Optimismo o encubrimiento
Hay quienes quieren ver en este período de abundantes lluvias el retorno a la regularidad climática anhelada. La dureza con la que las sequías de los últimos años castigaron a México ha ocasionado una explicable sobreestimación del futuro ambiental.
Esta sobreestimación parte de ignorar la magnitud objetiva del daño que la actividad humana le ha hecho a los ecosistemas que formaban parte de la regulación de los diversos y complejos factores climáticos que constituían la “regularidad” climática del pasado.
La crisis hídrica que se dejó sentir por todo el estado en los meses de marzo, abril, mayo y junio de este 2024, y que se expresó como una advertencia sobre el advenimiento de conflictos sociales que podrían poner en entredicho la gobernabilidad, sin embargo, no ha sido atendida en los factores que la determinaron y que la seguirán determinando en el futuro.
Por ejemplo, la presente abundancia de lluvias no implica la recuperación de las cientos de miles de hectáreas que han sido deforestadas en Michoacán, es más, ni siquiera supone el freno del cambio de uso de suelo o la recuperación, al menos, de un par de hectáreas perdidas.
Es preocupante que desde las instituciones gubernamentales se promueva la idea de que la crisis ambiental está siendo superada por las lluvias abundantes, haciendo creer que las políticas públicas están dando resultados, cuando no hay cosa más alejada de la verdad. Más bien, el comportamiento extremo del clima debería verse como una expresión más de las oscilaciones extremas del cambio climático global.
Las evidencias apuntan en una dirección distinta. El monitoreo que la Conafor ha realizado en Michoacán a través de su Sistema Nacional de Monitoreo Forestal, indica que del 2001 al 2018 han sido deforestadas 269 mil 676 hectáreas, o sea, 14 mil 982 por año. A las que habrá que agregar las correspondientes a las acumuladas en los últimos 5 años ꟷsiguiendo la misma proporciónꟷ para tener un total de 344 586 hectáreas. Como se puede apreciar un daño brutal a nuestros bosques.
El daño ecosistémico que se ha hecho y la alteración con ello a los patrones climáticos no alcanzará a ser superado por un período de lluvias intenso. Es de sentido común inferir que se necesitarían muchos años para lograrlo y ello supondría la recuperación de los bosques perdidos, de los ecosistemas destruidos y el restablecimiento de las zonas de infiltración hídrica dañadas.
El 30 de abril del 2023 el gobierno de Michoacán reconoció que se tenían detectados 10 mil predios a los que se les había hecho cambio de uso de suelo para establecer en ellos preferentemente cultivos aguacateros. Este dato también ilustra el tamaño de nuestra tragedia ambiental.
En junio de 2024, el presidente de la ONU, Antonio Guterres, declaraba: “Pese a que la humanidad depende de la tierra, en todo el mundo, una combinación tóxica de contaminación, caos climático y eliminación de la biodiversidad está convirtiendo tierras sanas en desiertos y ecosistemas prósperos en zonas muertas” … “Se están aniquilando bosques y praderas, y se está minando la fuerza de la tierra para sostener los ecosistemas, la agricultura y las comunidades”. En su mensaje al mundo recalcó que “en consecuencia, se pierden las cosechas, desaparecen las fuentes de agua, se debilitan las economías y corren peligro las comunidades, lo que afecta más gravemente a los más pobres”.
Romper con esta dinámica mortal ocasionada por la actividad humana supone actuar en múltiples direcciones. Una de ellas, central, es recuperar lo perdido para mitigar y poder revertir, la otra es preservar lo que aún tenemos.
Tenemos datos federales y estatales de lo perdido, aunque algunos de ellos francamente contradictorios, pero al final datos que nos permiten afirmar que estamos y seguimos en medio de una tendencia destructiva e imparable de nuestros bosques. De lo que no hay datos es de cuántas hectáreas se recuperan anualmente que fueron identificadas y denunciadas por cambio de uso de suelo o por incendio forestal. No hay reportes de una sola hectárea recuperada. ¿¡Cómo podríamos entonces afirmar que las generosas lluvias suponen el fin de nuestras sequías¡?
¿Cómo, si no se ha hecho, hasta ahora, nada fundamental para siquiera detener el cambio de uso de suelo que sigue su arrolladora marcha? ¿Cómo, si no hay políticas públicas consistentes que impliquen la coordinación eficiente entre entidades federales, estatales y municipales, para frenar allá en los montes la tala ilegal?
Ojalá que el optimismo ambiental que se presume tuviera asideros objetivos. Qué bien que pudiéramos celebrar y reconocer ahora que existe un frenón documentado al cambio de uso de suelo; qué bien que pudiéramos aplaudir la recuperación de una sola hectárea del suelo forestal derivado de una nueva tendencia en el ejercicio de la política ambiental.
Los deseos políticos muy pocas veces se corresponden con la realidad, y el de la mejoría ambiental no es el caso.