Opinión/Jorge Hidalgo
Desde que el lunes 7 de junio, al amanecer del domingo comicial diera un público y caluroso reconocimiento al crimen organizado por lo bien portado que estuvo al servicio del partido de su propiedad, Andrés Manuel López Obrador dio el banderazo de salida para que los demonios se soltaran y hoy hagan mella en buena parte del país.
De manera coincidente, a raíz de los aplausos presidenciales a los grupos delictivos con organización y poderío, se salieron a cobrar favores y en la disputa por apoderarse de territorios que consideran les pertenecen por su “buen comportamiento”, hoy tienen ensangrentado a buena parte del territorio nacional, incluyendo Michoacán, donde hay una especial motivación para sembrar el narco terror.
El visto bueno que precedió al apapacho mañanero desde Palacio Nacional, acrecentó más la capacidad de respuesta de los cárteles originarios y los de nueva creación, para hacer de las suyas y es momento que no cesan en sus luchas internas por apoderarse de poblados y ciudades que consideran claves para sus ilícitas actividades.
A raíz de la reiterada permisividad presidencial de no combatir “violencia con violencia” e insistir que es con “abrazos y no balazos” como se va a acabar el flagelo, hoy no sólo tienen en la zozobra y huyendo a la población vulnerable de territorios en disputa, sino también en completa indefensión a los demás actores sociales que ven con angustia cómo el Estado va cediendo y deja en manos criminales la conducción del país.
Los brotes que se viven en Chiapas, Zacatecas, Guanajuato, Jalisco, Tlaxcala, Tamaulipas, Sinaloa, Estado de México, Veracruz y Michoacán, pudieran ser consideradas “coincidencias” pero la estadística demuestra cómo se dispararon los hechos de terror donde la mano del narco está metida con total impunidad.
Destaca el caso Michoacán porque a raíz que Silvano Aureoles Conejo determinó denunciar abierta y públicamente la injerencia del crimen organizado en los comicios recientemente celebrados y que favorecieron a Morena, no sólo se incrementaron los incidentes en Aguililla, sino que ahora abarcan una buena franja del territorio que precisamente ganó el partido de Estado, el del respaldo presidencial absoluto,.
Bajo la premisa que todo obedece a la disputa entre carteles por el control territorial, las desapariciones, muertes, hechos sangrientos y delitos de todo tipo, se han convertido en parte del absurdo cotidiano y no hay punto geográfico en Michoacán, donde no haya un evento diario qué lamentar.
Ciudades como Morelia, Uruapan, Zamora, Jacona, Tangancícuaro, Buenavista Tomatlán, Lombardía, Zitácuaro, La Huacana, Churumuco, Huetamo y otras muchas más, viven la pesadilla de estar a merced de los delincuentes que son tímidamente combatidos por la policía estatal y la nula actuación de la policía municipal.
Excusas no faltan, pero la carencia de elementos debidamente equipados y con capacidad de enfrentar a los criminales, es factor decisivo para que se hayan disparado por igual las extorsiones y cobros de piso que den garantía de vida y actividades a sectores productivos, como el caso de los aguacateros organizados que decidieron recientemente conformar su propio grupo de auto defensa.
La responsabilidad federal de combatir el crimen organizado se ha regalado, puesto al servicio de los cárteles y el mejor ejemplo de lo expuesto se vive en Aguililla, donde no sólo se corta la energía eléctrica, se destruyen carreteras y se extienden salvo conductos para controlar quién pasa, cuándo pasa y a qué pasa, por territorio vedado.
Los ataques al cuartel por la población desesperado y la misma destrucción de la loma donde aterriza el helicóptero de la Defensa Nacional para llevar insumos a los elemento acuartelados, demuestran la descomposición social que se vive, pero también exhibe la triste realidad en que se tiene a los militares que son reiteradamente humillados por civiles, ante su inacción por “no tener órdenes de la superioridad” para actuar.
El lance despreciativo que tuvo el propio López Obrador al excusarse de no ir a Aguililla por no estar dispuesto a “engordar el caldo a la prensa amarillista”, fue motivo de nuevos embates criminales y hasta desfile bélico donde exhibieron el armamento y vehículos con que cuentan para hacer de las suyas en esta parte de México, hoy en total y absurdo abandono del gobierno federal.
Salidas pueriles como eso de instalar “un banco del Bienestar” con que pretendió paliar la situación el socarrón huésped de Palacio Nacional, fue otro insulto a los pobladores de la zona que por respuesta dijeron que ni limosneros, ni holgazanes, sólo reclaman libertad de desplazamiento y seguridad para realizar su actividades, que trabajar no les espanta, lo que prefieren antes de extender la mano en espera de dádivas oficiales.
Y si las cosas están así cuando aún no toman posesión los que ganaron con la ayuda del crimen organizado, ya podremos imaginar lo que vendrá en los años que gobiernen bajo el auspicio, supervisión y mandato de quienes desde ahora ya cobran contra la población civil, los favores prestados en campaña.