Rueda de Molino/Jorge Hidalgo Lugo
Un nuevo escándalo de corrupción estalla sobre el rostro de Andrés Manuel López Obrador en dos instancias que habían sido hasta el momento, los íconos de su discursiva cada vez menos creíble, cada vez más venida a menos, cada vez más insostenibles con la salida pueril del “yo tengo otros datos”.
Como antes fueron los hermanos Pío y Martín o la prima Felipa, hasta lo más reciente con los empresarios y nuevos ricos de la dinastía López Beltrán, ahora el agobio llega por las dependencias que tanto presumió en sus alardes mesiánicos, con los que buscó engañar a sus fieles y hoy son petardos de dinamita que pegan en la línea de flotación.
En el caso de la Unidad de Inteligencia Financiera y la Fiscalía General de la República, como los anteriores, han debido ser filtraciones periodísticas las que han sacado a la luz la podredumbre que mina la imagen que pretendió vender como inmaculada, sin mancilla, de agitar pañuelos blancos como forma de burla desde el circo mañanero.
Y como en los demás casos, lejos de asumir una postura de auto crítica o de aceptar que algo no está bien, el presidencialismo autoritario ha salido a relucir, negando las versiones, responsabilizando a los imaginarios enemigos del régimen y haciendo trizas la honorabilidad, ésta sí, de los medios informativos que han osado publicar la escoria que mina la gestión de mentiras y abusos de poder que vive el país.
El caso de Santiago Nieto Castillo es insostenible si ya el propio López Obrador lo había desligado del equipo gobernante, tomando como pretexto el lujo excesivo que rodeó su boda aun cuando quiso ocultarla del ojo escrutador del pueblo bueno y sabio, llevando el fastuoso festejo a tierras guatemaltecas.
La renuncia del entonces feroz perseguidor de evasores y presuntos delincuentes fiscales, quedó en un simple “aquí ya no juegas más en este equipo”, pero no hubo consecuencias mayores porque López Obrador debe tener conocimiento del cúmulo de información comprometedora que tiene en su poder Nieto Castillo y que involucra no sólo a su círculo cercano, sino a prominentes miembros de la familia presidencial, amigos y recomendados.
Por ese escudo protector que logró acumular en los 25 meses que estuvo al frente de la Unidad de Inteligencia Financiera, el hoy evidenciado por haber adquirido bienes inmuebles y autos por un valor de 40 millones de pesos, tratará de mantener el blindaje y no ser llamado a cuentas por ningún tribunal de justicia.
El archivo de expedientes negros o comprometedores que obran en poder de Santiago Nieto, quien tenía asignado un salario mensual de 107 mil 358 pesos, es su mejor defensa en este cuento pestilente.
Y en el caso de Alejandro Gertz Manero, titular de la Fiscalía General de la República todavía, no es asunto menor si se toma en cuenta que el descobije de caudales acumulados lo exhiben por haber gastado más de 110 millones de pesos en sólo un año.
La insultante riqueza del fiscal carnal de López Obrador, según la información periodística, fue acumulada entre 2013 y 2021 con lo que se ha dado el lujo de comprar vehículos de colección y realizar operaciones bancarias en Estados Unidos y España, presumiblemente.
De acuerdo con la dependencia que hoy está a cargo de Pablo Gómez, entre 2014 y 2015 se detectó que Gertz Manero compró 122 vehículos de lujo, en su mayoría Mercedes-Benz y hasta un mítico Rolls-Royce.
En ambos casos, el discurso de la austeridad republicana, y fustigar el aspiracionismo que es condenable en los mexicanos, según el mesiánico discurso desde el púlpito mañanero, caen por tierra y obligan a que en vez de evasivas retóricas y manipuladoras, López Obrador actúe en consecuencia porque en este país, él mismo lo ha dicho, quien tiene la información más completa y al día, es el Presidente.
Pero han sido los medios de comunicación, los periodistas, quienes han sacado a la luz los ropajes inmundos y pestilentes que plagan esta administración porque López Obrador presuntamente no sabe lo que pasa en su gabinete.
No es ya sorpresa conocer la purulencia que brota por donde se le rasque, lo mismo en las obras faraónicas, que hoy por decretazo presidencial son inexpugnables y toda información sobre las mismas caen en el terreno de “Secreto de Estado”, así como los abusos que se cometen con recursos públicos para sostener a la Comisión Federal de Electricidad, Pemex y hasta la refinería inservible adquirida en los Estados Unidos.
Temas escabrosos que por más que el presidencialismo autoritario busque disfrazar con los embustes que acostumbra, son de obligada transparencia desde Palacio Nacional, antes que el estiercolero salga a la luz pública por medio de investigaciones periodísticas y filtraciones, que seguirán haciendo los cercanos al círculo rojo que ven llegada la hora de lanzar lodo al ventilador con vías a la sucesión anticipada que ya se salió del control presidencial.
Negar lo evidente o restar importancia a las muestras de latrocinios a la alta escuela, que incluso manchan a la jerarquía castrense hoy vergonzosamente mancillada por igual, sólo dará elementos para seguir demostrando que fue una farsa de circo ver a López Obrador alardear con pañuelos blancos haber desterrado la “deshonestidá´” y la “corrutción” de un país que hoy zozobra entre las mentiras oficiales y el robo agobiante que abarcan a todos esos que presumieron no “ser iguales” aunque resultaron peores que los de antes.
Vale…