Opinión/Felipe Monroy
Fray Gabriel Chávez de la Mora, habitaciones orantes
Este 9 de diciembre, el fraile benedictino Gabriel Chávez de la Mora (Guadalajara, 1929) recibió el Premio Nacional de Arquitectura 2020 de manos del presidente Andrés Manuel López Obrador. El monje de la Orden de San Benito es internacionalmente reconocido por su diseño de arte sacro contemporáneo y por su vasta intervención arquitectónica religiosa: centenares de catedrales, iglesias, capillas, retablos, altares, vitrales, íconos y demás portan la huella del genio tapatío cuya visión y escuela han definido el ‘santuario simbólico’ del catolicismo mexicano postconciliar.
Su disciplina formalmente se denomina “arquitectura de integración de artes y artesanías al servicio de la liturgia”; sin embargo, su contribución a la plástica católica -por tanto, universal- es en realidad una especie de ‘triple nudo’ del espacio habitable que coloca a la humanidad frente a la Historia de su Salvación en tres momentos: el tiempo adánico, la plenitud de los tiempos y la espera en la promesa eterna.
Por ejemplo, su tipografía -diseño de letras y números molde- es hoy utilizada prácticamente en cada recinto religioso mexicano y varios latinoamericanos. Al igual que sus proyectos monumentales, la simpleza de los trazos tipográficos tienen algo de antediluviano, proto divino: Como si el índice de Dios trazara sobre el barro antes de crear al hombre: sólido, simple y, por qué no decirlo, casi irreflexivo.
De hecho, esta tipografía es la declaración artesanal presente en el estilo de Fray Gabriel: La fortaleza como un impulso amoroso en la sencillez; decisivo pero lleno de ternura; como una suavidad capaz de horadar la piedra. Cada letra de la tipografía ‘Fray Gabriel’ puede escribirse con uno o dos trazos, rasgos simples que parecen apresurados, escritos en un ritmo rudimentario, como un niño dibujando en la arena o una caricia sobre un afligido.
Y aunque su obra arquitectónica tiene innegable correspondencia con el funcionalismo del siglo XX, Fray Gabriel sistematizó una especie de ‘funcionalismo religioso moderno’ gracias al trascendente acontecimiento eclesial de 1962-1965, el Concilio Ecuménico Vaticano II. Por primera vez, la Iglesia participaba activamente a la persona y a la grey en los Misterios y en la Liturgia.
Lo expresaron así los padres conciliares: “Ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina”.
Si el arquitecto Louis Sullivan esgrimió la máxima: ‘La forma sigue siempre a la función’ que abrió todo un movimiento de diseño arquitectónico donde los espacios se simplificaron radicalmente a las necesidades del hombre; el Concilio cinceló que el propósito del recinto y la celebración ritual no es que “los cristianos asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada”.
Por ello, arquitectos postconciliares como Fray Gabriel crearon y acondicionaron los invaluables recintos sagrados en habitaciones orantes, espacios donde las formas de la liturgia siguen a la función para las que se han creado: la celebración de un pueblo, de todos los pueblos, el contacto humano y divino como necesidad innata y ulterior del hombre.
Así, Fray Gabriel ha creado y sigue creando espacios donde la humanidad pueda insertarse en la plenitud del Misterio, donde el hombre peregrine terrenal y trascendentalmente.
Ahí está su radical acondicionamiento litúrgico-catequético en la Catedral de Cuernavaca o su purificante ascenso cromático santificante en el vitral del Santuario de los Mártires en Guadalajara; la dinámica eucarística con que se arropan y abrazan mutuamente la Madre y el Pueblo en la Basílica de Guadalupe o el incendiado corazón del sobrio monolito monacal que es la Abadía Benedictina del Tepeyac.
Personalmente he tenido oportunidad de ver la génesis de uno de sus proyectos arquitectónicos (tristemente interrumpido) y la asesoría experta en la remodelación de una capilla privada. Me considero uno de los muchos afortunados que han contemplado cómo sus vivaces y alegres ojos se emocionan ante lo posible, ante su idea consolidándose en tres espacios y en tres tiempos: sobre la efímera Tierra, en la infinita eternidad y dentro de su esperanzado y creyente corazón.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe