Opinión/Julio Santoyo Guerrero
El estruendo del agua
Julio Santoyo Guerrero
El ronco estruendo del agua liberada iba resonando por la pendiente, horadando la tierra. Arrastraba gigantescos peñascos, encinos y pinos que fueron desenraizados como si se tratara de la mala yerba de una maceta. En pocos minutos escavó su propio cauce: una barranca de hasta 10 metros de ancho y 3 de profundidad. A su pasó sólo quedó tierra y piedras lavadas, la fuerza del torrente destruyó parcelas, cercas y caminos.
En la oscuridad de la noche la carrera enloquecida de 7 mil metros cúbicos de agua rodando por la escarpada pendiente no tuvieron ojos humanos que la miraran. Las aves y otros animales nocturnos, en cambio, sí fueron testigos y víctimas del pavoroso espectáculo, varios de ellos yacían destrozados entre las piedras de las barrancas.
A poca distancia los pobladores de las rancherías despertaron con el zumbido sobrecogedor creyendo que los cerros se estaban desgajando. Confundidos no atinaron a abandonar sus casas y esperaron angustiados hasta que al paso de los minutos el estruendo se alejó por el cauce de las barrancas rumbo a los poblados de tierras abajo, tal vez Santas Marías, con seguridad a Etucuaro.
Las intensas lluvias, que no han cesado y el temblor del martes 7 —pensaron— habrán reblandecido la tierra y sobrevino el desprendimiento, pero eso no explicaba el estruendo que se fue perdiendo barrancas abajo. Con la luz de la mañana todo quedó claro. Una hoya concentradora de agua, instalada en la parte alta, se había fracturado y dejado escapar millones de litros.
En esta zona de Madero llamada Angandio, hasta hace una década prevalecían los bosque de pino y encino que albergaban una fauna y flora admirables: puma, venado, coyote, tejón, liebre, águila, güilota, jilguero, cuervo, sensitiva, orquídea, madroño. De su riqueza forestal no queda ni el 20 %, la devastación por el cambio de uso de suelo, la tala clandestina y la concentración ilegal de agua en más de 35 hoyas de grandes proporciones, han hecho de este lugar un páramo ambiental. El amo que rige aquí la conducta humana es el aguacate.
Con la misma ilegalidad con la que se instalaron estas huertas en tierras forestales también se instalaron hoyas. En este lugar, en donde el agua corría generosa gracias a los arroyuelos alimentados por los bosques, y que atrajeron el criterio estrecho de los huerteros que creen que el agua brota por generación espontánea, el estrés hídrico en temporada de estiaje es una calamidad que busca evitarse construyendo hoyas y más hoyas para conjurar la ausencia de agua, la misma que mataron cuando talaron los bosques.
El estruendo que estremeció a los pobladores la mañana del jueves 9 de septiembre fueron 7 mil metros cúbicos de agua, liberados por una hoya colapsada, que se precipitaron sin control por las cañadas, arrollándolo todo a su paso.
Se estima que en Michoacán existen más de 30 mil hoyas, con uso fundamental en las huertas aguacateras. La inmensa mayoría de las hoyas, de acuerdo a datos oficiales, están por completo fuera de la ley. Ni tienen autorización de Conagua, ni cuentan con manifestación de impacto ambiental, como tampoco cuentan con autorización para el cambio de uso de suelo, y tampoco con autorización de Protección Civil.
Son estructuras que no han sido reguladas hasta ahora. Se construyen sin criterios profesionales de ingeniería civil; escavan 4 o 5 metros y con la tierra extraída forman un terraplén que incrementa la profundidad del vaso captador y luego la recubren con "bio membrana". Es decir, son estructuras extremadamente frágiles, algunas llegan a contener hasta 18 mil metros cúbicos.
No sólo afectan el derecho al agua de los habitantes locales y violan las leyes de aguas nacionales, también representan un riesgo para la seguridad de las personas. Cada vez es más frecuente ver estas estructuras construidas en la parte alta de donde moran los pobladores.
En esta zona, según reporte de ciudadanos, han colapsado al menos 6 de estas estructuras en la presente temporada. El gobierno estatal y los municipales deberían incluir en sus atlas de riesgos estas estructuras captadoras de agua e inhabilitar de manera inmediata la operación de aquellas que se encuentran sobre los caseríos de las localidades o que representan una amenaza para la ganadería, la agricultura, las vías de comunicación y la estabilidad topográfica de la orografía local.