Tras bambalinas
El simplismo con que el presidente aborda los temas nacionales ya es alarmante. De lo chusco y anecdótico, empieza a convertirse en algo patético.
Cada vez que habla, confirma la percepción no solo de un bajo nivel académico, sino también de entendimiento y comprensión de la realidad.
Su reciente visita al “Triángulo Dorado”, así lo revela. No solo por la desfachatez con que ignora y se burla de los reporteros, sino por la manera con que minimiza.
Esa proclividad a dividir el mundo entre “buenos y malos”, a incendiar el diálogo con fanfarronería, confirman que él no busca el acuerdo. Quiere sumisión.
En la carretera Badiraguato-Guadalupe y Calvo, en el llamado “Triángulo Dorado”, un grupo de periodistas fue retenido. Pero al presidente le pareció poca cosa.
Quedar expuesto a la arbitraria y amenazante revisión de gente armada que cierra los caminos es, por si sola, una ruptura del Estado de derecho.
Hubo un amenazante despliegue de armas, equipo táctico, chalecos antibalas. Pero el presidente dijo “no pasa nada”.
Decir que “no solo en Sinaloa existen grupos armados, también ocurre en Jalisco y en otros estados” es, sin más, una cínica aceptación de hechos.
A los reporteros les dijo: “no les crean a los conservadores, porque eso les puede traer confusión”. Como si lo que vivieron horas antes fuera un mero acto de fe.
Para él no es un hecho preocupante el control que ya ejercen grupos armados sobre vastas regiones del territorio nacional.
“Sucede en Jalisco, sucede en otras partes; está mal, no debe de (sic) suceder. Pero no solo es el caso de Sinaloa. Yo les diría: ¡arriba Sinaloa!”, dice con sarcasmo.
Los escandalosos niveles de inseguridad, para él son obra de “los de antes”.
“Eso lo piensan los conservadores. Yo no soy Felipe Calderón”, responde, como si efectivamente no pasara nada.
No hay plan, no hay estrategia. Ya lo dijo Cuauhtémoc Cárdenas. Pero López Obrador se lanza con una perorata existencial y un simple cambio de nombres:
Por qué no le ponemos, en vez de “el Triangulo Dorado”, el “Triángulo de la gente buena y trabajadora”.
Esta sola expresión, ya fue considerada en las redes sociales como la consolidación del pacto de un “NarcoEstado”.
Nadie en este país ha dicho que todos los sinaloenses sean narcotraficantes, ni que todos ellos vivan del narcotráfico o el crimen organizado.
La denominación se dio porque es una de las zonas de trasiego de amapola y mariguana más grande y permisiva del mundo.
El nombre se dio por la recurrencia de fenómenos que también existen en Filo de Caballos, Guerrero; en toda Tierra Caliente, que incluye a los territorios de Michoacán, Morelos y el Estado de México.
Decir que solo “los conservadores” piensan que hay zonas de control del crimen organizado, es negarse a una contundente realidad, que todo el mundo conoce y ve.
Actualmente, los 5 estados más violentos de México son gobernados por ese naciente partido, que el mes próximo podría repetir las viejas hazañas del PRI: carro completo con seis gubernaturas.
De la insolencia al abuso del poder
Nadie puede negar que en México existe una injusta y brutal distribución de la riqueza. Prevalece la corrupción, la impunidad y la opacidad.
Todo esto ha sido propiciado, sin excepción, por los malos gobiernos que hemos tenido, de uno y otro partido, incluido Morena.
El abuso del poder ha sido la marca de la clase política, que solo ha cambiado de siglas pero que, en la forma y el modo, solo ha sido más de lo mismo.
La misma soberbia, el mismo autoritarismo, la misma ausencia de la ley, el mismo uso de las instituciones para cumplir caprichos e intereses personales o de grupo.
México vive hoy la pesadilla de siempre: candidatos que prometen un cambio que nunca llega, paraísos democráticos que no se dan; una representatividad ciudadana que, en los hechos, no existe.
La insolencia y la soberbia es el lenguaje que ahora cunde, bajo la férula de Andrés Manuel López Obrador.
Morena mutila al IECM
La muestra más reciente, fue la mutilación que acaba de sufrir el Instituto Electoral de la Ciudad de México (IECM).
So pretexto de ahorrarse 50 millones de pesos anuales, Morena y sus aliados acaban de desaparecer, desde el Congreso de la CDMX, la Unidad de Fiscalización, solo para empezar.
Junto con esta, eliminó también las unidades de Género y Derechos Humanos; de Vinculación con organismos extranjeros; de archivo y logística, y la Contraloría de calidad interna. Con ello plantean suprimir 105 plazas laborales.
Sin embargo, lejos de eficiencia y ahorros, esto solo posibilita al partido mayoritario, Morena, mecanismos de control político, para evitar otra derrota como la que sufrieron en el 2022.
Ahorrar 50 millones de pesos anuales, no es nada frente a los más de 2 mil millones de pesos que se pierden por la toma de casetas de peaje, y que el gobierno federal ni los estatales impiden porque, obviamente, afectaría su popularidad.
Pero a ellos les importa poco, y preparan sus cierres de campaña, con movilización de “corcholatas presidenciales” incluida, para arrasar y llevarse el carro completo, con un cinismo y desfachatez que solo el PRI, en sus peores momentos, podría equiparar.
Germina nuevamente la cultura de la violencia verbal. “No me vengan a mí con que la ley es la ley”, “¡Al carajo los conservadores! Abrir una conferencia presidencial con música grupera, se vuelve algo más que un mensaje.
Expresiones que, en medio de una intención gubernamental de cambiar el sistema educativo, los planes de estudio y los libros de texto sin acuerdo nacional, se vuelve algo peligroso.
Visión clasista, miseria humana
En México, existen al menos dos visiones tangibles de clases sociales: los de arriba y los de abajo. Entre éstas, queda una clase media cada vez más cerca de la línea de las carencias y la pobreza.
Esa franja enorme, es la que se ve castigada por la inflación y el irrefrenable pago de impuestos.
Mes a mes, los gobiernos federal y locales les quitan más del 30% de sus ingresos, en una lógica de alzas en la que la mejora de los servicios no tiene nada que ver.
Por eso, hay que distinguir entre miseria y miserable. La primera, es una condición económica y social. La segunda, es una condición humana, donde “mi palabra es la ley” y puedo hacer con los recursos del erario lo que me venga en gana.
En el mundo de los miserables, el burlarse de la ley o minimizar a las instituciones se vuelve costumbre.
En esa esfera se coloca, por ejemplo, el reciente desacato de la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez Buylla, al llamado del Senado para que informe sobre presuntos faltantes y desfalcos.
Empoderada por el propio López Obrador, no ha rendido cuenta del destino que se le dio a 42 mil millones de pesos que serían destinados a 109 fideicomisos que, por órdenes del presidente de la República, el Conacyt liquidó.
La doctora es acusada por un sobregiro de mil 500 millones de pesos del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y un subejercicio de 2 mil millones de pesos del programa de becas.
En teoría, todo ese dinero debió reintegrarse a la Tesorería de la Federación. En los hechos, no se sabe qué ocurrió con él. Mientras, el presidente sigue improvisando para fondear la pensión de adultos mayores y jóvenes por el futuro.
El país se hunde en una grave atonía económica, pero los morenistas han vuelto a salir a las plazas públicas en busca de un nuevo carro completo.
Como en los tiempos del viejo PRI, hoy Morena anticipa vísperas y garantiza que ganarán 6 de 6, porque las encuestas así lo indican. ¡Venditas encuestas! ¿No?