Opinión/Horacio Erik Avilés
El PRI: entre la elección municipal y la dirigencia estatal
Horacio Erik Avilés Martínez
El análisis de lo ocurrido el 6 de junio en las elecciones en Michoacán debe realizarse con apego a la principal pieza de evidencia con la cual se cuenta: la voluntad de los votantes reflejada en las estadísticas oficiales publicadas por el IEM. Veamos algunos aspectos del comportamiento de la votación a favor del Partido Revolucionario Institucional en los últimos procesos electorales en la entidad.
Comencemos por observar que, el PRI obtuvo a escala estatal en 2018 un total de 332 mil 825 votos, mientras que en 2021 solamente 216 mil 232. 116 mil 593 votos menos. Esto representa una caída del 35.04 por ciento de la votación, es decir, uno de cada tres votantes se fue.
En Morelia, en 2018, se obtuvieron un total de 55 mil 981: votos; pero en 2021 se obtuvieron 64 mil 502; es decir, se incrementó la votación en 8 mil 521 votos. Es decir, el PRI en Morelia incrementó un 15.22 por ciento su votación. ¿Qué no iba para abajo el tricolor en Michoacán?
Si extrapolamos el fenómeno de caída entre 2018 y 2021 y asumimos un comportamiento lineal para Morelia, sin considerar el efecto aliancista para gobernador y diputados, que desvió el voto masivo a favor de otras fuerzas políticas, se pudieron haber obtenido un 35.04 por ciento menos votantes; es decir, se hubiera caído, mínimamente de 55 mil 981 a 36 mil 365 votos. Pero no solamente eso no sucedió, sino que se obtuvieron 64 mil 502 votos, con lo cual se aprecia un diferencial de 28 mil 136 votantes que representan un diferencial del 43.62 por ciento de las tendencias esperadas, conforme a lo acontecido en la entidad.
El hallazgo es importante: si el PRI perdió este inmenso porcentaje entre 2018 y 2021, no es explicable el crecimiento en Morelia. Hay un impresionante 43.62 por ciento de distancia, un efecto diferenciador, atribuible al liderazgo del candidato a la presidencia municipal de Morelia: Guillermo Valencia Reyes, su Revolución Social, su planilla y su equipo de trabajo.
Sí, fue el quien convocó a votantes muy por encima de la tendencia, sobreponiéndose a factores como una alianza que lo marginaba de origen, al retiro de las boletas de su marca personal: Memo Valencia, así como a la falta de recursos, la muy escasa publicidad y de la comisión constante de actos violentos tendientes a eliminarlo de la contienda, los cuales oscilaron desde una virulenta y millonaria campaña sucia orquestada en redes sociales, obstinada en denostar la figura del activista fundador de Revolución Social, la destrucción de su propaganda, la cooptación de su estructura e incluso llegaron al intento de homicidio, con el atentado perpetrado en su contra el 8 de mayo, con saldo de dos integrantes de su equipo lesionados de bala. Y con todo lo anterior en contra aún así se logró el resultado mencionado, lo cual representa un punto de apoyo muy a favor de la refundación del tricolor en Michoacán.
Por otra parte, respecto a lo logrado por el candidato ganador en las elecciones municipales de Morelia de 2021, el PRI obtuvo el 62.29 por ciento; mientras que referenciado al segundo lugar,o alcanzó el 73.83 por ciento. Más aún, incluso, revisando la votación histórica, lo que acumuló el PRI en 2021 fue el 85.59 por ciento de lo que obtuvo el ganador en 2015 y el 86.71 por ciento de la votación que obtuvo el ganador en 2018.
En resumen, no todas las derrotas son iguales, ni son permanentes. Hay tendencias numéricas claramente identificables. No cabe duda de que, con base en lo ocurrido, el primer priista de Michoacán es Memo Valencia y como tal debe reconocérsele su liderazgo.
De cara a la renovación de la estructura directiva estatal es importante que sea quien tiene mayor liderazgo comprobable quien, con su equipo de trabajo renueven y doten de una visión transformadora al partido tricolor, que fue el más vapuleado a escala nacional y estatal, pero que sigue siendo una institución que resguarda una plataforma política, valores y visión de desarrollo.
Por extensión, así debería de ser en todos los partidos políticos, que sean los liderazgos con mayor arraigo y representatividad quienes los encabecen, rompiendo esas oligarquías piramidales que suelen apoderarse de estas instituciones para convertirlas en patrimonio propio, pervirtiendo su razón de existir y ralentizando el desarrollo democrático que tanto requiere nuestra nación. Las bases partidistas tienen la última palabra al respecto y las instituciones como el INE, la responsabilidad de garantizar democracia interna en los institutos políticos, mientras que las cúpulas deben de tener la altura de miras y la grandeza de estadistas para saber convocar a la transición democrática mediante mecanismos plurales, incluyentes y transparentes para elegir a los dirigentes partidistas.
El caso del Comité Directivo Estatal del PRI será un indicador pronto de si este partido está listo para volverse un competitivo protagonista de cara a las elecciones de 2024 o seguirá sobrellevándose la caída, viviendo de glorias pasadas y siendo administrado por los medradores de una herencia política cada vez más raquítica, de tanto que ha sido dilapidada. De ese tamaño son el dilema entre la inercia y el área de oportunidad de reconocerle a una figura política la capacidad de mover un 43 por ciento el destino derrotista a un partido político y permitirle mostrar su empaque político.
Al tiempo.
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