Rebelión/Arturo Alejandro Bribiesca Gil
Rebelión
Por: Arturo Alejandro Bribiesca Gil
Felices fiestas decembrinas.
El pasado 15 de diciembre, se cumplieron 60 años de la conclusión del llamado “Juicio de Eichmann” (1961), juicio penal que se siguió en un tribunal israelí contra el oficial nazi Adolf Eichmann, por su responsabilidad en los crímenes de guerra cometidos por el nazismo contra los judíos (Segunda Guerra Mundial). Eichmann fue encontrado culpable y condenado a muerte; el 1 de junio de 1962 fue ahorcado.
En 1963, Hannah Arendt, filósofa alemana, nacionalizada estadounidense, de origen judío, publicó el libro “Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal”, el cual trata sobre el mentado juicio. Dos ideas quiero destacar de ese importante texto y son la banalidad del mal y el colaboracionismo judío.
La banalidad del mal la podemos entender como la falta de reflexión al realizar actos malos cuando la obediencia, la necesidad, las circunstancias o la costumbre nos los imponen; es también la justificación propia para desplegar conductas inmorales o delictivas, desde la perspectiva de que, si dichas conductas no provienen de nuestra mente, deseos o intenciones, no se nos puede atribuir la maldad. Por tanto, cualquier persona en determinadas circunstancias puede desplegar conductas perversas, sin que la perversidad sea propia de su mente y carácter.
Respecto al colaboracionismo judío, Arendt hace una dura crítica a su pueblo, tanto en lo colectivo como en lo individual. A los dirigentes los acusó de pusilanimidad y colaboracionismo con el régimen nazi, y desde su perspectiva, cada individuo tuvo esa misma conducta cobarde, con la que facilitaron la tarea a los opresores. Podría decirse que marcharon sin oponer mucha resistencia al matadero, con pesar y tristeza, pero con más sueños de esperanza que con bríos de libertad.
Es momento de vincular las ideas expuestas con el título del presente artículo y nuestra actualidad. No es la intención hablar de rebelión como delito, sino de su significado acorde a la Real Academia Española, la que señala que rebelión “es la acción de oponer resistencia”.
Bajo esa tesitura, Infinidad de alemanes, sin malicia o perversión, al no rebelarse, cometieron crímenes de lesa humanidad, solo haciendo su trabajo, por así decirlo. Esto en ninguna circunstancia puede justificarse, pero sí explicarse; y la explicación es que no pasaba por la cabeza de esta burocracia nazi, la idea de rebelarse. La comodidad, el temor, el egoísmo o todo ello junto, bastaba para su “justificación”, y, por tanto, para la banalización del mal.
El caso de los oprimidos judíos y la ausencia de la rebelión en ellos es más difícil de entender; imagino que creyeron que tanta maldad no podía ser posible, y que la modernidad que se vivía, era un impedimento para las atrocidades que terminaron viviendo. La esperanza los hizo dóciles ante el yugo. Vieron en el colaboracionismo, no un acto de cobardía, sino de prudencia.
Y de regreso al presente, me atrevo a señalar que, en nuestro país, en mayor o menor grado, según la época o sexenio, se ha hecho común la banalidad de la corrupción. Infinidad de personas decentes son parte del cáncer de la corrupción, por los mismos motivos que la burocracia nazi fue partícipe de crímenes de guerra.
No estoy diciendo que la corrupción somos todos, no se malinterprete. Lo que estoy diciendo es, que dicho cáncer ha penetrado en amplios sectores sociales, hasta el punto de que se ha vuelto tolerada y por tanto banal. Luego entonces, aunque México no sea un país de corruptos, sí se han generado condiciones para que muchos y muchas desplieguen, acorde a su nivel y circunstancias, conductas de este tipo.
¿Qué podemos hacer? Sencillo: rebelarnos. Pero esto no es armarnos, ni manifestarnos de manera violenta en plazas o carreteras, ni dedicarnos a insultar a las instituciones y autoridades. No.
Rebelarse es, oponerse tajantemente a la corrupción; rebelarse es, no ser parte de ella, ni como corruptor ni como corrompido; rebelarse es, no alentarla en ninguna circunstancia o excepción; rebelarse es, detestar y señalar al corrupto, pero no al lejano, si no al cercano -mueran los que veo en la tele y lisonjeo al conocido funcionario-.
Falta mucho por hacer en la lucha contra la corrupción, sin embargo, en este rubro, veo indicios de cambio, graduales y lentos, pero cambio al fin; ya sé que el discurso político contra la corrupción siempre ha estado allí, pero esta vez veo que el discurso se acompaña de cierta alergia a las frivolidades y el lujo.
En fin, el camino es largo y sinuoso, pero veo una luz… ahora, mientras llega esa luz, los invito a la rebelión.
Otrosí: Muchas felicidades a la Ruta Gris de Morelia, por sus 35 años de existencia. Enhorabuena.