Opinión/Felipe de J. Monroy
Bendecir o no bendecir
Felipe de J. Monroy*
Duras reacciones y vientos de tirantez cismática muy pocas veces vistos en la iglesia católica son los efectos provocados tras la publicación de la nota explicativa de la Congregación para la Doctrina de la Fe que confirmó la negativa institucional ante la pregunta si los curas pueden bendecir las uniones homosexuales.
Ni siquiera los escándalos de abuso sexual de menores cometidos por ministros religiosos dividieron a tantos creyentes y miembros de la misma iglesia católica. Comunidades de sacerdotes, colectivos pastorales y diócesis enteras han mostrado su molestia al texto del cardenal jesuita Luis Ladaria, prefecto de la Congregación, y han anticipado que no acatarán la disposición avalada por el pontífice. Se trata de una abierta declaración de rebeldía y, hay que decirlo, de distancia de la comunión apostólica que garantiza el principio de la unidad en la iglesia.
Esta singular cuestión tiene muchos matices y es claro que ninguna resolución dejará satisfechas a todas las partes. Para empezar, es irrefutable la histórica actitud de condena a los actos homosexuales en la iglesia católica, al menos de manera formal. Los soportes de las teologías, tratados, cánones y magisterio de dos mil años contra los actos homosexuales parecen sustentarse en pasajes concretos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, especialmente en los textos sobre Sodoma y Gomorra, y las cartas de san Pablo de Tarso.
Sin embargo, diversas interpretaciones teológicas en el siglo XX, que van desde Derrick Sherwin Bailey hasta fray Bernardino Leers, comenzaron a abrir debates sobre lo que tradicionalmente se consideró una frontera infranqueable. En un extremo, Bailey llegó a afirmar que ni en el antiguo ni en el nuevo testamento de la Biblia realmente se hace una condena a la homosexualidad ni a sus actos. Que, en todo caso, el fuego del castigo divino a la ciudad de Sodoma no cayó porque sus ciudadanos fuesen homosexuales sino por la ‘impiedad, orgullo y falta de hospitalidad’ de los mismos; Bailey aventuró a decir además que san Pablo criticó los actos 'contra-natura' de aquellos heterosexuales que se comportaban 'anti-naturalmente' como si fueran homosexuales. Por el contrario, para este teólogo anglicano, no habría condena ni crítica al homosexual que se comportase ‘naturalmente’ como lo que es.
Por su parte, el franciscano Bernardino Leers no es tan temerario en su reflexión pero aporta una mirada interesante sobre ‘el silencio de Jesús’ entorno al debate de cuál debe ser la actitud de los cristianos para con los homosexuales: “Jesús vive un núcleo de comunicaciones que supera los problemas sexuales específicos y los pone en segundo plano -dice Leers-; la presencia actuante del Padre está en el centro, en el que todos los seres humanos se tornan hermanos de la misma familia, interrelacionados por la práctica del amor mutuo y fraterno”.
En todo caso, estas reflexiones no son las que alimentan al cuerpo teológico de la iglesia católica actual ni las que soportan su doctrina ni sus leyes. Y eso fue lo que recordó la Congregación para la Doctrina de la Fe a quienes la consultaron sobre la posibilidad de bendecir uniones homosexuales. Sin embargo, es claro que la respuesta tampoco ha recogido el tono, el lenguaje y la mirada de los sínodos del siglo XXI ni el magisterio pontificio de Francisco.
Ahora bien, las reacciones y la tirantez cismática que se leen y escuchan en todo el espacio público muchas veces están potenciadas por un falso debate que parece poner en posiciones equidistantes e irreconciliables a las personas homosexuales y a la iglesia católica, como si uno de los lados estuviera obligado a triunfar sobre el otro. Pero, tanto el papa Francisco como la respuesta de la Congregación confirman con gestos y palabras que la negativa de bendición a uniones gay no es signo de una condena inmisericorde a la persona homosexual.
La actitud de cercanía, acompañamiento e involucramiento con la búsqueda de bienestar y justicia de la iglesia para con las personas homosexuales pueden entreverse en las palabras de Francisco apenas a cuatro meses de haber sido electo Papa: “Si una persona es gay y busca a Dios, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”; así como su reflexión sobre el derecho de las personas homosexuales a no ser discriminadas ni despojadas por su propia familia, y su defensa de que los poderes civiles no les dejen de garantizar derechos de plena participación social.
En todo caso, opino, la respuesta de la Congregación refleja una profunda preocupación sobre la función de los sacramentales en la iglesia (por ejemplo, la bendición) y la ligereza con la que se usan en el mundo contemporáneo siendo reducidos a un mero salvoconducto que legitima cualquier acción o comportamiento sin la menor conciencia sobre su verdadero peso moral.
Así que, ¿bendecir o no bendecir? Al final quizá valga recordar las palabras de Joseph Ratzinger sobre su niñez y la bendición que recibía de sus padres: “Esta bendición -cuenta- nos acompañaba, y nosotros nos sentíamos guiados por ella; era la manera de hacerse visible la oración de los padres que iba con nosotros… La bendición suponía, también, una exigencia de nuestra parte: la de no salirnos del ámbito de esta bendición”.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe