Rehenes del requetebien
Es aspiración legítima de todo gobernante significarse como un antes y un después. En el caso de Andrés Manuel López Obrador no sólo refiere a un mejor gobierno, sino a registrarse como un momento relevante en la memoria histórica; su gesta alude a la Independencia, la Reforma y a la Revolución Mexicana, con el agregado de que la transformación de ahora sería pacífica y sea dicho de paso, más auténtica y trascendente. De allí la necesidad de alterar en sus fundamentos la Constitución Política de México para erigir un nuevo régimen.
López Obrador, como muy pocos políticos, tiene sensibilidad particular de los mitos, fantasías y fijaciones de la sociedad mexicana. También de la facilidad con que se cultiva el rencor social resultado de la desigualdad, la corrupción, la discriminación o la insensibilidad oficial. Esto le ha permitido construir con muchos mexicanos un poderoso vínculo emocional. Su gobierno está reprobado, no él. Su fortaleza son las intenciones; su debacle, los resultados. Con él las instituciones y la democracia se han devaluado.
Para mantener la empatía emocional con la sociedad se requiere de un poderoso y persistente aparato de propaganda que, dicho de paso, la mejor es la que no se advierte, la que se presenta como “normalidad”; para ello es indispensable la participación de las empresas de medios de comunicación, el apoyo de las élites a manera de socializar sus palabras, su prédica y su interpretación de la realidad y del poder. No importa que ya pasó más de un lustro en el ejercicio del gobierno, para él y sus asociados los problemas son herencia del pasado.
En el exceso de reafirmación, el presidente se ha excedido en su protagonismo público con su incursión matutina que los medios reproducen casi acríticamente. No hay debate público porque el presidente intimida y anula la libertad de expresión. No importa que los medios sean víctima, sus negocios los hace vulnerables y la versión oficial se reproduce con creces en la información, no en algunos espacios de opinión. Los periodistas o intelectuales independientes, no necesariamente opositores, son objeto de frontal descalificación. Los profesionales de los medios pueden soportar la embestida, pero siempre habrá efectos colaterales como la autocensura y, desde luego, las amenazas que pesan por el ambiente de violencia. Queda acreditado que el periodismo es una actividad de muy alto riesgo al ser el país que registra el mayor número de casos de actos violentos o criminales contra la integridad física de periodistas en el ejercicio de su responsabilidad.
La pretensión de éxito se ha vuelto camisa de fuerza. El presidente, sus candidatos y el conjunto de sus gobiernos interiorizan la consigna de que las cosas están mejor que siempre, pero al no reconocer los problemas, inevitablemente no habrá solución. Ha ocurrido en casos graves como la pandemia y su pésima y criminal gestión, el desabasto de medicinas, la corrupción en torno a las obras emblemáticas, el desastre en Pemex y CFE, la gravísima situación de inseguridad en muchas partes del país y, si se quiere, en la manera como el gobierno de la Ciudad de México aborda el tema de la contaminación del agua.
La elección hace todavía más complicado y difícil que las autoridades reconozcan los problemas y los resultados adversos de la gestión pública. Por eso se ha acentuado el asedio abierto y discreto a los medios de comunicación. Todo lo que resulta adverso el presidente lo traslada como una acción de los enemigos para desprestigiar a su gobierno en un ánimo meramente electoral; vaya, hasta las preguntas del debate de candidatos presidenciales, la narrativa toda fue a la medida de sus enemigos, dice él.
No sólo el gobierno, su partido y sus candidatos son rehenes del requetebién. También lo es una parte importante de los votantes que desean no haberse equivocado en haber depositado su confianza y esperanza en López Obrador y los suyos. No únicamente es un tema de beneficio de los programas sociales; como se ha dicho, la relación del tabasqueño con muchos mexicanos es profundamente emocional y por lo mismo ofrece blindaje ante la evidencia de fracaso respecto a las pretensiones de origen. México es un país más injusto, menos fuerte hacia el exterior, menos democrático, menos libre, más violento y hundido en la ilegalidad y la corrupción. No existe beneficio social que lo justifique. Además, inaceptable que la falsa esperanza conduzca hacia un México autoritario.