Transexualidad, homoafectividad e Iglesia católica
Nuevamente el Dicasterio para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede, presidido por el cardenal argentino, Víctor Fernández, ha saltado a la polémica escena mediática con las respuestas oficiales a seis preguntas que el obispo misionero en Brasil, Giuseppe Negri, hiciera al Papa sobre la participación e inclusión de las personas transexuales y homoafectivas en la Iglesia católica.
Las preguntas del obispo misionero originario de Milán afincado en Brasil fueron concretísimas: ¿Puede ser bautizada una persona transexual? ¿Puede un transexual ser padrino o madrina de Bautismo? ¿Puede un transexual ser testigo en un Matrimonio? ¿Pueden dos personas homoafectivas figurar como padres de un niño que debe ser bautizado, incluso si el bebé fue adoptado u obtenido por otros métodos, como la renta del útero? ¿Puede una persona homoafectiva en situación de convivencia [con otra persona homoafectiva, se entiende] ser padrino de un bautizado? Y, finalmente: ¿Puede una persona homoafectiva en situación de convivencia ser testigo en un matrimonio?
Las respuestas son breves –quizá demasiado– y dejan mucho espacio para el debate, lo cual ha sido utilizado por agencias, instancias, grupos y medios para definir en sus propios términos lo que “autoriza” o “condena” oficialmente la Iglesia. Pero justo en eso reside el principal problema en torno a este asunto: La sociedad occidental moderna está acostumbrada a simplificar radicalmente todo lo que provenga de la Iglesia católica. En el fondo, pensar que la Iglesia sólo puede obrar en los márgenes del ‘sí total’ o el ‘no absoluto’, es restar la responsabilidad del discernimiento espiritual y pastoral sobre las circunstancias específicas del encuentro personal y comunitario con la fe cristiana.
Incluso antes de las respuestas (que explicaré más adelante) es necesario considerar dos situaciones contextuales muy importantes. La primera, el papel del presidente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe; y la segunda, la realidad desde donde el obispo Negri plantea sus inquietudes.
Sobre el famoso dicasterio vaticano que en otros tiempos tuvo más relevancia como tribunal inquisitivo e instancia punitiva dedicada a condenar errores de índole moral que como organismo de custodia, preservación y promoción de la fe, se debe decir que las reformas del papa Francisco en 2022 insisten en que el actual dicasterio debe seguir ocupándose de la promoción y protección de la doctrina de la fe y la moral pero debe además “fomentar estudios encaminados a aumentar la inteligencia y la transmisión de la fe al servicio de la Evangelización, para que su luz sea criterio para comprender el sentido de la existencia, especialmente ante las interrogantes planteadas por el progreso de la ciencia y el desarrollo de la sociedad”. Así, el cardenal Fernández, quien ocupa el tradicional sitial eclesiástico del ‘guardián de la fe’ ahora tiene mayor peso como ‘promotor de la reflexión teológica’; y ello no es menor en la historia de la Iglesia.
Ahora bien, el caso de la realidad donde el obispo Negri es pastor es aún más complejo. Su diócesis está enclavada en una privilegiada zona metropolitana de São Paulo; está integrada por el conocido distrito empresarial y tecnológico Brooklin con su zona residencial exclusiva, sus rascacielos, sedes corporativas y avenidas comerciales de tiendas de lujo; también abarca la fotogénica zona de Interlagos con su famoso autódromo de Fórmula 1, millares de clubes nocturnos y el distrito gourmet más importante de la metrópoli. Esta diócesis también tiene un destacado barrio de prestigiosos hospitales y centros universitarios privados; una ex-ciudad obrera altamente gentrificada y pequeñas localidades semiurbanizadas encapsuladas entre grandes atractivos turísticos como ranchos, jardines, reservas forestales y granjas. Evidentemente, las comunidades atendidas por la Iglesia católica liderada por Negri viven una cultura altamente consumista, privilegiada, adocenada por el poder de la libertad –vulgarizada hasta lo obsceno como sucedió con la pública ‘masturbación’ multitudinaria de estudiantes de medicina de la Universidad de Santo Amaro a inicios de este año– y completamente imbuidas en la lógica del capitalismo agresivo, deshumanizante.
De hecho, incluso la pregunta del obispo sobre el Bautismo de un bebé “obtenido por otros métodos… como la renta de un útero” deja entrever los rasgos de esa resignificación de la dignidad humana. ¿Por qué utilizar la palabra “obtener” (en otras traducciones ‘adquirir’) cuando se refiere a la procreación o gestación de un ser humano? ¿Por qué utilizar la idea de ‘rentar un útero’ (también llamado vientre subrogado) como si los órganos o los tejidos no pertenecieran a la íntegra corporeidad, personalidad y espiritualidad de la mujer embarazada sometida a este intercambio de lógica comercial? Con esto quiero decir, que las preguntas del obispo ya traen marcas de la cultura utilitaria, pragmática, de consumo y descarte que el capital impone sobre la dignidad del ser humano. Por tanto, las lacónicas respuestas desde el Vaticano también yerran en atender y dilucidar la realidad pastoral y espiritual desde donde se hicieron las preguntas.
Ahora bien, las respuestas del cardenal Fernández pueden simplificarse casi todas en un: “Sí, pero…”. Sí se puede bautizar a una persona trangénero, pero hay que considerar la situación objetiva moral y su disposición hacia la gracia; sí se puede admitir a un transgénero como padrino de Bautismo, pero no es un ‘derecho’ y por tanto se exige prudencia pastoral de no admitirlo si aquello constituye un escándalo o promueve la idea de una indebida legitimación; sí puede un transexual o una persona homoafectiva en convivencia ser testigo de un Matrimonio religioso (aunque no se especifica si testigo de expediente o testigo de celebración), pero sólo porque no hay regulación canónica al respecto; sí se puede bautizar a un bebé presentado por una pareja homoafectiva pero sólo bajo la estricta condición de que sea educado en la religión católica; y finalmente, sí puede una persona homoafectiva en convivencia ser padrino de Bautismo pero sólo si lleva una vida conforme a la fe y al papel que asume, si no hay otro familiar que pueda hacerlo y si la prudencia pastoral considera que se salvaguarda el sentido del sacramento bautismal.
Estas respuestas de “sí, pero…” ahora tocará llevarlas al obispo Negri a su realidad y contexto particular. Y le corresponderá –como al resto de obispos diocesanos– no eludir su responsabilidad en el discernimiento y quizá la primera pregunta que debería hacerse el pastor es: ¿Por qué aquellas son inquietudes de la grey y qué dimensiones ideológicas o culturales reales existen como para que se necesite una respuesta pastoral concreta? Quizá antes de mandar a Roma las dudas sobre si está él autorizado o no a permitir ciertas prácticas en su diócesis, descubra esos matices socio-culturales que requieren de cercana asistencia y acompañamiento más que de respuestas oficiales del otro lado del mundo.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe