Opinión/Felipe de J. Monroy
Vacunación a los vulnerables, derrota para la lógica del mercado
El acontecimiento no es menor: la primera persona vacunada contra COVID-19 fuera de ensayos de laboratorio fue Margaret Keenan, de 90 años; el segundo, fue un hombre de 81 años, llamado William Shakespeare. Así comenzó un largo camino de la humanidad para acercar a toda la población un recurso por el que la ciencia y la administración pública trabajaron todo el 2020.
La selección de los ancianos junto al personal sanitario como primeros receptores de una vacuna que promete sacar del confinamiento al mundo entero podría pasar desapercibida, pero simboliza un gran gesto humanitario y, al mismo tiempo, una más de las derrotas a la lógica de la utilidad y la ganancia que tanto fascinan a las dinámicas de globalización económica.
Los discípulos y profetas de las leyes absolutas del mercado contemplan un fracaso más a su expectativa crematística de progreso; prácticamente todas las naciones del mundo han declarado que, en el esquema de vacunación contra COVID -que durará todo el 2021-, los sujetos prioritarios de atención serán los ancianos.
Si de decisiones orientadas a mejorar expectativas del mercado se tratase, la opción por los adultos mayores no es la más lógica. En muchas ocasiones se ha criticado que el mercado suele descartar y discriminar a los ancianos principalmente por su poca aportación a la economía y por los grandes gastos que supone su supervivencia, ya sea por los costes de jubilación como por servicios sanitarios. Para muestra, un botón:
El Informe sobre la Estabilidad Financiera Mundial del FMI en 2012 no disimulaba su preocupación por cómo este grupo etario amenaza las economías de las naciones: “La prolongación de vida acarrea costos financieros para los gobiernos… para las empresas… para las compañías de seguros… y para los particulares […] El riesgo de la longevidad es un tema que exige más atención ya, en vista de la magnitud de su impacto financiero”.
Quizá la segunda afectación más compleja de la pandemia de COVID-19 después de la sanitaria ha sido la económica; esto lo han sufrido todos los países y su búsqueda por regresar a la normalidad podría sugerir que la reactivación económica debería ser una urgencia y, por tanto, la vacunación debería priorizar a los sectores de mayor productividad y consumo.
Algo así había recomendado el Centro para el Control de Enfermedades de los Estados Unidos, priorizar las vacunas a los individuos que más contribuyen a la infección en la comunidad: los adultos jóvenes que, por otra parte, representan el mayor nivel de interacción social y de dinamismo económico.
Ligeramente más moderado, el Centro de Seguridad y Salud Johns Hopkins, que dice sustentarse en principios éticos, sugiere la ‘prioridad absoluta’ para el personal sanitario y después los “individuos componentes de los servicios esenciales”; en último lugar, las personas con mayor riesgo. La recomendación afirma que antes debería acercarse la vacuna a “trabajadores de los sectores de producción y distribución de energías, suministro de aguas, medios de comunicación, servicios postales, policía y seguridad, bomberos y fronteras” y hasta después a las personas vulnerables.
Por ello, las imágenes de Keenan y Shakespeare recibiendo las primeras vacunas son tan relevantes y aleccionadoras. Son, desde el mercado, la opción ilógica. Pero, si algo dejó en descubierto esta pandemia ha sido la debilidad de los argumentos que privilegian las dinámicas económicas antes que la dignidad de las personas y el cuidado de los más vulnerables.
Estos hechos son gestos de una economía que está en proceso de refundarse, que requiere transformarse. Quizá por ello no sea una coincidencia que, en el Vaticano, empresas tan grandes como Mastercard, Bank of America, Johnson and Jonhson, Estee Lauder o Visa se hayan sumado al “Consejo para un Capitalismo Inclusivo”, la iniciativa del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral para unir los imperativos morales al capitalismo y construir una base económica justa, inclusiva y sostenible.
Ojalá que, en México, para los acuerdos sobre el futuro en el sistema de pensiones y la subcontratación laboral, se tomen en cuenta estos cambios radicales y no se le apueste, para variar, a modelos obsoletos de un siglo XX que ya no volverá.