Tecnología, Texcaltitlán e impunidad
Hace algunos años, a principios de los años 90 y antes, la tecnología en la era de la informática apenas comenzaba a despertar. Las investigaciones criminales eran un trabajo artesanal que requería mucha intuición policiaca, pruebas manuales, dibujos de perfiles, comparación física de muestras y recopilación de datos. Aun así, lograba darse con el perfil de los delincuentes, sus modus operandi, sus redes de complicidad y, eventualmente, la detención de los maleantes. Se decía entonces que si no pasaba nada era solamente porque la autoridad no quería.
En esta tercera década del Siglo XXI la tecnología ha superado nuestra imaginación. Hoy existen bases de datos mundiales con cientos de millones de perfiles (pensemos como ejemplo en redes sociales como Facebook), miles de millones de imágenes en la web, geolocalización, reconocimiento de voz, identificación biométrica instantánea, inteligencia artificial que analiza todos los datos en segundos, drones no tripulados con cámaras que identifican un objeto pequeño a kilómetros, cámaras de videovigilancia permanentes en cada rincón, teléfonos inteligentes llenos de tecnología en la mano de cada persona, software que extraen información de todo lo que contenga datos y una red mundial de personas que pueden colaborar hasta como aficionados para resolver un delito. La pregunta siguiente es ¿entonces por qué en México no se previenen y resuelven los crímenes?
Por supuesto que nuestro país ha avanzado en materia de capacitación, ciencia y tecnología criminal. No somos lo mismo que hace dos o tres décadas. En teoría estamos mejor preparados para combatir el crimen y evitar la impunidad. Pero contrario a lo que la lógica indica, hoy estamos peor que antes, sobre todo si se trata del delito de homicidio. Todos los días desaparecen y mueren asesinados decenas de mexicanos y mexicanas sin que en su mayoría exista la detención de los responsables. Seguramente, pensando bien, hay investigación profesional de las respectivas fiscalías y algo se hará, pero difícilmente se localiza, detiene, procesa y juzga a los responsables. En este país no pasa nada y por eso sucede lo que sucede.
Por otra parte, quiero suponer, que algo de investigación inteligente se hace para prevenir el delito, sobre todo los delitos de alto impacto y el combate al crimen organizado. Pero tampoco sucede nada contundente. Las organizaciones delictivas se mueven libre e impunemente por todo el territorio nacional causando terror e inhibiendo el desarrollo del país, desde la más modesta actividad hasta las grandes inversiones. El miedo nos espanta y paraliza a todos. Por eso es increíble que la actividad más esencial que corresponde a la autoridad, que es garantizar seguridad, no se pueda dar y sea solamente substituida con discursos estúpidos de justificación para explicar por qué sucedieron las cosas y tirar la responsabilidad siempre para otro lado. No hay pretexto.
Texcaltitlán es uno de los ejemplos más recientes que prueban todo lo anterior. Un pueblo dedicado fundamentalmente a las labores del campo ha sido asediado durante años por el crimen organizado. Los grupos criminales controlan el territorio, cobran piso a la gente por las actividades básicas de sobrevivencia y caminan tranquilamente con impunidad ante la impotencia de los habitantes. La autoridad lo sabe y hace como que no sabe nada, como que no suceden las cosas, como que la vida corre con normalidad y como que esa terrible realidad ocurre solamente en otros lugares. Ni la autoridad local, ni la estatal, ni la federal asumen la responsabilidad y la culpa que les corresponde. Ninguna autoridad formal vale, ninguna tecnología para el combate al crimen sirve, ninguna prevención funciona y ninguna investigación prospera. Es la ley de los delincuentes y nada más.
Pero un día la gente se harta (ahora sí, el pueblo bueno y sabio). Se hartan de los criminales, de la extorsión, del miedo, pero también se hartan de la ineficiencia o absoluta ausencia de la autoridad. Entonces con machetes en mano y con la razón en sus motivaciones se vuelcan enardecidos contra los delincuentes. Varios pobladores mueren, pero todos los criminales también. Así demuestran que si no es el gobierno de los elegidos quien resuelve el problema entonces es la autoridad popular, la peligrosa autoridad de la gente. Pudieron más los machetes y una dosis de hartazgo popular que todos los recursos, la tecnología, la ciencia y la infraestructura de la autoridad. No pasa nada solamente porque la autoridad no quiere.
Y todo esto es solo el comienzo.
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