Pensar, no plagiar, no traicionar
El acto de pensar como muchas otras acciones de la vida humana es una característica de nuestra especie, esta nos ayuda a reconocernos y comunicarnos con los otros, a realizar tareas para la subsistencia como para la recreación, para la autorrealización tanto como para el gozo, pensar es también razonar y discernir sobre distintas alternativas, nos permite nombrar y cuestionar, es fuente de nuestra capacidad creativa y motivación para la acción.
Sin embargo, como muchas de estas capacidades, pensar no nos es dado en automático, de una vez y para siempre, es en nuestro encuentro con los otros, las condiciones de espacio y tiempo, la vida familiar y la historia de vida, el contexto socioeconómico, los intereses y preocupaciones, como la vocación misma; lo que nos acerca o aleja de entrenarnos y desarrollarnos en esa vía como propósito y no solo como característica natural.
Pensar más allá de una condición, es también un ejercicio profesional propio de los filósofos o de los que hacen ciencia, de los que construyen conocimiento, de los que analizan e interpretan la realidad; la política, la sociedad, la historia, el comportamiento humano, el funcionamiento de las leyes y las instituciones del Estado. Es semilla e inspiración del arte y la cultura, la poesía, la música, la escritura o la pintura, es la memoria viva de nuestra especie, de pueblos y generaciones enteras; sin el pensamiento difícilmente podríamos conocer del pasado y explicarnos el presente.
El resultado de pensar trasciende el acto individual y la cotidianidad, no es posible conocer las teorías de la física o la biología sin atender a las hipótesis que les antecedieron, las revoluciones y otras transformaciones políticas sin los textos de los ideólogos que las motivaron o las vacunas como consecuencia de un largo camino de prueba y error, de cavilaciones y nuevas reformulaciones sobre los reactivos y componentes químicos adecuados.
Pensar es tan relevante para nuestra existencia humana como elevado para nuestra individualidad, sometidos al trajín humano de la subsistencia, al ritual de los quehaceres, a la repetición sin sentido, damos por sentada una condición como algo que ocurre porque nos es natural, pasamos como inadvertido el acto de pensar, le acotamos a lo cotidiano, a lo doméstico y de vez en vez conscientes o no cedemos a alguien más, intelectuales y académicos, la capacidad de pensar; dejamos de entrenarnos, de cuestionarnos y de ampliar lo conocido.
Es quizá por ello, que le hemos perdido también el aprecio a quienes por formación realizan esta tarea; intelectuales, académicos, investigadores, científicos, filósofos, periodistas, de estos siempre se espera más ante los grandes problemas nacionales, como el develar para las mayorías aquello que es oculto o complejo, y que por el contrario, conocemos que desde esa posición que coloca en la estructura social el pensar, lejos de motivar transformaciones, sirve para tomar partido, para ocultar o confundir, para legitimar lo mismo un gobierno, que un modelo económico.
El plagio de ideas, de tareas, trabajos académicos y tesis, tan notoriamente sonado en los últimos días, es también síntoma orgánico de la desvaloración del pensamiento en los espacios académicos y universitarios, entre los estudiantes en formación tanto como entre los docentes, estos últimos, obligados a revisar de manera minuciosa los trabajos que buscan ser sino la prueba fehaciente del conocimiento aprendido, sí la evidencia de las habilidades y capacidades mínimas que demanda cualquier profesión.
La proliferación de universidades privadas o la entrega de doctorados patito “Honoris Causa” a artistas y políticos que pagan por colgarse un birrete, es otro ejemplo que refleja no solo la dinámica mercantilizadora de la educación como de otros ámbitos de la vida social, sino esta concepción que degrada la capacidad de pensar, de formarse y construir conocimiento, por algo accesible a cualquiera sin el mayor esfuerzo intelectual, claro, siempre que se pueda pagar por ello.
Por ello pensar es también consistencia en el tiempo con el actuar individual, es consciencia porque obliga a la no traición, no con los otros, ni con un líder o un grupo sino con nosotros mismos, con las causas que nos movilizan, con los principios con los que nos conducimos en lo privado como en lo público, con lo que nos deslumbra e incluso motiva a cambiar de causas y principios. Desestimar la capacidad de pensar propia o ajena, nos cierra la única puerta de entrada a otras realidades posibles, nos anula en lo individual y nos condena como sociedad.