Opinión/Elizabeth Juárez Cordero
Sin miedo a envejecer
Elizabeth Juárez Cordero
La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias:
la de lo que aún no has vivido y de lo que ya no vas a poder vivir.
Rosa Montero
Los encuentros generacionales que han propiciado las filas en los centros de vacunación contra covid, son como hace unas semanas lo apuntaba un artículo de un diario español, la confrontación inevitable con los otros, los pares en edad, los contemporáneos como diría don Roque Juárez, mi abuelo.
Aquellos que ubicados en nuestro mismo rango de edad, son el reflejo o la negación de nuestra propia condición; el ejercicio comparativo es casi inercial a la mirada, el tiempo ahí lo permite, que va desde los primeros en la vacunación, los más adultos hasta los más jóvenes, lo mismo hombres que mujeres, nos hemos detenido en la coincidencia forzado por la pandemia a observarnos, la estructura corporal del otro, el caminar erguido o más agachado, sí se es más gordo o más flaco que el de adelante, sobre las arrugas en las manos o en el borde de los ojos “las patas de gallo”, que nos permite ver, apenas sobre el cubrebocas.
De manera silenciosa o más explícita, en ese espejo colectivo que nos permite la medición de los años que compartimos, pasamos del solo mirar, a sentirnos mejor o peor que el otro, en parte por vanidad, aunque como sostengo, de fondo evidencia nuestro temor cultural a envejecer. Y del que uno se hace consiente conforme avanzan los años, y los efectos del tiempo comienzan a hacerse visibles sobre nuestros cuerpos, desde luego siempre influenciados por los prejuicios y estereotipos, que sobre la vejez se tiene en nuestras sociedades occidentales.
La vejez como etapa de vida y el envejecimiento como proceso biológico, suelen asociarse a concepciones de enorme carga negativa; improductividad, ineficiencia, fealdad, fragilidad, suciedad, dependencia, enfermedad o decadencia en general, son solo algunos ejemplos de atributos que aderezados por fenómenos o problemáticas que afectan a este grupo poblacional, como la discriminación, el maltrato, la violencia, el abandono o la soledad, nos confrontan con un temor latente como inevitable, al menos que, el trayecto de vida se agote antes de llegar a los 60 años, que es la edad en la que en nuestro país se considera una persona adulta mayor.
De modo que no hay escapatoria para la vejez como punto de llegada, más que la muerte misma. Aun cuando no seamos conscientes, envejecemos todos días, desde el punto de vista fisiológico molecular, nuestras células envejecen hasta un momento en el que el cuerpo ya no permite llevar a cabo un proceso regenerativo. Aunque desde luego, hay factores que nos pueden ayudar a llegar en mejores condiciones a esta etapa de vida, como el dejar de fumar, evitar la exposición al sol sin protección, las cargas de estrés, hacer ejercicio, adecuada alimentación y otros hábitos saludables.
Además claro, de las cada vez más numerosas opciones que nos ofrece la industria cosmética, lo suplementos alimenticios, la explosión de las cirugías estéticas, o los más recientes, populares implantes de cabello entre los varones, esfuerzos todos, que aunque no están si quiera cerca del elixir de la juventud eterna o el retrato de Dorian Gray, pueden ofrecer la satisfacción inmediata de estar ganándole el paso al tiempo. Y nuevamente, son expresión del miedo a la vejez, a vernos viejas y viejos.
Más allá de lo que en lo individual podamos realizar para sentirnos mejor, más sanos, más fuertes o más jóvenes, nuestros propios contextos históricos, culturales y socioeconómicos serán determinantes no solo de nuestras concepciones sobre la vejez, pues no hay que olvidar que estamos frente a una construcción social, sino también, de cómo se vive la vejez, pues no es lo mismo envejecer en Europa a envejecer en América Latina, como no es lo mismo ser vieja en una comunidad rural, indígena, a ser viejo hombre, pensionado, residente en la capital de un estado en nuestro país.
En contextos como el nuestro, de alta desigualdad social, en los que abunda la pobreza, la marginación, y otras desventajas o vulnerabilidades que se entrecruzan entre la población adulta mayor, como el género, etnicidad, discapacidad o la falta de una pensión o acceso a servicios de salud; vaya que pudieran ser razones suficientes si bien no para temer envejecer, sí para tomar conciencia y acción respecto de los ciclos de vida, de quienes ya se encuentran en esta etapa y de quienes les seguimos en el camino.
En México como en la mayoría de los países en la región, las acciones gubernamentales dirigidas a las personas adultas mayores, se han caracterizado por una mirada asistencial, que atiende en la necesidad o problemática de la inmediatez, centradas en las consecuencias, más que en las causas de la vulneración o violación de sus derechos. No basta la atención paternalista y de asistencia social con la que se atiende de manera histórica a las y los adultos mayores, al ofrecer una silla de ruedas, un bastón, aparatos auditivos o incluso una pensión mínima, sino que, la acción gubernamental debe tener un enfoque amplio y multidimensional, al incluir herramientas que les permitan salir de esa necesidad emergente, a ellos como a sus familias como cuidadores primarios.
El inminente proceso de envejecimiento de la población, obliga a trazar una agenda de política pública que atienda a la vejez de manera urgente, desde un enfoque de derechos, inclusivo, transversal, multidisciplinario y participativo, que involucre y empodere a las y los adultos mayores como parte del proceso de las políticas públicas, y al mismo tiempo los haga corresponsables de su propia vejez. Se estima que, para el año 2050, sí tenemos suerte, la población adulta mayor estaríamos duplicándonos; al pasar de poco más del 11% actual a estar por arriba del 22%.
El miedo a envejecer es sintomático de nuestras creencias y concepciones sobre la vejez y el envejecimiento, la realidad pese a los contextos de desigualdad, nos demuestra, que ni la primera es la peor de la tragedias ni la segunda la hecatombe social; por el contrario la vejez puede ser vivida como una etapa de máxima potencialidad de nuestras capacidades, habilidades, conocimientos y experiencias, tanto como el envejecimiento de la población, puede ser una oportunidad de revalorar y continuar aprovechando la suma de esas capacidades que ofrece una proporción mayor de personas adultas mayores.
Pero desde luego, lograrlo, requiere además del ejercicio permanente de reflexión y sensibilización, de acciones, del diseño e implementación de políticas públicas que nos permitan atender las causas de las desigualdades sociales, como de las propias implicaciones sociales y económicas del envejecimiento. Del ahora depende planear y estar mejor preparados, antes que el futuro nos alcance.
El próximo 28 de agosto es el día nacional de las personas adultas mayores, como ocurre con otras conmemoraciones, más que celebraciones, son el recordatorio que busca visibilizar a este grupo poblacional, así como sus necesidades y problemáticas, pero bien valdría para quienes aún nos faltan algunos años, hacer también un espacio para replantearnos el derecho inevitable a envejecer sin menos miedos.