Opinión/Rafael García Tinajero Pérez
Constitución contradictoria, Constitución reformadora
Rafael García Tinajero Pérez
El 5 de febrero se cumplieron 102 años de la promulgación de la Constitución Mexicana, un documento ya antiguo pero que sin embargo sigue vigente y ha sufrido cientos de modificaciones a través del tiempo, a grado tal que si los constituyentes de 1917 volvieran solo reconocerían parcialmente un texto que el día de hoy triplica su extensión original y cuyo articulado ha cambiado en forma casi permanente, no quedando más que una veintena de sus 136 artículos sin ser sujetos de algún cambio. La Constitución cumplió años pero ayer pero debemos preguntarnos si también cumple sus funciones.
Antes de proseguir tengo que decir que una buena parte de lo que aquí diré es producto de la lectura de algunos textos de el que quizás sea el más importante estudioso del tema constitucional en él México de hoy, el Jurista Diego Valadés. Por supuesto, lo aquí dicho es responsabilidad exclusiva mía.
Nuestra Constitución ha pasado por lo menos por tres etapas a las que Valadés llama: Revolucionaria, conservadora y la actual, contradictoria.
La etapa revolucionaria de la Constitución es la que se remonta del momento de su promulgación a la época en que gobernó el país el General Cárdenas, es una época en que el texto constitucional sirvió de base y cimiento para la renovación del poder político y el advenimiento y consolidación del nuevo régimen, en la que se reconocen derechos humanos fundamentales, las llamadas garantías individuales, y otros más de corte cultural, económico y social como los derechos a la educación, al trabajo, a un salario digno por citar algunos ejemplos, sirvió para generar nuevas Instituciones que transformaron de raíz la vida económica, social y política de nuestro México.
La etapa conservadora de la Constitución, que sigue a la vorágine de transformaciones de los 20s y 30s da paso a una etapa de cambios constitucionales cuya función primordial fue la permanencia y estabilización de un orden hegemónico, la conciliación de múltiples intereses bajo la férula de un presidente todopoderoso, la consolidación de ese poder presidencial y la contención de las expectativas populares sobre todo de obreros y campesinos.
La etapa que hoy vivimos es la de la Constitución contradictoria que se fue forjando desde el último cuarto del siglo pasado hasta nuestros días y en la que se han dado una serie de cambios al texto constitucional que han resultado paradójicos: por una parte ha sido imposible contener exigencia legítimas en materia de derechos fundamentales sin que se desnaturalicen los objetivos fundamentales de la Constitución y así se ha avanzado por ejemplo en la liberalización del régimen en materia electoral o en la transformación del sistema jurisdiccional o en el reconocimiento a derechos como los de la niñez o a la protección de la salud pero sin embargo permanece inalterada la estructura del poder político.
El texto constitucional, bajo su forma actual también es un problema al ser abigarrado; pleno de retórica y proclamas políticas que no tendrían por qué estar en un texto que se supone preceptivo; con modalidades del llamado lenguaje de género que trastocan su unidad de estilo y restan coherencia al conjunto; deformidades gramaticales que rebajan su calidad expresiva y lo hacen sujeto de interpretaciones diversas.
Otro problema, no menor, es la presencia de un exceso de preceptos que bien podrían estar en la legislación secundaria o a nivel de reglamentos; la presencia de artículos cuyo contenido se contrapone; ser un texto lleno de reformas acumuladas durante más de un siglo redactadas sin un proyecto sistemático ni técnica uniforme.
La Constitución actual ni es un texto clásico ni uno moderno. No es clásico por que ha tenido un sin fin de cambios y añadidos y no es moderno por que carece de un diseño coherente de largo plazo. Ni es la de 1917 ni es la que necesitamos en el 2019.
La Constitución es el eje de la vida institucional del país y ambas se encuentran en etapa de decadencia. Si bien la mayor parte de sus reformas han favorecido el desarrollo cultural, social y democrático de México, subsisten anacronismos como lo es un sistema presidencial carente de controles políticos sólidos y un sistema representativo sin nexos Institucionales con la ciudadanía.
Es tiempo de reformar o cambiar esta constitución, para que a su vez sirva de norma para reformar y cambiar nuestro régimen político, económico, cultural y social, dar paso a nuevas y mejores instituciones. Una constitución reformadora que haga posible superar omisiones y contradicciones que afectan la vida institucional del país. Un texto constitucional breve y conciso, con menos retórica y minucias pero rico en preceptos. Que tenga como fin primordial la necesaria reforma del Estado mexicano. Que reordene su texto sin renunciar a principios, una constitución que de fin a un presidencialismo asfixiante que hoy amenaza volver a su forma Imperial. Una Constitución para una nueva República.