Paranoia
Puede decirse que todo político padece un tanto de paranoia, porque en el oficio los amigos son escasos y los enemigos frecuentes y embozados. Incertidumbre y desconfianza en la política van de la mano. Las crisis son la prueba de fuego; en tiempos de bonanza, la lealtad es interesada y obsequiosa, falsa. En la adversidad es inexistente la fidelidad del otrora sumiso. Esta es la lógica desde el poder; también está la del opositor.
En el régimen autoritario ser opositor entrañaba riesgos; desde luego, vigilancia, intimidación y represión casi siempre discreta, aunque, a veces el golpe era inesperado y en no pocas ocasiones anónimo. López Obrador se formó en tales condiciones y tuvo que desarrollar desconfianza a muchos y a casi todo. Su persistencia se acompañó de este olfato singular e intransigente para eludir la trampa o el engaño. Los peores y más comprometedores errores de su trayectoria no vienen de él, sino del círculo cercano: René Bejarano, Gustavo Ponce, familiares, etc. Su desconfianza fue un activo importante para llegar al poder; hoy, una de sus mayores debilidades.
Suspicacia no administrada se vuelve paranoia que en el poder se traduce en desapego a la realidad y aislamiento de quienes deben asistirle en la compleja, incierta y difícil tarea política y de ejercicio del gobierno. Natural es que quienes ganen terreno sean los que hacen propias las falsas certezas del presidente a costa de quienes saben que lealtad obliga hablar con verdad. López Obrador es desconfiado y está pleno de prejuicios y fijaciones sobre la política, el poder y la competencia. Su aspiración demócrata y liberal se ve anulada por sus instintos autócratas. Intolerancia y rencor son los signos más distintivos del estilo de gobernar; lo peor es que él ahora no los advierte y se cree exento de ellos.
Calificar como de extremo cinismo la narrativa presidencial procedería si quien la profiere sabe que está mintiendo, que su dicho no corresponde a la verdad. No es el caso. López Obrador es persona de certezas, de verdades reveladas. Su proyecto más que político es de corte religioso, por eso la moral y el sentido de que la causa todo lo vale y eso no da para detenerse en la verdad. Importa si es consecuente con lo que se pretende. La política es incierta y se mide en realizaciones; la causa religiosa es de certezas e intenciones. Por eso, con AMLO no hay espacio para el cambio y no hay reflexión autocrítica porque la duda es anatema. Para él lealtad es total, absoluta, incondicional.
En los mexicanos, especialmente del centro y sur del país -la geografía de la devoción lopezobradorista-, hay un profundo sentido religioso de la vida, del poder y de la autoridad. El ascendiente del presidente no es el del gobernante electo, sino el del padre, sacerdote y maestro -todos a la vez-. Tiene el poder de dar, de absolver de responsabilidad y también de culpa. Por ello, no hay escrutinio crítico al poder, sino sumisión y reafirmación de fe. Abrazos no balazos no sólo es la renuncia a la responsabilidad elemental de autoridad, es una prédica de corte moral basada en el prejuicio, la ignorancia y la soberbia.
Así se ve el desplante presidencial para explicar la iniciativa de consultas y eventuales severas sanciones por parte de las autoridades norteamericanas y canadienses por las violaciones al T-MEC. En su visión, él no es la causa, sino que se trata de una embestida de los enemigos internos con el poder siniestro de engañar a los gobiernos de esos países en un propósito de dañar a su presidencia. Son traidores a la patria. La respuesta al extranjero será el 16 de septiembre, fecha idónea para el patrioterismo.
Pasa con todo. Las decisiones judiciales, los criterios del INE, las resoluciones de órganos autónomos, los votos de los opositores, las demandas de las mujeres y de los padres de niños con cáncer, los señalamientos por la criminal gestión de la pandemia, las críticas a la obra pública, etc. Sucede así no por falta propia, sino por la aviesa iniciativa de los enemigos, los traidores a la patria. Todo un caso de paranoia.