Real política
Real Política
La Judicatura ante el Demos
II
En México se ha perdido toda capacidad de análisis y reflexión profundas, abundan los textos descriptivos de lugares comunes. José Ramón Cosío se equivoca al afirmar que “la eventual modificación al Poder Judicial deberá quedar constreñida a un marco institucional preciso y común”. Ahí no está el debate sino en preguntarnos si en un Estado Democrático de Derecho el Poder Judicial debe emanar del Demos sí o no.
Toda afirmación obliga a su demostración, particularmente cuando ésta implica una consecuencia prescriptiva, un mandato o un deber. ¿Si todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y dotados de razón y conciencia, qué sentido, que no fuese una tautología, tendría imponer el deber de la fraternidad? O más aún, ¿qué sentido tiene que todos los seres humanos poseamos derechos que no pueden ser oponibles a una realidad racional y consciente innata?
Aquí el discurso humanista idealista se confronta con la realidad material a la que no puede cambiar ni definir. Es precisamente porque no todos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, y porque ni la razón ni la conciencia por sí mismas nos garantizan la fraternidad, que hemos inventado un conjunto de potestades prescriptivas y subjetivas que denominamos como Derechos Humanos. Todo derecho subjetivo se expresa como poder, como potencia de un hacer, la capacidad o posibilidad de obrar; el poder nos hace y por ello se expresa desde la voluntad, voluntad de poder.
El poder genera efectos en el mundo exterior, el poder humano es la manifestación de dominio sobre lo otro y por tanto la manifestación del tengo derecho a algo (a la libertad de expresión, a la libertad de tránsito, a la libertad de creencias, a la propiedad, a la seguridad en mi persona y patrimonio, a la educación, a la salud, al trabajo o comercio, a la libertad de reunión y asociación etc). Los Derechos Humanos nacen en y para la Libertad, son el poder otorgado desde el poder social a cada persona para que ésta se confronte armada con ese mismo poder social en sus diversas advocaciones materiales: poder político, poder económico, poder administrativo, poder burocrático, poder financiero, poder bélico, poder religioso, poder simbólico, poder digital etc. Entonces, su génesis es imposible sin la profunda deliberación política que desde la crítica responda qué deberes y derechos son correctos, válidos y por tanto otorgables desde el Leviatán.
Se trata de una potestad otorgada y no reconocida, aunque así lo afirmen diversos textos constitucionales y convencionales, porque cada derecho pasa antes por la deliberación filosófica y política de su pertinencia social, ética y humana, como lo demuestran los debates desde el humanismo renacentista hasta nuestro siglo XXI. De no ser así el derecho a la conquista, a la violencia, a la esclavitud o el derecho de pernada formarían parte del catálogo de derechos humanos reconocidos. El debate por el que el Congreso de los Estados Unidos estableció la décimo tercera enmienda a su Constitución, es un ejemplo contundente de mi afirmación, basta con ver las intervenciones, en favor de la supremacía blanca como derecho natural, de John C. Calhoun, Alexander H. Stephens, George Fitzhugh y James Henry Hammond.
En la Democracia en América, Alexis de Tocqueville da una muestra de lo trascendente que es la crítica frente a los hechos político-sociales y cómo ésta genera conciencia y produce (crea y otorga) derechos.
Para Tocqueville la existencia de la esclavitud conforma una contradicción con los ideales democráticos: él notó la contradicción entre la institución de la esclavitud y los principios democráticos en los que se basaba la sociedad estadounidense. Reconoció que, en una nación que se consideraba a sí misma como defensora de la igualdad y la libertad, la esclavitud era una violación flagrante de esos valores; advirtió que la existencia de la esclavitud amenazaba la estabilidad y la integridad de la democracia en Estados Unidos. Argumentó que la esclavitud creaba una división entre la población y generaba tensiones y conflictos que podrían socavar el sistema democrático. Tocqueville criticó el trato inhumano que se les daba a los esclavos y señaló la violencia y la opresión que sufrían. Observó que los esclavos eran considerados como propiedad y que se les negaba su libertad y dignidad básica, bajo el pretexto de la superioridad racial como un derecho natural o divino.
Tocqueville notó que la esclavitud tenía un impacto negativo en la sociedad en general, tanto en los esclavos como en los dueños de esclavos. Argumentó que la esclavitud corrompía la moral y debilitaba los lazos sociales al promover la injusticia y la desigualdad. En resumen, Tocqueville consideraba que la esclavitud era una contradicción fundamental con los ideales democráticos y un obstáculo para la realización plena de la democracia en Estados Unidos. Además, denunció el trato inhumano a los esclavos y el impacto negativo que la esclavitud tenía en la sociedad en general.
El miedo es el punto de partida, hay jodidos y jodedores porque unos tienen miedo y otros administran el miedo de aquellos que lo tienen, las relaciones de dominio que surgen de nuestro origen animal. El poder produce miedo porque se precisa y se convierte de obrar a determinar, de hecho a construcción del hecho que obliga a su racionalización, a su planeación. El que manda lo logra a partir de la debilidad y el miedo del que no puede mandar que lo hace incapaz de hacer u obrar algo y entonces se constituye en subordinado, en súbdito, en siervo, en obrero, en esclavo. La historia humana hasta la ilustración siempre fue la de la legitimidad del derecho natural del que manda frente a la obediencia y sometimiento del que vive en el miedo, por ello es imposible y vacuo hablar de Derechos Humanos antes de la Ilustración.
Todos los seres humanos nacen débiles, desiguales y sometidos a la barbarie de la naturaleza y del mundo. Por ello, la comunidad social les reconoce en dignidad y les otorga libertad y derechos para formar su razón y conciencia, a fin de que se comporten fraternalmente los unos con los otros. Aún así, esta definición se estrella ante la lógica hegeliana del amo y el esclavo cuya síntesis, por desgracia, no es la fraternidad. Marx no rechazaba a los Derechos Humanos sino a la versión liberal burguesa de éstos que los instaura como utopía que niega la realidad, pero se inserta en una realidad donde las contradicciones de clase son evidentes. La lucha de clases existe; Marx tiene razón, pero se equivoca al predecir que es el proletariado el ganador de esta guerra social. Las élites ganaron y ganan la lucha de clases porque comprendieron que al perder poder, fundando la doctrina de los Derechos Humanos, ganaban en poder para no perder el dominio sobre las masas: la Democracia Liberal. Pero la realidad nos lleva a la paradoja, la Democracia exige que el poder público emane del sufragio: ¿por qué, entonces Cosío, los ciudadanos rasos no podemos votar a nuestros jueces?