Seguridad y defensa
Biden, pato cojo desinterés por su patio trasero
Luego de haber anunciado en febrero de 2021 el regreso de Estados Unidos al liderazgo mundial, el presidente Joseph Biden se ha convertido en una carga negativa para el Partido Demócrata, al grado de que en las últimas semanas se han filtrado percepciones en la prensa norteamericana en el sentido de que no debería ser el candidato presidencial en 2024.
Cincelado en la burocracia engañosa de la geopolítica internacional del Senado donde las funciones son más bien de supervisión interna y no de planteamiento de enfoques, Biden no ha sabido proyectar su experiencia como presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores y Estados Unidos ha ido perdiendo espacio geopolítico frente al avance audaz de Rusia y a la paciencia china.
En las últimas semanas, Biden ha tenido oportunidad demostrar sus enfoques geopolíticos hacia América Latina y el Caribe, pero con objetivos confusos, comportamientos erráticos y resultados nulos: la IX Cumbre de las Américas se disipó en medio de un debate interno en Estados Unidos sobre la crisis económica provocada por la guerra de Ucrania, la incapacidad de Washington para tomar un control más activo del conflicto y los apoyos condicionados de países europeos a la OTAN.
Nadie recuerda algún discurso o pronunciamiento de Biden en la IX Cumbre ni tampoco alguna frase rescatable de su último encuentro en la Casa Blanca con el presidente mexicano López Obrador. La retórica diplomática del presidente estadounidense carece de sustancia y de decisiones de seguridad nacional y encara con impotencia los tres conflictos graves de su agenda latinoamericana: la pérdida del control de su frontera con México, la penetración de cárteles mexicanos en el tráfico y venta de drogas al menudeo dentro de Estados Unidos y las oleadas de migrantes que están reventando el sistema migratorio permitiendo el ingreso de personas sin pasar por controles de seguridad.
Algunos medios han señalado que en materia de migración el presidente Biden ha cometido los mismos errores que el presidente Carter enfrentó en 1980 cuando el presidente cubano Fidel Castro abrió sus fronteras para llenar barcos con miles de migrantes hacia Estados Unidos llenos de delincuentes. Esa oleada sin control explica la actual pérdida de gestión del narcotráfico al menudeo dentro del territorio americano, agravado por una situación similar con el ingreso masivo de miembros de cárteles mexicanos a las calles estadounidenses.
Aunque logró el consenso de la OTAN y la pérdida de neutralidad de Suiza y Finlandia, los resultados concretos de la reunión del G-7 y de los países del tratado militar no consiguieron la subordinación absoluta de Europa a la geopolítica de guerra fría de Estados Unidos, sin que pudiera concretarse el anhelo de Washington de convertir a la OTAN en el Portaaviones Terrestre Europa USS (United States Ship), sobre todo por haber calculado más la exigencia de que los países europeos deberán de subir su gasto militar al 2% de sus presupuestos y sin haber podido romper con las relaciones de dependencia energética de Europa respecto de los productos euroasiáticos dominados por Rusia y China.
Propiciada por la Casa Blanca a raíz de la inasistencia del presidente López Obrador a la IX Cumbre, en términos estrictos el presidente Biden y la vicepresidenta Kamala Harris no lograron definir una agenda de renegociación de relaciones estratégicas con México y las dos reuniones fugaces en la Casa Blanca fueron una pérdida de tiempo para ambos presidentes, además de que el mandatario mexicano tampoco se preocupó por definir un proceso de negociación de una agenda concreta porque no recibió de manera previa ningún indicio de que pudiera existir un nuevo entendimiento.
Lo más grave del fracaso de la reunión en la Casa Blanca el pasado 12 de julio estuvo en la incapacidad de Estados Unidos para lograr definir un papel clave de México en las relaciones con los países al sur del río Bravo, donde procesos electorales democráticos y antidemocráticos están consolidando una nueva ola de sentimiento antiestadounidense.
Al presidente Biden no le ha ayudado la ineficacia operativa de sus oficinas de inteligencia y seguridad nacional que tienen relación con América Latina y el Caribe. En los hechos, la estructura de diplomacia activa de Estados Unidos hacia América Latina ha pasado por tropiezos de desorganización debido a los enfoques de los presidentes: los agresivos de Nixon y Reagan, los tibios de Carter, la frivolidad de Clinton, los resentimientos personales de los Bush, la obsesión mediática de Obama y el aislacionismo de Trump.
El equipo de diplomacia y seguridad nacional de Estados Unidos carece de un enfoque de política exterior, al grado de que ha tenido que regresar al modelo interpretativo no siempre muy acertado de Henry Kissinger, pero cuando menos sería lo más cercano a la definición de políticas estratégicas. Sin embargo, Kissinger sigue pensando en el escenario geopolítico de los setenta.
El principal problema de Biden es su condición, en lenguaje estadounidense, de pato cojo o político que carece de viabilidad para la reelección y por tanto no tiene instrumentos de poder para negociar, al grado de que su anterior aliado el The New York Times le niega viabilidad de reelección por razones de edad y de disminución cognitiva. Y a ello se agrega el dato de que su vicepresidenta Harris se encuentra inclusive más abajo que Biden las encuestas, y el pánico demócrata se multiplica por el enfilamiento inevitable de Donald Trump como candidato republicano para 2024.
En este sentido, los países al sur del río Bravo deben desentenderse de cualquier preocupación por el presidente Biden y preparar alguna estrategia de negociación con el grupo radical de los republicanos de Trump.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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