Tras bambalinas
Por Jorge Octavio Ochoa: Ayer y ahora, paralelismos con Díaz Ordaz
La semana pasada hablábamos en este espacio, sobre el incipiente surgimiento de una especie de “Terrorismo de Estado”, y ya tenemos las primeras pruebas.
La reciente marcha de mujeres, el pasado 8 de marzo, fue el pretexto para que, desde los dos Palacios del epicentro de la República, surgiera la primera versión de posible violencia extrema a manos de grupos “radicales”
La escenografía con el tapiado de la residencia presidencial, subrayó el tono de tensión que ya en los dos años anteriores se había perfilado, con la presunta irrupción de “grupos radicales”.
La intensión evidente, era generar miedo, temor, para inhibir la participación social y preparar el terreno por si se requería el uso de la fuerza. El lenguaje del gobierno, y el tono de la comunicación es, paradójicamente, similar a lo que se vivió en 1968.
Por aquellos años, previo a las olimpiadas, el mundo experimentaba una ola de agitación estudiantil precisamente contra el mundo capitalista y el transnacionalismo que pretendía dominar la economía global.
Por un lado, los jóvenes se quejaban del autoritarismo del régimen priista; de la falta de oportunidades y libertades. A su vez, el gobierno federal hablaba de intentos de infiltración, de radicalización y de penetración de grupos de ultraizquierda.
Esto, según los politólogos e historiadores, dio paso a un creciente abuso de la fuerza y brutalidad policiaca. Así se empezaron a generar los dos bloques ideológicos que chocaron en la segunda mitad de 1968.
Otro paralelismo entre aquella época y la actual, es la guerra. En aquel entonces en Vietnam, como hoy en Ucrania, se enfrentaron los dos principales ejes ideológicos: la extrema derecha y la extrema izquierda.
El expresidente Gustavo Díaz Ordaz estaba obsesionado, abrigaba grandes temores sobre presuntos intentos de desestabilización a través de grupos fascistas que buscaban alterar el orden institucional.
Incluso llegó a considerarlo como parte de una asonada internacional para implantar nuevos equilibrios. Bajo esa lógica, decidió cerrarse. No escuchó a nadie más que a su intuición y se negó a dialogar con los estudiantes. Los hizo sus adversarios.
Díaz Ordaz empezó a tomar decisiones unilaterales, basado sólo en comentarios de su gente más cercana, pero no de sus asesores profesionales ni de sus secretarios de Estado.
Hay autores que consideran esto, como parte de todo un proceso mental para construir un discurso y acciones que justificaran la “racionalización de la violencia”, el uso de la fuerza y la violación de los derechos humanos.
Es decir, se creó el fantasma de enemigos peligrosos al régimen, a los cuales había que combatir. A eso puede considerársele “terrorismo de Estado”, porque son las propias autoridades quienes infunden el terror.
Bordan y elaboran escenarios para la toma de decisiones, aunque éstas violen derechos elementales. Igual antes que ahora, existía un partido de Estado, poderoso, sin oposición, en el que descansaba el autoritarismo de Díaz Ordaz.
CALENTAMIENTO POLÍTICO
Esa es la retórica que cruza en nuestros días. El enrarecimiento social, acompañado por un insólito e increíble sobre calentamiento del discurso político, alimentado desde los dos Palacios del Zócalo.
Teorías de complots, “golpe de Estado blando”, “ataques de la derecha al proyecto de transformación”. Así se ha estructurado el discurso del Presidente, con un abierto maniqueísmo de los extremos.
El presidente López Obrador se ha colocado en el extremo de la izquierda radical, bajo la frase: “estás conmigo o estás contra mí”, con una actitud intolerante, que lo lleva a creer que él es el centro y el objeto de todos los ataques internos y externos.
Esa fue la manera con que abordó la marcha de las mujeres, segmentando a muchas de ellas en un “grupo de interés”, encabezado -dice él- por el poderoso empresario Claudio X González y su hijo, a quienes tilda de feministas tardíos.
Así, dice que hay grupos de provocación, de infiltrados, en todos los campos de la vida nacional: desde el feminismo hasta el periodismo; el sector empresarial, el mundo judicial, la Suprema Corte.
Tres años han pasado sin que el Presidente López Obrador haya podido presentar una sola prueba de esa asonada de la ultraderecha en su contra, apoyada con “periodistas corruptos”.
Miles de imágenes han circulado, de mujeres efectivamente violentas, que atacan, que causan destrozos; que agreden a mujeres policías. Pero no ha podido presentar ni una sola prueba de vínculo alguno con grupos de ultraderecha.
Fue más eficaz y veloz el gobierno de Querétaro en identificar por video y fotos a los implicados en la violencia en el estadio La Corregidora, que el aparato de la Guardia Nacional para dar a conocer los nombres de las presuntas provocadoras.
LA VICTIMIZACIÓN Y LA IMPOTENCIA
El presidente ha mantenido, desde hace ya más de un año, una actitud de permanente victimización: intereses “injerencistas” y aviesos tratan de frenar la marcha de su 4ª Transformación, dice.
Obsesionado con esos fantasmas, asegura que en esto participan Estados Unidos, al financiar a organizaciones no gubernamentales; y el Parlamento Europeo, al seguir “como borregos”, los dictados de esos grupos de interés “colonialista”.
Bajo esa lógica se inscribe también el próximo periplo que realizará por América Central y Cuba, entre reclamos por la poca ayuda que brinda el vecino del norte para combatir la pobreza, y sus intentos personales de convertirse en líder regional.
Insistimos: quizá López Obrador cree que Estados Unidos estará más preocupado por ver lo que pasa en Ucrania, pero el desarrollo de la guerra lo único que traerá para México es más angustia, más asfixia y más intervención.
EL FBI EN MÉXICO
Baste ver lo ocurrido el sábado pasado en Playa del Carmen, tras el asesinato de un empresario canadiense, el tercero en menos de tres meses. Hace dos semanas fueron tiroteados otros dos en el hotel Xcaret.
Estados Unidos ha puesto en marcha una investigación a cargo del FBI por la frecuencia de estos crímenes en Quintana Roo. Estos hechos serán la punta de lanza para investigar también los depósitos de rusos en la Rivera Maya.
No hay espacio para la ingenuidad. López Obrador cree que con estos acercamientos en Honduras, El Salvador, Guatemala o Cuba logrará crear un bloque “anticolonialista” o de exportación de sus políticas del “bienestar”.
Pero no. Nada cruzará por nuestros territorios, sin que pase por el cedazo de la lógica belicista. La misma lucha entre cárteles podría adquirir nuevas dimensiones, si esos capitales rusos deciden también intervenir o ponerse a salvo en el occidente.