Opinión/Gerardo A. Herrera Pérez
Violencia contra la mujer
Gerardo A. Herrera Pérez
El tema de violencia contra las mujeres viene desde hace siglos, es decir, no es un tema actual, se ha constituido como un tema importante y por ello, se la ha incluido en la agenda pública por el desbordamiento de la violencia física, verbal, el acoso y hostigamiento, entre otras, como la violencia feminicida que se vive a diario.
Hoy, la violencia continua galopante, y se resignificó desde que inicio la pandemia, explicar el fenómeno de la violencia es fundamental para comprender que estamos haciendo mal y por dónde debemos de caminar para evitarla, toda vez que las normas, las estructuras institucionales y el diseño de política pública no ha calmado las pasiones de la violencia que como mandato de masculinidad tiene el hombre.
Hay tres formas desde mi punto de vista de como abordar el tema de la violencia o bien hipótesis para conocer las génesis de la violencia, esto lo comento en mis intervenciones sobre el tema y lo he expresado igualmente con la Red Estatal de Mujeres Contra la Violencia. Las tres formas se encuentran insertas en el patriarcado, una posición que más allá de lo cultural, es una posición política, de poder, una visión histórica del patriarcado y su manera de someter y controlar los cuerpos principalmente de mujeres a través de la subordinación y de dominación entre algunos hombres que son minorias.
Las tres formas se expresan de la siguientes manera: primera, la restauración de la violencia o venganza masculina en contra de las mujeres por el proceso de avance en sus derechos y en contra de los privilegios de los hombres en diferentes mecanismos, políticos, sociales, culturales, económicos; el hombre emasculado (simbólicamente sin sus genitales y frustrado), sin su falocracia, pretende recuperar su poder, su prestigio o su respeto a partir de someter, controlar y disciplinar el cuerpo de las mujeres mediante el mandato de obediencia y servidumbre sometido por la violencia, este es el punto, recuperación de su prestigio mediante la violencia y legitimar su mandato de masculinidad o como lo llama Rita Segato, la corporación masculina que atiende a que el hombre y sus diversas masculinidades debe atender a una jerarquía y lealtad.
La segunda manera de atender el fenómeno de la violencia es, desde el género, reconocer o encontrar las problemáticas entre los hombres y las mujeres, o lo femenino y lo masculino, incluso desde sus mandatos del patriarcado, la potencia de los hombres, frente a la obediencia de las mujeres y sus asimetrías, sin reconocer todas las problemáticas que le son afines desde lo social, cultural, político, económico, lo moral, y las potencias que tiene el hombre (sexual, física, económica, política, intelectual y desde luego moral) entre otros.
Tercero, desde la historia, es decir, desde el poder que tienen androcéntricamente los hombres para el control del cuerpo de las mujeres, desde la colonilidad, génesis del racismo; desde la potencia del hombre, que resignifica la dueñidad como violencia extrema del patriarcado y el señorío actual en la asimetría del poder no solo político sino económico, ya que está en pocas manos la riqueza nacional, que se apropia del cuerpo de la mujer, porque ahora esos pocos ricos son dueños de la vida y la muerte de las personas, y en todo caso, de aquellos que no se someten a la normalidad, de aquellos disidentes y minorías sociales mujeres, disidentes sexuales, personas originarias, personas con discapacidad. Recordemos que en estos momentos el cuerpo de la mujer y las minorías se ha cosificado.
Para Rita Segato, antropóloga argentina que tiene una gran lucidez teórica, asume que sería esta tercera vía “la histórica” la que permite avanzar en la comprensión de todos los tipos de la violencia de género a partir de reconocer el poder y como se expresa en el lenguaje y como se vive actualmente el patriarcado como un asunto de dueñidad.
La violencia también se expresa en hacer inaudible las quejas de las mujeres por parte de los servidores públicos y de las instituciones que aún son débiles, es decir, la mujer sigue sin tener la voz para ser escuchada en sus demandas.
En este sentido y frente a la violencia que se vive, cuál debe ser el papel del hombre y sus diversas masculinidades en la lucha para la igualdad de hombres y mujeres; porque muchas feministas no quieren que los hombres participen en marchas, se sumen a procesos feministas, o se asuman como feministas; la idea es transitar a una sociedad con otras prácticas culturales, dice Rita Segato que este es un falso debate no permitir la participación de hombres en el movimiento feminista, debido a que el mandato de masculinidad, que es potencia, y que transita a dominación y subordinación para ejercer la crueldad que hoy vivimos, afecta a todos, tanto a hombres como a mujeres, pero a quien primero daña el mandato de masculinidad no son a las mujeres, son a los hombres, quienes deben de someterse a dicho mandato aun a costa de sus cuerpos por la demostración de la potencia, de la competitividad, de demostrar ser hombres en diferentes campos, frente a la mujer cuyo comportamiento no es de competencia, y donde al anular la competencia se puede reír, hacer bromas pero sin víctimas para la risa, compartir saberes; sin embargo hay una envidia de los hombres frente a la convivencia que tienen las mujeres, en ocasiones los hombres matan por envidia también.
El mandato de masculinidad, es un mandato de potencia y es un mandato de dominación y que se traduce en un mandato de crueldad. Por ello, los hombres debemos de liberarnos de la potencia del mandato de masculinidad, que genera violencia. El agresor se construye agrediendo, debemos de cambiar esta situación. Debemos de deconstruirnos.
La deconstrucción nos debe ayudar a transitar a una masculinidad positiva, en donde los hombres trabajemos en el ámbito privado de la familia, donde realicemos las tareas del hogar y de los cuidados de nuestros hijos e hijas y nuestra pareja. Donde la violencia transite a la inclusión y al respeto.