Política y Politiquería/Lucero Pacheco
Del póker face del debate
“Ahora sí habrá debate”, con esa frase arrancaba la semana el candidato recién llegado a la contienda electoral. Prometía mucho, temo que desilusionó. Aristóteles decía que debemos ser creíbles incluso antes de empezar hablar.
Sí, el debate es la oportunidad de las y los candidatos para presentar y exponer sus propuestas, y convencer al electorado de ser la o el mejor para ese puesto; pero el debate también es de símbolos, expresiones y emociones para quien lo ve.
Hubo poca oportunidad para las propuestas, dado que fueron más ataques y señalamientos, principalmente hacia dos perfiles, Carlos Herrera Tello del Equipo por Michoacán y Alfredo Bedolla, candidato de Morena. Esas provocaciones entre los prinicipales punteros de la contienda, permitieron retratar el comportamiento de cada uno.
Basta indetificar una emoción para provocar al contrincante, darle en el tema que le evoque enojo, ira, indiferencia y ahí exhibirlo. Someterlo al escrutinio público.
Dice Bárbara Tijerina, experta en lenguaje corporal, que la cara es el indicador emocional más potente y también es el canal que controlamos con más facilidad cuando no queremos mostrar una verdadera emoción, de ahí también la expresión “póker face” a quienes pueden controlar sus gestos, sin embargo cuando una emoción es fuerte encontrará una salida y lo más probable es que se refleje desde la cabeza hasta los pies.
“Mira qué cara pone cuando le mencionan a Godoy”, “mira cómo frunce el ceño”, “ve cómo agacha la cabeza cuando le mencionan ese tema”, “se ve mal con la mano en el bolsillo”.
Ahí, en ese terreno de las emociones también el debate jugó su papel, porque somete a la y los candidatos a la crítica pública, esa que detrás de un televisor o celular se sincera, se convence o se desilusiona.
Un cadidato puede convencer a un votante por lo que proyecta y por lo que hace sentir: seguridad, carisma, preparación, capacidad de reacción ante un cuestionamiento y sobre todo la confianza que pueda o no trasmitir.
Ayer tuvimos a siete perfiles tratando de demostrar por qué son la mejor opción, y fuera de las propuestas, las personalidades de cada quién tuvieron un rol decisivo.
Ahí el candidato de Morena quedó indefenso ante la embestida de Carlos Herrera; exhibirlo y vincularlo de manera directa con personalidades políticas incomódas para Alfredo Ramírez lo hicieron perder, él sabe que el pasado es su peor aliado, por eso prefiere esquivarlo, ignorarlo, minimizarlo. Ese pasado que le hace sentir inseguro porque le da pena.
Ese pasado que provoca miedo, dolor, inseguridad, frustación y tristeza porque va anclado a una herida muy profunda de las y los michoacanos, a los gobiernos que hundieron al estado bajo la sombra de la impunidad y terror, tienen nombre y apellido, y hoy están al lado del candidato de Morena.
Ayer su candidato tuvo la oportunidad de deslindarse de ellos, de marcar distancia, pero solo exhibió dos cosas: no sabe jugar fuera del guión y necesita del permiso de su jefe político para actuar.
Al tiempo.