intercambio de acusaciones. La muerte de 14 personas, en el hospital de Tula, tras el desbordamiento del canal de aguas negras, fue el detonador.
La directora del Servicio Meteorológico Nacional de Conagua, Alejandra Méndez Girón, declaró que ese organismo emitió 45 alertas por las lluvias en Tula, al Sistema Nacional de Protección Civil, pero no fueron atendidas.
A su vez, el director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Zoé Robledo refutó y dijo que “de haber tenido la información”, se habría podido evacuar a tiempo dicho hospital. Lo paradójico es que el hospital está a 100 metros del río.
Sean quienes sean los responsables, los pacientes murieron anegados entre aguas negras. Lluvias “atípicas”, les llaman ellos cada año. Incapacidad “ya muy típica”, la consideran miles de ciudadanos.
Colonias desbaratadas, cubiertas de lodo y miasma, ha sido el saldo de otra temporada de huracanes y tormentas que han atravesado al país.
Ecatepec quedó literalmente sumergido bajo corrientes furiosas de agua que bajaron desde la Sierra de Guadalupe, en la zona de San Andrés de la Cañada, y el centro del municipio, llevándose a su paso autos, animales y personas.
De parte del gobierno federal, pocas respuestas y absoluta incapacidad. Paradójicamente, López Obrador ha aprovechado la situación para desviar la atención sobre otros asuntos graves para un pueblo esquilmado.
No ha dicho nada sobre la práctica del Diezmo; sobre la quita ilegal a los sueldos de trabajadores, que inventó él mismo, desde que fue líder del PRD. Tampoco ha dicho una sola palabra sobre los negocios turbios del clan tabasqueño.
El diario Reforma reveló el 10 de septiembre pasado, los negocios fraguados por un ex jefe de compras del IMSS, Gamaliel Barriga Simonin, quien obtuvo 821 millones de pesos a través de mil 693 contratos de compras a esa misma institución.
Era el encargado de compras en las delegaciones del IMSS en Tabasco y Veracruz. En febrero del 2018 dejó la institución, pero ocho meses más tarde obtuvo su primer contrato, a través de una empresa con domicilio ubicado ¡en su casa!
De esta forma, desde el inicio del actual régimen de la 4T, este funcionario ha obtenido importantes contratos. En lo que va del 2021, ha registrado 400 millones de pesos en contratos.
De acuerdo con la investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), las empresas de Gamaliel Barriga están vinculadas a Laboratorios Solfrán, propiedad de Carlos Lomelí, ex super delegado del gobierno federal en Jalisco.
Puestas así las cosas, muchos mexicanos nos volvemos a preguntar si lo que ocurre en el país es producto de la mala suerte, de algún gran pecado que estamos pagando, o de la ineficiencia de los gobiernos que hemos elegido.
La naturaleza se ha ensañado, pareciera que esto no tiene final. Pero habrá que preguntarnos también si Dios tiene culpa de todo lo que nos pasa. La adoración y el culto desmedido también son pecado. Quizá nos seguimos equivocando de ídolos.