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Ni abrazos, ni tan solo balazos
El asesinato de dos agentes de investigación, ocurrido cuando realizaban un operativo en el Fraccionamiento Misión del Valle, de la ciudad de Morelia, nos recuerda la escalofriante exposición que tenemos en Michoacán ante la presencia de bandas del crimen organizado, que han iniciado de nuevo una batalla frontal y abierta por el control de la capital michoacana.
Hechos de violencia como ese nos remontan al atentado con granadas que, en 2009, sicarios dirigieron contra instalaciones de la entonces Procuraduría General de Justicia del Estado, en ese tiempo ubicadas sobre la principal avenida de la ciudad, a la altura de Tres Puentes.
Eran tiempos donde el grupo criminal hegemónico, llamado La Familia Michoacana – después Caballeros Templarios -, había escalado en sus ataques. Los ejecutaba a plena luz del día, en zonas urbanas y, no pocas veces, los ajusticiamientos eran públicos para sembrar terror y miedo, para mandar el mensaje de que eran ellos quienes tenían el poder. Y, trágicamente, así era.
Años más atrás, en 2005, pistoleros a sueldo irrumpieron en el restaurante Las Trojes y ejecutaron a Rogelio Zarazúa, a quien el gobernador Lázaro Cárdenas Batel – hasta hace poco jefe de asesores del presidente López Obrador - había designado jefe de la Policía en Michoacán. Lo mataron con fusiles de alto poder frente a su esposa y amigos. Fue un ataque directo y limpio. Ningún otro comensal salió herido, pero afuera, otro anillo de sicarios apostados en puntos estratégicos, asesinaron también a uno de los escoltas de Zarazúa y destruyeron a tiros una patrulla.
Ejecuciones como esas eran ya un nítido retrato del dominio que tenían los cárteles en nuestra entidad, al no haber ninguna acción contundente en su contra por parte del Estado mexicano, responsable de hacerle frente a esas organizaciones delincuenciales. Por el contrario, las dejaron crecer, expandirse y empoderarse.
En pocos años, el cártel hegemónico había infiltrado no solo a las corporaciones policiacas estatales y municipales, sino también integrado a su red de complicidades a autoridades de diferentes niveles de gobierno. Tenían operadores en la misma Casa de Gobierno y hasta intermediarios con presencia en las cámaras legislativas.
Por eso, el asesinato de los agentes Yonathan Jorge Pineda Guzmán y Edgar Eduardo Delgado Bedolla, el pasado 4 de abril, nos recuerdan que la amenaza no se ha ido. Solo vivía un proceso de reacomodo y ya ha despertado. Los ataques con bombas en Vertical, Luv y Mint, son otro ejemplo de ello. La reciente emboscada a policías de Morelia, una muestra más. La ejecución pública de dos comensales en un restaurante de mariscos en la Chapultepec Oriente, apenas esta semana, es otra alerta.
Y más allá del debate y el desgaste de definir qué le toca a cada nivel de gobierno, lo que los michoacanos esperan es una reacción institucional a la altura de la amenaza. Ni el Municipio, ni el Estado y mucho menos la Federación, pueden retraerse. Eso, diría López Obrador sobre la idea de restar capacidad operativa a la Sedena respecto a la Guardia Nacional, sería un error garrafal.
Pero también lo es preservar la acribillada idea de abrazar a criminales y guardar las balas, cuando el desafío tiene tantos orificios como la casa donde se atrincheraron los sicarios detenidos el día del doble homicidio y de la intensa balacera en Misión del Valle.
La historia nos dice que la respuesta debe incluir, además de la ofensiva para ubicar, detener o eliminar objetivos generadores de violencia, el desmantelamiento de sus fuentes de financiamiento y labores de inteligencia que permitan desarticular sus redes de complicidad. El manual que llevó a la extinción del grupo original de Los Caballeros Templarios, podría ser un punto de arranque a considerar, claro, sin los excesos y desviaciones que terminaron por empoderar a otras células delictivas.
En resumen: ni abrazos, ni tan solo balazos.
Cintillo
A esta velocidad, la Siglo XXI ocupará pronto el rango de la carretera más peligrosa del país por la cantidad de accidentes que registra. Sumergirse en ella es un desafío a la muerte.