Opinión/Gerardo A. Herrera Pérez
Educar para convivir en simbiosofía.
Gerardo A. Herrera Pérez
Cada 26 de enero, se conmemora el Día Mundial de la Educación Ambiental; esta fecha nos debería de recordar durante el resto del año la importancia de trabajar a favor de la biodiversidad, del respeto a la casa común: la Tierra, a partir de impulsar en nuestras prácticas la ecoeducación, a efecto de promover la ecopedagogía, sustentada en la ecoformación y la ecoética, es decir, formación ética para la vida, que en mucho recoge de manera ética y magistral la Carta de la Tierra, a través de sus cuatro pilares.
La UNESCO, ha definido cuatro pilares para la educación del siglo XXI, aprender a aprender, aprender a ser, aprender a hacer, y aprender a convivir; no obstante, pienso que falta un pilar más y es aprender con esos cuatro pilares a transformar para respetar la vida, para dejar de ser antropocéntricos y caminar bajo estructuras ecocéntricas, que nos permitana vivir en unicidad.
En días pasados reflexionaba con las alumnas Rosalinda y Lili del doctorado de ecoeducación del IUP la importancia de la encíclica del Papá Francisco Laudato sí (alabado seas), sobre la Casa común la tierra, algunos de los comentarios fueron los siguientes:
Vivimos en la era del hiperconsumo, el hedonismo, narcisimo, la meritocracia, la búsqueda del éxito, los valores líquidos, que ha impulsado el individualismo, y la voracidad del hombre; la deshumanización propia de las políticas capitalistas hace que los intereses humanos se alejen del cuidado y respeto de la naturaleza y se acerquen cada vez más a satisfacciones fugases, que nos alejan del contacto con el mundo natural, provocando crisis de diferentes impactos planetarios. El hombre sólo será capaz de restituir el daño causado en estos últimos doscientos años si es capaz de recuperar una interacción armónica con la naturaleza, viviendo en simbiosofía.
EL Papa Francisco en nombre de la Iglesia, pide a la humanidad cuide, proteja y haga un buen uso de los recursos de la madre Tierra porque nuestra casa es una hermana, clama por el daño que le hemos hecho a nuestra Tierra, hemos crecido pensando que es nuestra, por ello hace un llamado para que tomemos conciencia del cuidado y protección de ella.
El ser humano durante siglos ha sido un individuo pasivo con el cuidado de la naturaleza, ha hecho uso y desuso de los recursos que ofrece. La devastación natural incontrolada, así como la gran contaminación ambiental que se ha generado, exigen en forma inmediata que cada uno de los seres del planeta tome una postura activa, adquiriendo la transparencia fundamental, para hacer uso de la Inteligencia Ecológica y poder así contribuir con aportes al cambio ecológico.
Desde esta perspectiva, Daniel Goleman define a la inteligencia ecológica como “la capacidad de adaptarnos a nuestro nicho ecológico”, y manifiesta: “la Inteligencia Ecológica nos permite aplicar lo que aprendemos sobre cómo la actividad humana interfiere en los ecosistemas, de tal modo que hagamos el menor daño posible y podamos vivir nuevamente de manera sustentable en nuestro nicho, que en la actualidad es todo el planeta”.
Llegó el momento en que pensemos qué le estamos haciendo a nuestra vida diaria, que se ve influida por la necesidad de cultivar una actitud de indiferencia hacia los demás, a través de la búsqueda de señales de estatus, moda o signos de extravagancia individual, el hedonismo puro; la lucha constante por lo distintivo que hace que las clases sociales más altas tengan que estar cambiando continuamente sus patrones de consumo a medida que las clases sociales inferiores copian sus hábitos; para Edgar Morín contesta a la pregunta: “Finalmente, el desarrollo, cuyo modelo, ideal y finalidad son la civilización occidental, ignora que esta civilización está en crisis, que su bienestar conlleva su malestar, que su individualismo comporta soledad y un encierro egocéntrico, que sus avances urbanos, técnicos e industriales conllevan estrés y molestias, y que las fuerzas que han desencadenado su ‘desarrollo' conducen a la muerte nuclear y a la muerte ecológica. No debemos continuar, sino empezar de nuevo”.
La Encíclica Laudato sí (alabado seas). Es una alabanza a la existencia y un grito a cuidar de la casa común: un canto a la vida y una invitación a trabajar en familia para protegerla, allí donde está amenazada.
En unión ambiental y social donde los seres vivos formamos parte de una misma familia como lo manifiesta el Papa Francisco “todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal” y los más afectados por el deterioro medioambiental, en cualquiera de sus formas, son los pobres, por tanto, no se puede separar el planteamiento ecológico del planteamiento social a fin de escuchar tanto el clamor de la tierra, como el clamor de los pobres”.
Amemos a Gaia, nos repite una y otra vez Leonardo Boff; se refiere al amor como expresión de cuidado, protección y afecto, cuya práctica promueve el desarrollo humano y valores por crear lazos de convivencia duraderos y constructivos a través del cuidado de sí mismo, los otros y el planeta.
El Padre Francisco en su encíclica en comento, lleva a una conversión ecológica a un nuevo paradigma, por medio de la educación y la espiritualidad ecológica. Nos invita a apostar por otro estilo de vida “el consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico”, y “mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir”. Un cambio en los estilos de vida que “podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social [...] Ello nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores” la educación es esencial hay que “crear una ciudadanía ecológica, que logre desarrollar hábitos, pues “cultivando virtudes hacia un compromiso ecológico” que abonemos el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente” . Anima a cultivar la espiritualidad cristiana, “propone gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo”. “ [...] Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres; encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración”. Igualmente, afirma que la persona humana está llamada a asumir el dinamismo trinitario, saliendo de sí “para vivir en comunión con Dios, con los otros y con todas las criaturas”. La Encíclica termina que debemos “asumir los compromisos con la creación que plantea el Evangelio de Jesús”, recuerdo a Humberto Maturana; lal biología del amor es tan central y fundamental para el ser humano y su entorno que sus premisas no podrán estar ausentes de las discusiones sobre el futuro inmediato. Hay que establecer una "danza comunicativa" entre las personas y entre ellas con la naturaleza en un continuo fluir relacional creativo.
Maturana decía: la biología del amor es reconocernos como seres amorosos, es el respeto mutuo que amplía la inteligencia, por ello nos invita a reflexionar para abrir el espacio de mirar cómo se hace lo que se está haciendo; pensarnos, y despensarnos para transformar y trascender, me uno a la propuesta del Padre Francisco de transitar a un nuevo paradigma a un ser humano diferente de ver la vida, espiritual, , conformar una familia universal con todos los seres vivos, solo así podemos construir una nueva cultura, economía y política.
Pero también el trabajo que realiza Boaventura de Sousa Santos para atender las epistemologías del sur global, o Clark o bien Capra desde su posición ecopedagógica de alfabetización, entre otros como Leff y su crisis ambiental y del conocimiento y el trabajo a favor de la racionalidad ambiental.
La Carta de la Tierra y la Encíclia Laudato Sí, fueron escritas 29 de junio de 2000, y 24 de mayo 2015, quince años de diferencia, las dos nos hacen un llamado urgente, para no seguir viviendo así, en individualismo, narcisismo, hedonismo; las dos nos recuerdan principios básicos que, para sobrevivir necesitamos respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad, erradicar la pobreza de manera ética, social y ambiental, que nuestros gobiernos trabajen democráticamente y transparente. La única esperanza es dejar de ser consumistas y más sostenibles, crecer en un bien común.
La casa común, La Tierra, nuestro hogar, Gaia, Pachamama…está viva con una comunidad singular de vida, logremos una relación amorosa con la naturaleza, porque lo que se ama se cuida; que fácil pronunciarlo, que difícil actuar desde el corazón, desde los valores, las virtudes sociales, los principios de la ecoética.
Vaya esta reflexión para los edoeducadores, para quienes se toman el tiempo para compartir información ambiental, para quienes forman en la sostenibilidad, para quienes tienen la esperanza de una Paz sostenible, en tiempos de crisis, y que, no obstante, salen diario a trabajar para la convivencia social. Para Pedro Cantú, el maestro Alfredo Miranda, Miguel Carrillo, Juan Tungui Olivo, para los promotores y educadores ambientales, para Juan Madrigal, para los maestros comprometidos de la Facultad de Agrobiología, para Salvador Aguirre Paleo.Para la Fundación El Sol, cuyo trabajo planetario es de reconocer su función humanitaria y con el otro que no es humano. Igualmente a la Fiscalia Especializada en Combate a los Delitos del Medio Ambiente, cuyo personal tomo un evento de capacitación en materia de protección y cuidado del medio ambiente.