¡Pero si ya son gobierno!/Julio Santoyo Guerrero
¿Será que aún no creen que han ganado, o que se niegan a asumir los bonos y costos de gobernar? ¿O es la inercia de su cultura antisistémica que no embona con el hecho de que ahora representan a las instituciones, precisamente las que siempre cuestionaron? ¿O no tienen claridad de cómo, desde donde están y con lo que están, pueden cambiar la política con un giro de 180°? ¿De plano no se sienten cómodos por no estar seguros?
Todo esto me preguntaba el 1 de septiembre cuando veía las vicisitudes de la instalación de la 64 legislatura federal. Muchos esperábamos propuestas específicas con definiciones no ambiguas de la atractiva propuesta de la "cuarta transformación". Propuestas más finas que dejaran atrás las generalidades propagandísticas que se difundieron durante la precampaña, la campaña y la postcampaña -del 1 de julio al 31 de agosto-. Ejercicio que es fundamental porque la mayoría de los mexicanos votaron por ello y esperan conocer el camino fino, práctico de cómo se irá construyendo esa "cuarta república".
Las condiciones en que están recibiendo la administración pública federal son complicadas casi en todos los ámbitos, y esto en la práctica lo reconoce el presidente electo y por eso, seguramente, está promoviendo los espacios de consenso público que le permitan tomar las riendas el 1 de diciembre sin que el caballo termine debocado, parado o dando pasos hacia atrás. Por esta razón se antojaba que la abrumadora mayoría en el congreso federal, antes que distraerse en disquisiciones coléricas, como lo señaló Porfirio Muñoz Ledo, entrara con rapidez a colocar el andamiaje para la construcción de la nueva república. Algunas mentes claras, dentro de esa inmensa mayoría victoriosa, parece que comprenden la urgencia de los tiempos, la otra parte desafortunadamente, no alcanza a superar el estadio de las emociones primarias y creen que vale más un grito y un manotazo que una propuesta bien fundada.
Un sexenio es muy poco tiempo para fundar una cuarta república, de verdad. Cuando la pretensión es reformar las instituciones, la constitución, la cultura política y cortar todas las cabezas de la monstruosa hidra que ha carcomido a la nación, el tiempo y la eficiencia serán los más grandes enemigos de la nueva administración. Lograr la participación, no sólo de la mayoría electoral, sino de la mayoría nacional, en torno al proyecto de una nueva república, que logre legitimarla y con ello también relegitimar a los actores del nuevo sistema, no es cosa sencilla, ni tampoco está dada, como título de eternidad, por los resultados del 1 de julio.
Dos caminos tiene la nueva administración para empujar el proyecto de la cuarta república: el de la búsqueda del consenso permanente, donde los acuerdos parlamentarios son una parte importante de ello, o poner en marcha la maquinaria de la mayoría. El más difícil es el que representa la ruta del consenso permanente porque supone negociar agendas complejas, económicas, políticas, sociales, culturales y más, con los diversos y plurales actores de todos los rincones del país. Cuestión que implica tiempo y gran pericia operativa para obtener resultados positivos, de quienes representan la mayoría, aunque inmejorables beneficios en términos de salud política. La ruta más fácil es el ejercicio de la mayoría parlamentaria, que rebasa los espacios de los acuerdos con otros actores, la mayoría divergentes, que gana tiempo pero que pierde legitimidad pública.
Lo que vimos el 1 de septiembre en la primera sesión del Congreso de la Unión fue la inclinación por el segundo camino. La mayoría, dentro de quienes son mayoría, parece claramente convencida de que su victoria es un triunfo sin más, que no necesita relegitimarse, que la confianza del votante es una patente inconmensurable, sin caducidad, a pesar de las insalvable acciones y omisiones de cada día, como las ocurridas en la propia sesión de instalación del Congreso.
Pero lo que vimos bien podría representar algo más insólito: que no han asimilado o no quieren asumir el hecho de que ya son gobierno y que no es el tiempo de comportarse como oposición contestataria. Que ahora tendrán que rendir cuentas en primera persona como resultado de cada una de sus decisiones. Muy recomendable sería, ahora que son gobierno de mayoría, que tomaran para sí las enseñanzas del recién fallecido senador estadounidense John McCain, "la política no es un arte de vencidas, sino de acuerdos".