País de prietos y corrientes/Isabel Arvide
País de prietos y corrientes…
Por Isabel Arvide
A mis amigos turcos les intrigó qué quería decir el adjetivo “corriente”, utilizado en uno de los 200 mil insultos que escribieron en Tuiter contra mí en días pasados. Complicada la explicación de cara a una cultura que no convive con estos prejuicios tan ancestrales, tan imbricados en nuestra historia. “Corriente” les dije es una persona como las demás, como los miles de millones de mexicanos. Es decir, alguien del montón, alguien que no tiene un sello de aristocracia artificial, que no es rico, que no pertenece a la nata del uno por ciento del país.
No es fácil, para un extranjero, entender que esta realidad, ser uno más, sea utilizada de manera peyorativa. Y menos que fuese utilizado como argumento para no poder representar a mi país en Turquía. Por eso mi respuesta, de orgullo por ser llamada así.
En el fondo, también en la superficie, de estos insultos hay un tremendo complejo, un miedo extremo de ser igual a los demás.
En tiempos electorales, en todo el país, en todos los estratos sociales, dentro de todas las expresiones partidarias, hemos comenzado a escuchar este tipo de expresiones que buscan demeritar a un gobierno, a un mandatario que es, también, uno del montón. Alguien sin alcurnia ni vinculación con los poderosos.
¿Es prieto el Presidente López Obrador? Es. Y se mantiene así por sus viajes al interior del país, por un trabajo que termina, siempre, por hacer que su piel se vea más oscura.
En Quintana Roo un blanco, que pertenece por apellido a este porcentaje de favorecidos, Pedro Joaquín, utilizó el calificativo de “prieto” en un discurso político, de campaña por su reelección como alcalde de Cozumel, para ofender a sus contrincantes que, según sus dichos, por ser prietos merecen irse, repito textual, a “la chingada”. Que no es el rancho del primer mandatario.
Esta virulencia, que se adentrado en peligrosos caminos de discriminación por color de piel, se ha adentrado en nuestra vida política y social. Y si no somos capaces de detenerla podemos emprender el camino hacía una convivencia de ofensas mutuas e imposible encuentro. Sin esto, sin la coincidencia, sin el encuentro, es imposible crecer, tener abundancia, remontar la inmensa crisis consecuente a la Pandemia.
En Quintana Roo los morenos, los prietos, los corrientes, los del montón levantaron las ciudades. Y hoy son los que sirven las mesas, los que llevan a los turistas a su hotel, los que limpian sus habitaciones, los que cocinan sus comidas. Sin los corrientes, calificativo que me honra, sin los prietos no existiría ningún crecimiento económico, no seríamos un Estado, no habría nada.
¿Por qué un miembro de una familia abierta a la sociedad, que hizo del trabajo su razón y vocación, formada por imigrantes libaneses y descendientes de piratas, puede ofender así? Quiero creer que Pedro Joaquín hijo no se da cuenta. Que enardecido por un odio político fomentado por los priistas que perdieron privilegios, que dejaron de enriquecerse al cobijo del poder político, ha legitimado su odio contra el Presidente de la República.
Sí, utilicé intencionalmente el vocablo “odio” porque ese es el sentimiento de muchos mexicanos. Un odio irracional contra una persona que provoca las expresiones en contra, también de odio, contra todos quienes, me incluyo, somos identificados en su cercanía.
Peligroso, inmensamente peligroso que hayamos permitido que este sentimiento irracional domine a nuestros políticos. Terrible que Pedro Joaquín hijo pudiese ganar la elección en Cozumel que vive, como todo el Estado, de los viajeros que requieren los servicios de los corrientes y los prietos.
¿Para quién habría de gobernar, para qué intereses habría de dictar las políticas de su mandato?
Lo peligroso en extremo, reitero, es que así comenzaron las historias de exterminio racial basadas en la supremacía de unos sobre otros. Y, también, las revoluciones de los prietos, de los desposeídos, de los trabajadores, de los corrientes, de los del montón…