Seguridad y defensa
Ni capitalismo nicomunismo
La disputa que define la guerra de Ucrania no ocurre entre la democracia inexistente en Estados Unidos ni el comunismo imposible en la Federación de Rusia. En los hechos, se trata del más importante reacomodo de zonas de interés derivados de la debilidad estadunidense, el avance ruso y la consolidación de China como la tercera potencia mundial.
La verdadera guerra en Ucrania se está dando entre grupos de poder, oligarquías activas y sobre todo el dominio del comercio, la economía, el comercio de las armas en las guerras y de manera sobresaliente la hegemonía del dólar, tanto en EU como en Rusia. La consolidación de Putin en la zona de dominio de la anterior Unión Soviética, el control del comercio marítimo en escalada por China, la pérdida del control de la zona petrolera del Medio Oriente por los fracasos estadunidenses en Irak y Afganistán y la consolidación así sea temporal de populismos en la zona de América Latina y el Caribe con el aval amistoso --hasta ahora-- de Rusia y China.
A ello se agrega un escenario de crisis de liderazgo en Estados Unidos: los presidentes posteriores a Ronald Reagan perdieron el liderazgo imperial. Bush Sr. no supo qué hacer con el desmoronamiento de la Unión Soviética y el electorado no le permitió más que un periodo de cuatro años, Clinton se fue por la frivolidad y permitió el avance del terrorismo, Bush Jr. fue calado por el terrorismo talibán y respondió con la guerra en Irak y Afganistán que perdió a la larga, Obama careció de pensamiento estratégico de política exterior y hundió a EU más en el hoyo afgano y Trump optó por el aislacionismo geopolítico.
Las candidaturas de Hillary Clinton en 2016 y de Joseph Biden en 2020 respondieron a presiones de la comunidad geopolítica, económica e imperial de EU basados en las alertas de inteligencia contra Rusia y China. La victoria de Biden fue producto de un repunte de los grupos de poder del complejo militar-industrial y de los lobbies económicos y de seguridad. La explicación de los choques de la Casa Blanca con Putin y Jinping forman parte de los realineamientos de los países intermedios.
México padeció un reacomodo estratégico en 1991-1993 con la firma del Tratado de Comercio Libre. En esta columna se ha insistido en que el Tratado formó parte de un giro conservador en la política exterior nacionalista y de resistencia pasiva ante el expansionismo estadunidense. El punto decisivo fue el desmoronamiento del Muro de Berlín en noviembre de 1989. El Tratado no sólo fue un asunto comercial, sino que implicó la subordinación de los enfoques de seguridad de México hacia los estadunidenses.
En 1992, el embajador estadunidense en México, John Dimitri Negroponte, escribió un memorándum al Departamento de Estado para apresurar la firma del Tratado con México porque sus implicaciones iban más allá del comercio. En Washington consideraban la consolidación de un nuevo enfoque geoestratégico de México en la línea de los intereses estadunidenses. En diciembre de 1989 el México de Salinas de Gortari aceptó la sumisión ante la invasión de Estados Unidos a Panamá para arrestar al jefe del ejercito Manuel Antonio Noriega; era cierto el involucramiento de Noriega en el narco, pero la invasión dejó un mensaje claro de la Casa Blanca en el escenario geopolítico del principio del fin del colapso de la URSS.
Los gobiernos de De la Madrid a Peña Nieto liquidaron la política exterior nacionalista de México. El gobierno de López Obrador no representó una fractura estratégica, sino que fue muy claro en la definición de un especio de autonomía relativa en materia económica y deslindó la relación perversa de comercio con decisiones imperiales geopolíticas. Las buenas relaciones --que no han llegado a ser compromisos formales para la definición de nuevas relaciones de poder-- de México con los gobiernos de corte popular en la región latinoamericana y caribeña han molestado en la Casa Blanca porque se fueron distanciando de los objetivos de reconstrucción de una seguridad nacional a partir de los intereses estadunidenses.
La guerra en Ucrania privilegió los intereses de Washington en la redefinición de las fronteras estratégicas con Rusia y China y Putin se lanzó a la guerra para redefinir las nuevas líneas rojas. Y si bien el teatro del conflicto es la zona de Europa Occidental y de los territorios de la anterior Europa del Este soviética, la región latinoamericana y caribeña son clave. Las presiones de Biden sobre el sur estadunidense se han intensificado justo en la coyuntura de iniciativas regionales para sustituir a la vieja OEA y los acuerdos militares estadunidenses, a fin de obtener autonomía relativa de la nueva geopolítica militar de Washington.
Los beneficiaros reales de la guerra en Ucrania son los oligarcas rusos y los lobbies de poder económico, de seguridad y militar de Estados. La nueva guerra fría no es ideológica, sino de explotación de las sociedades medias y bajas para beneficiar a los capitalistas de Estados Unidos y de China y Rusia.
Zona Zero
· La violencia en zonas territoriales marcadas por la presencia dominante de cárteles del narco y por bandas criminales está mostrando una lucha entre los dos principales grupos de poder delictivo: el Cartel Jalisco y el Cártel de Sinaloa. La disputa no se ha dado en el escenario de la búsqueda de un acuerdo de pacificación, sino en el control de espacios de producción, tráfico, laboratorio, consumo y consolidación de células de los cárteles en todo el territorio estadunidense. En este sentido, la violencia está vinculada al naco mexicano en Estados Unidos.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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@carlosramirezh