Opinión/Federico Berrueto
Si usted ha visto malhumorado al presidente López Obrador, la columna de Lourdes Mendoza, Los otros datos del tren maya, publicada este fin de semana en El Financiero dice la causa del enojo. El fiasco explica el decretazo, la expropiación de predios y la remoción de Rogelio Jiménez Pons de Fonatur. El presidente fue engañado por el responsable de la obra. El reporte de avance de los cinco tramos es abrumador: Palenque-Escárcega, 19.7 respecto a 77.7 programado; Escárcega-Calkini, 9.8 de 82.6; Calkini-Izamal 13.3 de 68.1; Izamal-Cancún 20.1 de 67.5; Ciudad del Carmen-Tulum Norte, 0.5 de 20.6. Faltarían Tulum-Bacalar y Bacalar-Escárcega, pero el cuadro no cambia. El Tren Maya registra un grave retraso.
Los datos de avance contradicen lo divulgado recientemente por Reforma que, con base en una entrevista al arquitecto Jiménez Pons, señaló un avance de 40 por ciento, pero no llega ni a 20 por ciento. Las cifras más que inconsistentes son claramente contradictorias. Se engañó a López Obrador, por lo visto, también a Reforma y, consecuentemente, a la opinión pública. El responsable debe dar la cara, decir la verdad y que se desprendan las responsabilidades administrativas y penales del caso para no acreditar la impunidad que ha caracterizado al régimen cuando se trata de los suyos. La rendición de cuentas no está en la agenda del actuar régimen.
El presidente fue penosamente engañado; lo sospechoso es que a Jiménez Pons se le premiara con la subsecretaría de Comunicaciones e Infraestructura y no se le enviara a su casa o a peor lugar. Corrupción en la obra más emblemática de la 4T con un fuerte tufo de complicidad hasta el más alto nivel. No hay sanción ejemplar porque hay colusión. López Obrador cree que todavía es rescatable, y está decidido a todo.
Debe ser muy frustrante para el presidente ver cómo se va a perfilando el fiasco. Se incrementan costos, el atraso es abrumador y hay operaciones que decidieron protegerse del derecho de información, como es la adquisición de los predios comprados a TV Azteca. Si se dieran a conocer los términos de la compra difícilmente habría acuerdo con ejidatarios, particulares y hoteleros en la adquisición de terrenos para el derecho de vía. Mejor recurrir a la opacidad y a la expropiación.
Mucho tiempo le llevó advertir el engaño, a pesar de sus frecuentes visitas a la obra. Desde ahora ya sabe que los números no le dan para terminar a fines de 2023, tampoco para 2024, además del daño ambiental y al patrimonio cultural que representa el Tren Maya. Pésima planeación y ausencia de proyectos ejecutivos debido a los caprichos presidenciales. La obra comprueba que las cosas ya no son como antes, ahora son peores.
Difícil la encomienda para Javier May. Decretos expropiatorios ni ampliación presupuestal permitirán recuperar el tiempo perdido. Tampoco los militares podrán hacer realidad el anhelo presidencial. El dispendio allí y en la obra de Dos Bocas contrasta con la ofensiva presidencial contra el INE. Diferendo absurdo; nadie, excepto López Obrador, quiere la consulta de revocación/confirmación de mandato. La megalomanía que inspira la consulta le debe resultar muy amarga al advertir el atraso y el elevado costo del Tren Maya.
El presidente recurre a Carlos Slim, propietario de una de las empresas contratadas para el proyecto. Seguramente de allí se derivó la salida abrupta de Jiménez Pons al que con el decretazo se le habían acabado los pretextos por la mora, supuestamente por los permisos que no expedían las dependencias federales.
Como a buena parte de los mandatarios que se proponen grandes obras a partir del capricho y el voluntarismo, igual sucede a López Obrador. Hacer bien las cosas y, sobre todo, los grandes proyectos requieren de tiempo y mucho dinero. No es suficiente, también es indispensable la disciplina, método y colaboradores tan capaces como leales; y él para el Tren Maya ha carecido de todo eso. Crónica de un fracaso anunciado. Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto