Santiago y El Rufo/Santiago Heyser Beltrán
Hablemos de la muerte
Uruapan, Michoacán, 18 de diciembre del 2017
Guau, mi Santias, me gustó lo que expresaste con motivo del fallecimiento de tu amigo Don Antonio Chaurand Yépez; qué estabas contento por haber compartido vida con él.
S- Así es, mi Rufo, cuestión de enfoques; en la cultura occidental rasgamos vestiduras por el dolor de no tener más al Ser querido, en la cultura oriental se sienten afortunados y contentos por haber tenido la oportunidad de compartir, conocer y amar a esa persona. Visto así, la muerte de un amigo o un familiar no debe doler y es que no tiene sentido sufrir por lo inevitable, menos cuando en nuestras creencias el difunto pasa a mejor vida. Cómo expresó un amigo que se define ateo: “No entiendo a los católicos y cristianos, hablan de una mejor vida y eterna al morir y le tienen pánico a la muerte.”
R- Guauuu. Creo, mi Santias, que las respuestas van en otro sentido; el dolor ante la muerte de un Ser querido, no es por el Ser querido que se fue, es por nosotros que dejaremos de disfrutar su compañía, es decir, lloramos la pérdida del Ser amado, sufrimos la carencia, la ausencia.
S- Entiendo eso, mi Rufo, pero sigo pensando que es cuestión de enfoques; en el 2014 falleció mi Madre, en 1963 mi abuelo, que jugó el rol de padre en mi vida; siendo los seres más cercanos a mí, sus muertes no me hicieron sufrir en el sentido tradicional, de hecho fue lo contrario, a partir de que se fueron están más presentes en mi vida que cuando, estando en vida, vivían en otra ciudad; hoy los recuerdo más seguido y con gusto, normalmente asociado a eventos que en vida hubiera compartido con ellos; te doy un ejemplo: Mi abuelo, un hombre muy religioso, solía jugar conmigo de niño diciéndome que Dios era tan poderoso que todos los días mandaba a los angelitos a pintar el cielo para maravillarnos con los atardeceres. Hoy, a 57 años de su muerte, no dejo de maravillarme y de disfrutar los atardeceres y al hacerlo viene a mi memoria el abuelo y sus juegos; en otras palabras, sigue presente en mi vida y hay más, lo mismo sucede con los problemas, no en pocas ocasiones, para enfrentar un problema imagino una de las charlas que tenía con el abuelo y lo que me aconsejaría y me crean o no, el pensamiento del abuelo me sigue influenciando y me beneficio y disfruto de ello. Lo mismo con mi madre, pero sin atardeceres. Es decir, mis seres queridos, ya fallecidos, no están ausentes, su presencia es constante en mi memoria y en mi cariño y el resultado es que no sufro su ausencia; que fue lo que me pasó con Don Toño Chaurand… Por cierto, no requiero de cuadros, ni fotografías, ni de veladoras, rezos, misas u otro subterfugio religioso para recordarles; su presencia conmigo es en lo cotidiano y con eventos sencillos de todos los días.
R- ¡Guau!, entonces mi Santias, ¿confiando en la vida eterna no le temes a la muerte?
S- No, mi Rufo, no le temo a la muerte, pero no es por la promesa de vida eterna, porque no sé si exista tal cosa, no le temo a la muerte porque de la misma manera que disfruto la vida, al ser mi naturaleza temporal acepto la muerte y la veo cómo una transición que me da curiosidad, porque estoy convencido de que nadie sabe de que se trata; lo más cercano es la teoría de Einstein en el sentido de que la energía no se crea ni se destruye ¡Se transforma! y al ser nosotros energía, me da curiosidad sobre lo que va a pasar al morir (Recomiendo ver la película: Energía Pura” en inglés: “Powder”). Mi abuelo tuvo a bien enseñarme a pensar a razonar y por ende no heredé su religiosidad, no creo en los Curas y en su autorepresentación divina, creo en un Dios Creador que hizo el Universo y creo que ese Dios a todos nos hizo iguales, como consecuencia no hay elegidos para ser sus representantes y menos para pasar la charola pidiendo dinero o pontificar respecto a cómo debo vivir; para ello tengo la conciencia, que dentro de mí y por obra del Creador (sea lo que esto signifique), rige mi actuar y como complemento tengo la Ley Natural, la que por sentido común es obra de Dios y por ende su Ley; no creo en escritos santos, ni en dictados de la divinidad a iluminados y escogidos, lo que me facilita todo, porque las leyes que me gobiernan están dentro de mí.
R- Guarraguauuu, mi Santias; a ver si entendí; no crees ni en iglesias ni en pastores, no temes a la muerte y no sufres por la pérdida de un ser querido.
S- Sí y no, me explico; no creo en iglesias ni en pastores, tampoco en libros santos o dictados por Dios. No le temo a la muerte, pero le sacó al dolor, si puedo evitarlo lo hago y en ese sentido me gustaría una muerte indolora, sin sufrimiento y sí, aunque extraño a mis seres queridos cuando se van, no sufro por ello porque siguen en mi memoria, en mi pensamiento y en mi corazón. Y no preguntaste, pero repito: creo en la Ley natural y en los dictados de mi conciencia para regir mi vivir y mi actuar, y cuando decido cosas en contrario, se que hice mal y no me hago tarugo justificando.
R- ¡Guau!, creo que te parece más a mí, mi ínclito humano, que a los de tu especie ¡Bien por ello!… Así de sencillo.
Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser Beltrán
Escritor y soñador