Seguridad y defensa/Carlos Ramírez
Estrategia de la Casa Blanca
Muro de nopal contra Rusia
Como reza la multicitada cita Marx sobre Hegel sobre la historia que se repite como farsa, la crisis de Estados Unidos con Rusia por el territorio estratégico de Ucrania como una puerta abierta o sellada a la reconstrucción del viejo imperio soviético está presentando algunos elementos que quieren reproducir la guerra fría de 1944-1991.
Solo que las circunstancias de la geopolítica y los enfoques estratégicos de seguridad nacional de los dos bloques en pugna no alcanzan para replantear o reconstruir la confrontación capitalismo-comunismo, sino que hoy solo se buscaría el establecimiento de nuevos límites feudales de ambas potencias, pero enmedio de evidencias que señalan la imposibilidad de reconstrucción del comunismo y presentan al capitalismo en una de sus peores circunstancias de sobrevivencia.
Los dos enviados de alto nivel de la Casa Blanca a México --la secretaria de energía y el czar ecologista-- llegaron a Palacio Nacional con la intención de fijar un nuevo espacio de dominación imperial estadounidense ante los expansionismos de la Rusia de Putin y de la China de Jinping.
En este contexto, la Casa Blanca ha comenzado a redefinir su nuevo marco operativo --que no ideológico-- para la nueva fase de la guerra fría: la cumbre sobre la democracia en modo estadounidense, el cambio climático para someter sistemas productivos a las reglas de dominación americana, el Encuentro Bicentenario para concentrar en Washington la estrategia de control de los cárteles del narcotráfico como una forma de hacerse del mercado mundial de las drogas ante el crecimiento de la demanda de los consumidores estadounidenses y el uso de todo el poder de intimidación de la Casa Blanca para evitar los nacionalismos económicos en materia de Comercio y globalización productiva.
El gobierno de Estados Unidos abandonó en 1992 el enfoque de seguridad nacional geopolítica al terminar la mediocre gestión por un solo período de George Bush Sr., director de la CIA en 1976. Los presidentes Clinton, Bush Jr., Obama, Trump y ahora Biden carecieron de formación en seguridad nacional y se dedicaron a inventar al terrorismo como un sucedáneo del comunismo y a centralizar toda su política militarista en combatir a los grupos terroristas que nunca han pasado de la fase de bandas radicales y que su confrontación no es ideológica sino religiosa.
La crisis diplomática de México con Estados Unidos y España se ha centrado en temas concretos que nada tienen que ver con la geopolítica ni con la seguridad nacional: la visita intimidante de la secretaria de energía y del czar ecologista de Biden se concentró en la defensa de los intereses de empresas estadounidenses en el sector energético y la exigencia de modificar la capacidad soberana de México para definir leyes que regulen la inversión extranjera; y detrás de la exigencia de una disculpa del reino de España a México por los abusos en la conquista se localiza también las decisiones soberana de México que quiere terminar con la inversión española que recibió demasiados beneficios de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
La reacción de los presidentes Biden y Pedro Sánchez no fue la esperada por las reglas de la diplomacia, sino que eludieron dieron el tema central del modelo económico del presidente López Obrador --equivocado o acertado-- de replantear la preponderancia del Estado mexicano sobre los intereses de la inversión extranjera que solo llega en busca de tasas de utilidad.
En este contexto, tampoco se trata de escenarios que se puedan colocar en los límites geopolíticos de una nueva guerra fría ideológica, en tanto que las iniciativas mexicanas solo plantean la revisión de los contratos que beneficiaban en condiciones leoninas a los inversionistas estadounidenses y españoles y no se han propuesto intenciones expropiadoras.
La estrategia de Biden es la de convertir a México en una especie de muro de nopal --modelo hegeliano del Muro de Berlín-- frente al expansionismo del modelo populista antiestadounidense que animan a países al sur del río Suchiate, en tanto que el modelo populista mexicano no llega al sentimiento antiestadounidense --a pesar de la existencia de razones suficientes por las invasiones y despojos en el siglo XIX--, sino que apenas se queda en el endurecimiento del lenguaje nacionalista.
La respuesta mexicana ha sido la de encapsular los conflictos en los márgenes estrictos de los problemas concretos, sin entrar en la discusión de la decisión soberana de México para definir su forma de gobierno y su modelo económico. Las quejas de empresas estadounidenses por la revisión de contratos eléctricos no ameritaban el abuso de poder que significó el envío de dos personajes del entorno de poder de la Casa Blanca, sino que bien se pueden llevar --como ocurrirá al final-- a tribunales de controversias comerciales.
El presidente Biden tampoco tiene un modelo imperial de relaciones de dominación de México, como se ha reflejado en sus elogios melosos al presidente López Obrador en conversaciones directas o en referencias discursivas. Biden no puede ser, por falta de consenso interno de seguridad nacional y por debilidad personal, el intervencionista Nixon o el guerrerista Reagan, sino que presenta todos los indicios de ser una imagen más tibia del Jimmy Carter que solo pudo estar un período en la presidencia.
Zona Zero
· La crisis de seguridad ha llegado a niveles de tensión social en Zacatecas, Colima y Quintana Roo, mientras comienzan a verse algunos indicios muy localizados de que podría estarse dando el retroceso al modelo de construcción de la paz conocido como “abrazos y no balazos”. Las fuerzas de seguridad han aumentado su presencia activa y operativa en esas tres entidades y recién se tomó la decisión estratégica de movilizar operaciones militares para recuperar el control de la zona de Aguililla, en Michoacán, que había estado en poder del crimen organizado.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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@carlosramirezh