Tras bambalinas
A partir de este fin de semana, es un hecho que México tomará un rumbo definitivo: se consolidará un nuevo partido de Estado, que asumirá el control político de más de la mitad del país.
Es una involución extraña porque, a diferencia del PRI, que buscaba una consolidación “institucional” luego de la Revolución, Morena va en ruta de dinamitar esas instituciones para crear un entramado que solo López Obrador entiende.
El fondo populista sigue siendo el mismo. El viejo PRI creció con base en acuerdos “no escritos”, con grupos sociales y sindicatos, que le permitieron asumir un control político absoluto.
En el campo y la ciudad, los tres sectores priistas se convirtieron en correa de transmisión y de comunicación entre el poder y “las bases”. El clientelismo político se estableció y esos grupos alcanzaron un poder propio.
Nada le era ajeno a ese entramado político. Ejidos, comunidades y hasta los pueblos más apartados sabían lo que era “la PRI”. Los tatarabuelos lo conocieron y mucho tiempo ansiaron su presencia.
Los políticos de cuño que superaron los tiempos revolucionarios, hicieron del contacto con la gente toda una forma y estilo de gobernar y de interactuar. El buen político podía mirar a los ojos, saludar de mano y llamar por su nombre a los líderes.
Gobernadores llegaban a comunidades y estrechaban a “Don Panchito”, “Doña Petra” y preguntaban por temas específicos “¿Cómo va su hija? ¿La atendieron bien en la clínica? Y era el pie de foto para publicitar la construcción de un hospital.
Dueños del territorio, los priistas se dieron el lujo de repartir o permitir el crecimiento desordenado, el surgimiento de comunidades y organizaciones que con el tiempo entraron en descomposición.
Los sindicatos, el magisterio, empezaron a adquirir su propio poder y entraron en conflicto con los creadores de la “institucionalidad”. En los petroleros y el SNTE existen todavía resabios de esos tiempos.
De hecho, esos gremios fueron pieza clave en el destino político que tomaría México. Las confrontaciones con los presidentes de la república se hicieron más frecuentes y primero vino el manotazo de Estado, luego el rompimiento.
El encarcelamiento de “La Quina” y Elba Esther Gordillo marcan dos hitos en la historia política del país y revelan cómo el presidencialismo vivió horas de resquebrajamiento, que se hizo evidente con el asesinato de Colosio.
El viejo “pacto social” se rompió desde el momento en que Carlos Salinas de Gortari propuso la desaparición de los tres sectores y el cambio de nombre del PRI por el de “Partido de la Solidaridad”.
Los sectores obrero, campesino y popular serían sustituidos por una estructura horizontal donde tuvieran cabida todos, en una misma bolsa, desde burócratas hasta empresarios, en una amalgama inasible.
Al romperse los “acuerdos no escritos”, se acabaron los “pactos”. El sector campesino, con sus organizaciones tradicionales como la CNC, la CCI, dejaron de ser el canal de lanzamiento de líderes sociales y representantes comunales.
Ahí empezó el derrumbe de lo que hasta ahora conocimos como PRI. Junto con ello empezó el florecimiento y consolidación del narcotráfico como nuevo brazo del poder. El control territorial de las mafias empezó a tomar forma.
El PRI armó el contacto con líderes contrabandistas, a los que mantuvo controlados en cercos estatales: Chihuahua, Sinaloa, Sonora, Baja California, Tamaulipas, en corredores desde el Golfo, hasta el Pacífico, cruzando el país.
Al triunfo de Vicente Fox, entregó la presidencia de la República, pero no la libretita de esos “contactos” con los que se tenía que negociar para mantener el orden y controlar la ambición de los capos de la delincuencia.
La fractura se dibujó en 1988, con el robo de la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas y se consumó, con la entrega de la estafeta al PAN. Los priistas tenían la convicción, sabían que el blanquiazul no podría, no sabría cómo negociar con delincuentes.
Porfirio Muñoz Ledo, fue el personaje central de esa época y cerebro de la Corriente Democrática, que más tarde daría vida al Partido de la Revolución Democrática (PRD). Ahí empezó la gran fractura del PRI.
Hoy asistimos a lo que, presumiblemente, serán las exequias del PRI. Perderá su última gubernatura, y con ello todo el peso político que le respaldaba. Se diluyeron los sectores, los viejos patriarcas.
Asistimos, pues, a la consolidación del nuevo partido de Estado, con una estructura indefinida, horizontal, diluida, donde se dice: “PRIMERO LOS POBRES”, pero no se ve más estrategia que LA MANO DEL PRESIDENTE REPARTIENDO DINERO.
La receta es la misma: POPULISMO. Los programas de pensión para adultos mayores, becas para jóvenes por el futuro y Sembrando Vidas son, con todo respeto, un giro sobre una misma tradición de clientelismo.
Ninguno de estos programas resistiría en estos momentos, a tan sólo 3 años de su aplicación, una auditoría forense para saber si los recursos están llegando a quienes deben llegar.
Hay muertos, desaparecidos, gente que no los necesita, campo que no produce, jóvenes que siguen sin ver claro su futuro. No hay proyecciones estadísticas ni académicas de hasta dónde y hasta cuando se podrán mantener esas políticas y, sobre todo, ¿de dónde saldrá todo ese dinero que se requiere?
Por eso resulta, más que una bofetada, una “mentada de madre” la amenaza del presidente de que dará una vuelta más a la tuerca para imponernos una “pobreza franciscana”, como si nuestros impuestos y los recursos del erario fueran de él.
Pretende un México SOLIDARIO, como el partido SOLIDARIDAD que quería Carlos Salinas de Gortari. Curiosamente, ambos conceptos proponen la desaparición de sectores, cambio de nombre al PRI y un gobierno de SOLIDARIDAD.
En estas circunstancias, hoy vuelve a ser Porfirio Muñoz Ledo, quien pone el dedo en una yaga que no ha cerrado con la sola liquidación del PRI. La bestia creció. Hoy es el crimen organizado el único sector que controla la vida nacional.
La percepción de un presunto ACUERDO de López Obrador con el cártel de Sinaloa y del Golfo, es ya generalizada. Se ha apuntalado tras la expresión de que a los mafiosos “hay que cuidarlos porque también son seres humanos”.
El problema es que, con esa aseveración ha puesto en picota al Ejército y la Marina por su papel omiso o torpe, escoja usted, no sólo en el combate a las mafias, sino en la protección y seguridad del Presidente de la República.
Si no hay pacto con el cártel de Sinaloa, ¿cómo se explica que la ruta de una gira presidencial no esté custodiada por las fuerzas armadas ni por seguridad nacional? ¿Negligentes, ciegos o estúpidos?
Tras su reciente gira por Sinaloa y sus declaraciones sobre la existencia de retenes, queda manifiesto que hay un ARMISTICIO con esos grupos delincuenciales. Estos violan las garantías individuales y el libre tránsito.
Por eso, querido lector, los resultados electorales de este domingo pasan a 2º término y sólo alimentarán la bitácora y los anales de la historia. Las evidencias de la penetración del crimen organizado cada día son más contundentes.
La militarización iniciada por López Obrador pareciera que sólo ha servido para contener el paso de migrantes en la frontera sur y crear una empresa militar que fondeará las futuras pensiones de nuestros militares.
La forma es fondo, dicen los teóricos.
López Obrador se fue a los terruños de El Chapo por helicóptero y sus reporteros por tierra, en más de dos horas de camino, sin que nadie sepa bien a bien qué hizo en ese lapso, ni con quién se reunió.
Tanta protección a criminales “que son seres humanos” y a la madre de “El Chapo” han traído consecuencias, y hoy esa es la mancha más grande que pesa sobre la investidura presidencial, que dice proteger.
Mayo terminó con 2 mil 472 homicidios, el mes más violento de los últimos tiempos. Todos los estados donde hay elecciones, están bañados por el crimen organizado; retenes por doquier… ¿De qué habla usted presidente? ¿En qué México vive? Usted ya se despegó del pueblo bueno.