Tras bambalinas
Abiertos, los candados de las calamidades.
Por JORGE OCTAVIO OCHOA. De todos los males que queríamos librarnos cuando gobernaba el PRI, con AMLO regresaron los 3 peores:
El presidencialismo. Brutal, arbitrario, autoritario y represor, empieza a enseñar los colmillos de la manera más cobarde y abusiva, cebándose en la persona de una mujer, la ministra Norma Piña, a quien carga todo el peso de su poder, de su odio y de su impotencia.
El dedazo. Con una sucesión adelantada, denigrante y deformada, en la que los aspirantes admiten la humillación y el escarnio públicos, a través de clanes o grupos que están prestos a convertir la descalificación personal en su arma de guerra.
Partido de Estado. Se mueve bajo las órdenes de un solo líder o guía, que no es el presidente del partido, es el presidente de la República, apoyado ahora por las Fuerzas Armadas, más prestas a recibir órdenes para proteger sus “gananciales” como grandes constructores, administradores, propietarios de parte del patrimonio nacional. Nunca como ahora tuvieron tanto poder y tanto dinero en sus manos.
Así las cosas, la última derrota legal que sufrió Andrés Manuel López Obrador, se ha convertido en la trompeta apocalíptica para la embestida, en medio del gran fracaso y destrucción que dejará su gobierno.
Lejos de acatar el fallo de la Corte contra el llamado Plan B, el mandatario respondió con un llamado masivo “al pueblo”, por un voto de “carro completo”, a fin de alcanzar la mayoría absoluta, sabedor que cada día se aleja más de la simpatía popular y, por ende, del control.
De ahí la propaganda para hacerlo parecer uno de los presidentes más queridos de la historia. Esa falacia pronto podría venir acompañada por uno de los fraudes más descomunales en la historia, justo en el Estado de México, joya de la corona del PRI, lo que convierte dicha elección en algo más que simbólico, aunque para combatir la corrupción pretendan imponer a la persona más corrupta de todos los candidatos.
En medio de este escenario catastrófico, los partidos de oposición arrastran sus patéticas estructuras, con líderes deleznables como los Alitos, Markitos y Chuchitos, mientras Morena mueve a sus huestes y candidatos, con órdenes precisas, para que vayan a hacer campaña, con gastos pagados por el erario federal, a favor de una tal Delfina, delincuenta sentenciada, y un tal Guadiana, que más serviría como Patiño de circo.
Con esa instrucción específica y en desacato de la Corte, ya anda Claudia Sheinbaum placeandose por el país, mientras la CDMX sufre por un pésimo servicio del Metro, que antes era orgullo nacional. Consentida por AMLO, ella comete abusos, como despintar las bardas de apoyo a sus adversarios, en este caso Marcelo, que a la postre se ha convertido en el único candidato que la podría opacar y aplastar en una contienda abierta.
Así andan ya por el país éstas tres alegres comparsas, alentados por López Obrador y Mario Delgado, en abierta violación de las leyes electorales, con el contubernio o acompañamiento infantiloide de algunos medios de comunicación que se han dado a la tarea desde hace meses, no solo de publicar encuestas de preferencias presidenciales, cuando falta más de un año, sino de prestarse a una suerte de “rodshow” para entrevistar a cada uno de ellos, propiciando también el desacato, la violación de la ley y el apuntalamiento de la propaganda fascistoide que solo fortalece al actual presidente de la república.
Se muevan pa dónde se muevan, el gran destapador será él. Según Morena, las preferencias apuntan hacia Claudia. Ella será también pieza angular de este bodrio que López Obrador llama “4a transformación”. Sería la primera mujer presidenta de México. Con eso “hará historia”. Es un guion preconcebido, con un romanticismo propagandístico sin precedentes, que servirá para ocultar la verdadera desgracia que ya vivimos: un país amenazado por el crimen organizado.
Vemos Alcaldes y diputados locales aterrados por los designios de brutales bandas criminales, que mantienen literalmente secuestradas a las familias políticas en diversas regiones del país. Hoy en México, los que no negocian y acuerdan con “la maña” están advertidos: serán exterminados. Y el término no es exagerado. Ya hemos visto el espectáculo de cuerpos desmembrados, humanidades colgantes en puentes, cabezas arrancadas y balaceras y masacres de las que se ríe sardónicamente el presidente López Obrador. Quizá por eso el viraje sorpresivo de algunos que parecían opositores desde dentro, pero que ahora declaran una lealtad sin cortapisas.
La amenaza debió ser muy fuerte. Pero en contraparte, la lealtad se paga. Ahí están los casos de Francisco Garduño, en el Instituto Nacional de Migración, sobre quien pesa la muerte de 40 indocumentados, calcinados, pero que sigue despachando, aunque está bajo investigación. Es todo un delincuente en funciones.
Y ahí está el otro, Ignacio Ovalle, sobre quien pesa el fantasma de Conasupo, hoy convertido en Segalmex, de dónde se han desviado más de 15 mil millones de pesos de la manera más miserable, simulando apoyos para los más necesitados. Y ni que decir de Delfina Gómez que, lejos de haber sido inhabilitada, hoy aspira a gobernar el Estado de México, pese a haber esquilmado a los trabajadores de Texcoco para beneficiar “el movimiento” de López Obrador.
No existen condiciones reales para que Morena gane con esa candidata tan impresentable. Pero ahí entrarán en operación las nuevas falanges del partido: el crimen organizado, el amedrentamiento, el miedo y el terror. Son las nuevas armas políticas que esgrime AMLO.
Ese es el termómetro de la descomposición que ya vivimos. La violencia ya campea en el país, la sujeción a la ley es letra muerta. El ejemplo cunde desde el Poder Ejecutivo Federal. Los medios de información han jugado su parte nefasta, sumidos en una fiebre de encuestas y ahora con entrevistas anodinas que solo fortalecen a uno, ese que ocupa el Palacio Nacional.
Los mexicanos no lo han querido entender: los candados de las calamidades ya están abiertos. Las trompetas del Apocalipsis suenan. Empieza el circo macabro de la sucesión. El Estado de México será la primera prueba.
Pero hay esperanza. El autócrata está temeroso. Ya reconoció que podría darse un “corrimiento” hacia el centro, con alguno de los candidatos de Morena. Admite entonces que no todas las “corcholatas” comparten sus proyectos. Esa puede ser la piedra de toque para la oposición y para el país. Ya sabemos que Claudia no es y el otro, es demasiado allegado.
Pero por favor, nunca más voto masivo para nadie. Fragmentar el Poder es la única posibilidad real de que el pueblo verdaderamente incida en las políticas gubernamentales.