Rueda de molino/Jorge Hidalgo Lugo
No podíamos estar peor, decían… ¡Ya lo estamos!
Decían con mucha emotividad y hasta delirio, que antes de los comicios del 2018, ya no podíamos estar peor y que por tanto, se hiciera caso omiso a las voces de alerta que se multiplicaban para advertir que los entonces autollamados “salvadores de la nación”, constituían un serio peligro para México, con su candidato presidencial por tercera y terca vez en las boletas.
Cierto que el desencanto, la irritación social, los crecientes niveles de pobreza, pero sobre todo, los amplios márgenes de corrupción e impunidad que se habían alcanzado en el ejercicio del poder, fueron elementos a modo para configurar ese presunto acuerdo que permitió la llegada, por fin, de quien por más de 18 años consecutivos, se mantuvo en la acera contestataria y radical, única voz que señalaba con agresividad y rabia evidente, los excesos del poder presidencial que habían minado al país.
No podemos estar peor, se respondía en automático a quienes mostraban con evidencias palpables, pruebas, testimonios irrebatibles, que López Obrador no tenía la capacidad para llevar una debida conducción de México y se mostraba a cambio, el lado negativos de los sexenios depredadores a los que señalaban con índice flamígero en plazas públicas, poblados y comunidades donde levantaba seguidores a granel.
El peligro para México que constituía un candidato cuyo historial académico mostraba una endeble preparación profesional y especialmente reservado para no evidenciar su fragilidad cultural, lo ocultaba con esa actitud contestataria por sistema que ofertaba componer todo lo negativo, transformar al país y desterrar de lleno la pobreza, corrupción, delincuencia organizada y demás males que nos aquejaban, en cuanto ganara la presidencia.
Y lo logró… Con componendas secretas y acuerdos inconfesables con esos siniestros personajes que antes eran aderezo principal para sus lances detractores.
Obtuvo finalmente un contundente y multitudinario respaldo en las urnas con lo que hizo añicos a cualquier asomo de oposición, al grado de apoderarse no sólo de la titularidad del Ejecutivo federal, sino también del control absoluto del Congreso de la Unión.
No había en el amanecer de ese lunes 9 de julio de 2018, más que alegría y una esperanza ciega que con el respaldo de casi 30 millones de votantes, había llegado la renovación total para un México saqueado, hambriento y con deseos insatisfechos de su inmensa población, porque comenzara lo antes posible la demostración que ahora sí, los que detentarían el poder, harían a favor de la justicia de los más necesitados.
Se cruzaron apuestas incluso y hasta hubo quienes pronosticaban los nombres de los primeros personajes siniestros de la mafia del poder y del “prianismo”, que pagarían con cárcel sus saqueos a la nación y recuperarían lo robado para darlo a los pobres.
La versión morenista del nuevo Jesús Arriaga, aquél famoso “Chucho El Roto”, estaba ya en Palacio Nacional, andaría esos caminos llevando dinero a manos llenas para favorecer a los pobres y combatiría a los ricos saqueadores y voraces.
Todo sería como tejer y cantar, porque López Obrador haría las cosas con un principio de honestidad y anticorrupción, como nunca antes, como nadie lo había hecho.
Pero el despertar ha sido demasiado cruel y por demás anticipado a los sueños de justicia que anhelaron tantos votantes como hoy decepcionados por una gestión que dejó de lado el combate a la corrupción, se alió a los hambreadores y abusivos que siguen teniendo como víctimas, a los que él mismo llamó “jodidos”.
Se le vino el cielo encima por la incompetencia para gobernar, aunado al pésimo equipo de colaboradores designados para servir como floreros o mascotas, pero no para ayudar a una buena conducción del mandato.
Incapaz de aceptar que le hagan sombra, en su megalomanía trasnochada y con el hígado encima de los hombros para diseñar políticas públicas, López Obrador ha logrado lo que ningún otro antecesor en la historia moderna de México.
A un año cuatro meses de haber asumido oficialmente el cargo, se habla con insistencia ya de la necesidad que deje la presidencia. Crecen las voces que reclaman su renuncia lo que es por demás ilusorio pues no hay figura legal que lo contemple. Pero lo más grave, es que él mismo salga y diga que si es necesaria su salida de Palacio Nacional, lo haría sin representar problema mayor.
Yerros que se hilvanaron uno tras otro en el día a día, sin nadie capaz de hacerle recapacitar o cambiar el estilo, el tono de desprecio a los disidentes y su afán de dividir en buenos y malos a los mexicanos que mal gobierna, fueron caldo de cultivo que cayó eso sí, como anillo al dedo, por citar al clásico tabasqueño, en esta coyuntura tan dramática que hoy se vive producto de la pandemia mundial y el quebranto económico, que ya nadie puede ocultar.
Mexicanos que creyeron antes del domingo electoral de julio de 2018 que “ya no se podía estar más mal”, hoy se debaten en dos escenarios:
Uno el de sobrevivir al contagio del mortal virus que nos llegó sin contar con protección mayor y una pésima planeación desde Palacio Nacional.
Y dos, si se logra, tampoco morir pero de hambre o a manos de la delincuencia que anda suelta por la crisis económica y el desempleo que como plaga bíblica, deambula por todo el país y que se ha enriquecido al dejar sueltos a miles de presidiarios en plena contingencia.
Clientela electoral con permiso para delinquir y otras calamidades más, las que debemos enfrentar si es que logramos, como ya decía, no ser víctimas del Coronavirus y de su letal efecto.
Así que la pesadilla en la dictadura de ocurrencias no termina, apenas inicia. Y no, no es catastrofismo, sino amarga, punzante realidad.
Ahora sólo queda esperar para quién le va a echar la culpa desde la pira mediática en su aposento palaciego.
No podíamos estar peor, decían los ilusos…
¡Ya lo estamos!
*Jorge Hidalgo Lugo es director general de portalhidalgo.mx