Reforma, Zócalo y narrativa
REFORMA, ZÓCALO Y NARRATIVA: COCTEL DISRUPTOR
La crispación política generada por la propuesta presidencia de llevar a cabo una reforma electoral plantea nuevos escenarios que, no es aventurado decir, definirán el rumbo de la madre de todas las contiendas, la elección presidencial de julio del 2024.
Para el grupo en el poder, el morenismo, generar un nuevo INE, menos obeso, más austero, transparente, eficaz y honesto, pasa por una reforma electoral a la que, de acuerdo a la narrativa oficial y oficiosa, se oponen precisamente los grupos que defienden el statu quo, es decir conservadores, corruptos, cínicos, antidemocráticos y desvergonzados, como reza el discurso presidencial.
El debate se ha encendido por las implicaciones de una reforma electoral que, dicho por diversos grupos de la sociedad, actores y liderazgos políticos de vieja data, disminuirá la solidez de las instituciones democráticas del país, cuya transformación de fondo comenzó a partir de la controversial elección presidencial de 1988 en la que oficialmente Carlos Salinas de Gortari le ganó al candidato del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
La sombra del mayor fraude electoral en 1988 dio como resultado, precisamente, la ciudadanización y democratización de los órganos electorales. Ya no se quería que se cayera el sistema, como justificó en su momento Manuel Bartlett Díaz o que “votaran los muertos”, como se llegó comprobar.
De esta forma, en el escenario político hay dos corrientes principales que se confrontan en torno a una nueva reforma electoral.
Los que ya no confían en el actual INE y sus consejeros, comenzando con Lorenzo Córdova, y los que defienden la vigencia de la democratización de los órganos electorales.
Ambos bandos parten de una retórica débil porque, para algunos el actual INE se ha corrompido política y moralmente en su actuación y ya no genera confianza. Organizan elecciones muy caras, poco transparentes, muy burocratizadas y con una imparcialidad cuestionable.
Del otro lado, de los opositores a la reforma electoral, cambiar la esencia de los órganos electorales y dotar al gobierno de mayor control de las votaciones, solo llevará al autoritarismo y representa una regresión a los tiempos en que el gobierno hacía y deshacía en las elecciones, como en 1988, con operación de “ratón loco” “urna embarazada” u “operación tamal”.
La crispación generada por ese tema ha escalado peldaños no vistos en el actual sexenio. El presidente se convirtió en el activista número uno de la reforma, utilizando un discurso bravucón, muy distante de las formas de un mandatario.
Pero, al parecer, la oposición ya le encontró la cuadratura al círculo presidencial, y lo primero que hizo fue arrebatarle la narrativa al presidente.
AMLO ya no es quien marca el sentido del debate en este tema, por más que ha intentado en los últimos días, sino que se ha creado un contra discurso, el del rechazo justificado y razonado a una nueva reforma electoral en estos momentos, un discurso que día a día cobra más fuera y que esta cargado de advertencias que calan.
Eso es lo que ha acelerado la crispación. En un nuevo intento por quitarle el discurso de la reforma electoral a la oposición, el presidente “ofreció” que la marcha ciudadana por la defensa del INE, prevista para este fin de semana, concluyeran en el Zócalo de la Ciudad de México.
Los organizadores lo rechazaron no solo porque no quieren que el presidente defina la ruta de la movilización, sino porque el Zócalo es el espacio natural del presidente. Los organizadores no quieren que los escuche el presidente, sino la sociedad.
Lo que el presidente quería era usar el resultado de la marcha a su favor: Si acude mucha gente, como se estima, al grado de llenar el zócalo, diría que él es tolerante, respetuoso de la movilización ciudadana y que su gobierno respeta el disenso. Pero si no acudían pocos a la marcha, diría que ni siquiera pudieron llenar el zócalo, Una trampa pues.
Lo que hay detrás de la movilización, en realidad, es una lucha de fuerzas de cara a la elección presidencial del 2024 en la que está en juego la fuerza política del presidente para imponer nuevas reglas del juego electoral con cambios que benefician claramente al gobierno, o una oposición que, al amparo de un tema clave, puede aglutinar la mayor movilización social y política capaz de ganar una elección, la del 2024.